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¿Cuántos asturianos seríamos si no se hubieran marchado los emigrantes? Un estudio lo revela

Los descendientes actuales de la gran emigración ultramarina sumarían al menos un millón de asturianos, según un estudio del economista Jesús Arango

Embarque de emigrantes a América en el puerto de El Musel, hacia 1920.

¿… Y si todos aquellos emigrantes no se hubiesen ido? Esto es un juego. Un ejercicio, una simulación con moraleja, una ucronía estadística que trata de recrear lo que habría sido de la historia si su curso se hubiese desviado en un punto determinado. La pregunta es cómo sería Asturias hoy si los jóvenes del siglo XIX y principios del XX que se marcharon a América buscando fortuna se hubiesen quedado aquí… La hipótesis la ha planteado, la ha desarrollado y respondido Jesús Arango, doctor en Economía y profesor jubilado de la Universidad de Oviedo: como mínimo, los descendientes actuales de los expatriados entre 1830 y 1930 darían para llenar otra Asturias de más de un millón de habitantes; como mucho, en los escenarios con más potencia reproductiva, el añadido podría llegar a ser hasta cerca de cinco millones y medio.

En su más reciente publicación, una minuciosa radiografía de la región que ha llamado “Reseña demográfica de Asturias”, el exconsejero de Agricultura del Principado entra con el bisturí en las desigualdades territoriales, en el retrato evolutivo histórico y la compleja realidad actual de la población asturiana y desemboca en esta simulación que quiere cuantificar los efectos que la gran emigración ultramarina de los asturianos del siglo XIX y los primeros albores del XX pudo haber tenido sobre el censo asturiano posterior.

Tomando como base el trabajo del economista Rafael Anes sobre “La emigración de asturianos a América”, y calculando el número de descendientes acumulados en diferentes escenarios según el número medio de vástagos por generación, a Arango le salen 1.026.410 “hijos” de aquella diáspora en la estimación más conservadora –la cifra de población más actualizada da 1.013.018 en 2021–, hasta 5.411.772 en la hipótesis más productiva. Este ejercicio va a concluir aproximando a esas cifras la abundante descendencia que aquel ingente éxodo de asturianos fue espolvoreando por el mundo, pero sirve también, o tal vez sobre todo, para imaginar qué habría sido de esta región si aquella gran marea de emigrantes expulsados por el hambre no hubiese sido lo que fue. El punto de partida calcula, con base en el estudio de Anes, que en los cien años que van de 1830 a 1930 se fueron de la región 396.641 personas, un número prácticamente equivalente al incremento que experimentó la población interior en el mismo periodo, cifrado en 399.918 habitantes de 1833 a 1930. A partir de ahí, según los cálculos del economista, el millón de asturianos residentes en la Asturias de hoy tendría un espejo en otro millón largo ahí fuera solo con que cada generación de indianos hubiese tenido de media dos hijos por pareja, con un treinta por ciento de solteros y uniones sin descendencia. Es el escenario numérico más conservador. Los demás elevan notablemente la cuenta. El volumen de la progenie actual de los indianos asturianos subiría a millón y medio si los dos hijos de promedio se corrigiesen con un veinte por ciento de parejas sin herederos directos y a algo más de tres millones y medio si el promedio fuese de tres hijos y el porcentaje de solteros o uniones sin vástagos, del treinta por ciento. En la hipótesis más expansiva, la magnitud de la herencia llegaría a rondar los cinco millones y medio con la media en tres niños por matrimonio y el promedio de uniones sin vástagos en el veinte por ciento.

Es la semilla multiplicada de aquella eclosión indiana y daría pues, al menos, para otra Asturias más grande que la actual. Y eso que aquí solo se cuentan cien años de emigración ultramarina, pero hubo muchos más… El ejercicio de cálculo hipotético sirve para poner de manifiesto la potencia expulsora de una región que ahora se duele de su censo menguante y envejecido que en aquel tiempo “echaba gente fuera”, abunda el autor, porque no podía alimentarla. La emigración a ultramar, expone Arango en su publicación, fue desde los comienzos del siglo XIX “una de las principales espitas que tuvieron las zonas rurales de Asturias para combatir la pobreza”, para “hacer frente a los excesos de población que no podía mantener una agricultura basada en un gran número de explotaciones de muy reducido tamaño y que eran incapaces de alimentar a las familias campesinas”.

Aquella Asturias distinta, que tenía 434.635 habitantes en 1833, en la que todavía la población de Oviedo y Gijón superaba por muy poco a la de Valdés, Cangas del Narcea o Tineo, siguió creciendo mientras expulsaba ingentes contingentes de personas al otro lado del océano. Queda dicho que los estudios cifran en casi 400.000 el recuento de los que se fueron en un siglo de auge migratorio en el que el censo progresó en una cifra similar. Estos cálculos dicen que su descendencia, generación tras generación, podría haber llegado hasta el presente por lo menos triplicada. Habría muchos más “asturianos de allá” que “asturianos de acá”, muchos más en todo caso que los apenas 136.000 que están inscritos en el padrón oficial de asturianos residentes en el extranjero.

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