Carlos López Otín, el investigador de más renombre de la Universidad de Oviedo, tiene sobre la mesa tres ofertas de otras tantas instituciones científicas, a las que debe dar una respuesta antes de finales de junio. El científico maneja argumentos a favor de irse, y otros que le inclinan a quedarse en Asturias. Entre los primeros, que tras la destrucción de 6.000 ratones para investigación que hubieron de ser sacrificados por una infección en el bioterio de la Universidad "nuestras posibilidades de ser competitivos científicamente en Asturias de han reducido al uno por ciento de lo que eran". Estima Otín que volver a la situación previa a este incidente, acontecido a mediados de 2018, supondrá "cinco años" de trabajo duro. En el otro platillo de la balanza, el afecto y la admiración de muchos colegas y ciudadanos de la región: "Personas a las que aprecio mucho me animan a quedarme. Dicen que si me voy desaparecerá todo lo que he intentado hacer".

López Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958) desveló este dilema a LA NUEVA ESPAÑA con motivo de la publicación de su libro "La vida en cuatro letras" (Paidós), un apasionante ensayo de ciencia y filosofía en el que el catedrático de Biología Molecular explica las complejísimas claves biológicas de la vida y su evolución, plantea utopías y distopías, dibuja un futuro poblado por híbridos hombre-máquina, presenta a personas de carne y hueso tan enfermas como extraordinarias y hasta aporta una "imperfecta fórmula genómica de la felicidad".

Escribir este libro ha formado parte de la terapia psicológica del autor ante la desgracia del animalario, que se sumaba a lo que Otín ha descrito como un proceso de acoso personal y profesional para desacreditar una carrera científica de prestigio mundial. De tal manera tocó fondo en el plano psíquico que se vio obligado a poner tierra de por medio, para lo que se trasladó a investigar a un laboratorio de París. Incluso llegó a acariciar la idea de quitarse la vida.

A continuación se reproducen varios fragmentos de "La vida en cuatro letras", que será presentado por su autor en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA el próximo día 22, a las 19.00 horas.

Un laboratorio abierto a las personas: "He tenido la inmensa satisfacción de crear una peculiar consulta científica de genómica social que ha podido ayudar a muchos pacientes asturianos, españoles y del mundo entero que acudieron a nosotros en busca de salud o de esperanza" (p. 15).

El día D: "De pronto, un día de las postrimerías del verano de 2017 todo comenzó a quebrarse (...). Lo que parecían ser unas pequeñas disputas profesionales acabaron por causarme una tristeza tan grande que el mundo empezó a temblar bajo mis pies (...). La bola creció tanto que sentí muy cerca el aliento del acaso laboral y, al final, la vida cotidiana se convirtió en una pesadilla difícil de soportar" (p. 15).

La decisión de escribir: "De esta inesperada transición personal de la felicidad a la tristeza y del esfuerzo por regresar a la situación original surge 'La vida en cuatro letras', un libro de autoayuda, pero no en su sentido convencional, sino justo en el contrario. Este es un texto concebido en primer lugar para ayudar al autor, un 'Homo sapiens sentiens' que siempre trató de ser estudioso y altruista pero que de pronto perdió su ikigai" (propósito vital) (p. 19).

Situación desesperada: "Siento que siento y me doy cuenta de que estoy vivo, pese a que en los últimos tiempos no me hubiera importado compartir con Jeremiah de Saint-Amour, el personaje de 'El amor en los tiempos del cólera', unos sahumerios de cianuro de oro para acceder al Gran Mar y disfrutar de la calma y la serenidad que tan difícilmente se encuentran en la vida cotidiana" (pp. 21-22)

El origen: "Todos, absolutamente todos los seres vivos venimos de una humilde bacteria que hace 3.800 millones de años tuvo un sueño: crear otra bacteria igual a sí misma" (p. 39).

La felicidad: "Algunas investigaciones recientes sobre los genes de la felicidad (...) sugieren que también hay polimorfismos genéticos que predisponen al individuo a una mayor sensación de bienestar" (p. 66).

Sin determinismos: "Hay que insistir una vez más en que los genes o sus variantes no son determinantes, sino meras declaraciones de intenciones que debemos consolidar en un sentido u otro durante la aventura de vivir" (p. 66).

Cautela ante el cáncer: "Hay que enfatizar que el desciframiento del genoma de los tumores malignos o de cualquier otra enfermedad escrita en el lenguaje de las cuatro letras de la vida no va a suponer la curación rápida y definitiva de esas patologías" (p. 104).

Creencias y religión: "La existencia de las creencias espirituales tiene una clara base evolutiva, ya que incrementan las posibilidades de supervivencia hasta la edad reproductiva al proporcionar a la persona fuerza y sentido para superar las adversidades y las pérdidas, y por tanto ayudan a reducir el estrés, a prevenir algunas enfermedades y a aumentar la esperanza de vida. Nuestros genes nos predisponen a la creencia espiritual, aunque, como bien señala el propio Dean Hamer, los genes no nos dicen en qué o en quién debemos creer. La religiosidad, por el contrario, tiene un importante componente sociocultural (...)" (p. 126).

La felicidad: "Si bien la felicidad no se suele regalar, al menos se puede entrenar a través de actividades tales como el ejercicio regular de la meditación, la práctica del altruismo o los baños de naturaleza" (p. 141).

La inmortalidad: "Es muy improbable que la simple modificación de uno o varios genes pueda hacer que nuestra longevidad supere el límite natural en nuestra especie, que por ahora se sitúa en torno al millón de horas que vivió Jeanne Calment. Como soy optimista, creo que, empleando alguno de los nuevos elixires de la felicidad, como por ejemplo la reprogramación celular y la edición génica, la ciencia nos proporcionará algunas oportunidades de extender la longevidad, pero siempre dentro de nuestros límites naturales. (...) Respecto a la inmortalidad, lo cierto es que no creo que sea un afán que deba estar en nuestra agenda de prioridades científicas o sociales. (...) Ser inmortal es una cuestión baladí y muy desaconsejada por los que han explorado con su imaginación esos inhóspitos territorios" (p. 161).

Los límites de la ciencia: "Y llego a la simple conclusión e que la ciencia nos aproxima a la verdad, pero no tiene los secretos del arte de la felicidad" (p. 203).