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SOLO EN CASA

En la línea de cajas se pasó miedo

Los supermercados no cerraron ni en las jornadas en que no podían ofrecer protección a sus empleados, que atienden a entre 200 y 400 personas al día

Un cajero, en un supermercado. JULIÁN RUS

Las cajeras de los supermercados han trabajado cara al público desde que dio cara el coronavirus. Cuando las avalanchas en busca de papel higiénico y lejía sin protección. Llevan más de setenta días de trabajo a presión en condiciones extraordinarias. De los 12.000 trabajadores de las cuatro empresas de minoristas de alimentación que tienen convenio en Asturias de los que tiene información la Federación de Servicios de CC.OO. han enfermado del coronavirus 18 personas. No están todos: faltan las grandes marcas con convenio estatal que operan en Asturias. Una fuente del sindicato se felicita de que no se hayan cumplido las previsiones catastrofistas que se hacían cuando la psicosis de aprovisionamiento del comienzo de la pandemia.

Los empleados de las cajas atienden entre 200 y 400 personas cada jornada. La línea de cajas de los supermercados ha estado en primera línea, también en la negación, el desconocimiento, el miedo, la desconfianza y la percepción del peligro de contagio. Por los dos lados. Hace dos meses algunas personas no querían ser vecinos de médicos o de cajeras, de personal no confinado, aunque estuvieran salvando vidas y facilitando que se no faltaran alimentos.

A Marisa le pudo el miedo.

(Marisa no se llama Marisa, pero no quiere que salga su nombre. Ninguna de las cuatro trabajadoras de este reportaje ha querido identificarse ni que figure para que empresa trabajan. No quieren líos con la empresa).

-Trabajé varios días cuando la gente avasallaba, había que exigir continuamente distancia, no había guantes ni pantallas de metracrilato y algún cliente me llamó ridícula por usar mascarilla. No aguanté más y me acogí a una excedencia que ofreció la empresa. Mi marido se arriesgaba a bajar a la compra y a todo. Yo quedaba en casa con mi hijo de 11 años, al que prohibí que fuera al colegio tres días antes de que se suspendieran las clases porque tenía compañeros enfermos. Pasaba la lejía a todo lo que entraba en casa. Por las noches tardaba en dormir y tenía pesadillas. Con el paso del tiempo me fui tranquilizando. Después de dos meses, la semana pasada me atreví a dar el paso de regresar al trabajo.

Lo que encontró es otra cosa.

-Ahora el 99% de la gente lleva mascarilla. Yo llevo dos: la mía y, por encima, la quirúrgica de la empresa. No puedo guardar los dos metros, como máximo un metro y medio y la mampara no me protege del todo. Un 60 % de la gente actúa correctamente. De los otros los hay que hasta se enfadan si les das una instrucción y dicen que ellos compran como les da la gana. Cada día se nota menos miedo. Entran como si fuera San Mateo. El fin de semana me sentí algo más insegura porque había mucha gente? pero lo puedo llevar. Al legar a casa me desinfecto con cuidado, pero ya no me ducho tanto.

María extrema la desinfección porque tiene un buen motivo para hacerlo: uno de sus hijos es persona de riesgo. Tiene 21 años, es asmático y precisa tratamiento.

-No he pensado en el contagio porque si no, no podría vivir, pero tomo todas las precauciones. Me quito los guantes al abrir la puerta de casa y toda la ropa y la echo a lavar. Me lavo las manos. Desinfecto el bolso aparte. La primera mascarilla que usé me la regaló un cliente. Las primeras de la empresa llegaron a finales de marzo. Ahora escasean los guantes. Soy de dormir 12 horas y he pasado a descansar regular.

Tiene 51 años, dos hijos a su cargo, está separada y ronda los 840 euros mensuales por su trabajo en un supermercado del centro de Oviedo.

-Trabajamos con mucha tensión por la pandemia y con mucha presión por el exceso de tarea y el poco personal. Durante la primera fase hubo sábados que los carros y los pedidos telefónicos nos desbordaron. Casi no tenías tiempo ni para beber agua. Con el cansancio y la tensión los nervios están a flor de piel y a veces tienes que aguantar las ganas de llorar.

Tere, ovetense, 40 años, casada, sin hijos, ha logrado ver una ventaja en medio de todos los inconvenientes.

-Nos cuidamos un poco más entre nosotros. El ambiente de trabajo es tan de trinchera que la relación entre los compañeros ha mejorado. No podíamos salir a desayunar ni podemos estar juntos, pero siempre había alguien que llevaba un bizcocho de casa y lo dejaba para los que venían después.

Con los clientes es distinto.

-En general, la gente es educada, pero a muchas personas mayores es necesario recordarles que mantengan la distancia y a algunas les parece mal. Hubo semanas en que se notaba a la gente alterada, ansiosa, irritada, aunque había tanto trabajo que yo apenas tenía tiempo más que para mirar qué marcaba la báscula.

Como medida de seguridad, Tere iba y venía del trabajo con el uniforme, para no andar con tanta ropa.

-Al llegar a casa me desvisto al pasar la puerta. Llevo la ropa a lavar o a orear al balcón, saco el calzado y directa a la ducha. Fui a trabajar con miedo y por las noches tuve pesadillas, pero ahora se va normalizando: la gente ya no te contagia su estrés y las calles no están desoladas cuando vas y vuelves del trabajo.

Ali lo llevó bien. Es de Oviedo, está casada, tiene 42 años y una hija.

-Soy positiva. La cría quedó con mi marido, que teletrabaja. No he tenido cerca ningún caso de coronavirus y siempre he pensado que era algo pasajero. Al principio me daba recelo coger el autobús, pero después de probar a ir andando tiré la toalla y volví a subir. Nos dieron la primera mascarilla el 13 de marzo, una quirúrgica para todo el día. Ahora hay de todo. Las gafas asfixian y tenemos un plástico delante.

Las condiciones de trabajo han sido lo que más ha notado en la pandemia.

-El cambio en los horarios, cuatro días seguidos de trabajo seguidos de tres de descanso parecía goloso, pero ha sido extenuante. Hemos tenido que cobrar o reponer a todo tren, hasta la semana pasada que empezaron a cambiar algo los hábitos de compra. Ha habido quienes hacían compras de cien euros para 15 días y los que bajaban cuatro veces al día, como siempre, ahora por unas patatas fritas, luego a por cerveza o vino y más tarde a por leche. Ahora llegan muchas personas a última hora del día, como en verano.

Mauricio Telenti, microbiólogo especialista en enfermedades infecciosas, extrae conclusiones de la situación en los supermercados.

-Aunque no en un primer momento, las mascarillas y la distancia protegieron a los trabajadores de supermercados. El entorno en el que trabajan es amplio. Tampoco ha habido brotes en industrias grandes -siderúrgicas, lácteas o del tipo que sea- cuya actividad siguió y donde los espacios son grandes y las mascarillas pueden formar parte del equipamiento de trabajo. Las cajas están cerca de la puerta, por donde corre el aire.

-El tiempo en cobrar una compra -el de exposición en el contacto con las personas- es corto.

-La mayor parte de la población que va a la compra está sana. Seguramente corrieron más peligro en las farmacias, a las que acuden las personas cuando están enfermas.

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