Cada tarde, una mujer observa desde el octavo piso de un edificio en la calle Carlos Marx de Gijón un trajín de gente de paseo, con niños, con perros, con la mascarilla bajada, fumando, demasiado juntos, demasiados grupos. Los contempla primero con sorpresa, después con una indignación que hace que destile rabia, impotencia. Porque María Santa Álvarez Paredes, así se llama la mujer, es a sus 67 años una de las supervivientes maltrechas del covid-19. Mes y medio ingresada, 15 días en la UCI, desahuciada varias veces y, contra todo pronóstico, viva aún.

En silla de ruedas, fatigada y cabreada, eso sí, cada vez que ve cómo la gente sigue juntándose sin precauciones, cada vez que los jóvenes se van de botellón, cada vez que la policía desaloja una fiesta ilegal, cada vez que ve a demasiada gente demasiado junta en la calle. “Vosotros no sabéis el infierno que hay en la UCI, es imposible hasta que no pasas por ello”, masculla mientras trata de recuperarse de una enfermedad devastadora, que acabó con su energía en cuestión de horas y de la que aún tardará mucho en salir en condiciones. “Ya veremos”, apunta.

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