De Constante a Casares, la batalla casa a casa contra el fuego en el Naranco

Dos núcleos de viviendas en la falda del monte concentraron los esfuerzos de los bomberos al mediodía y por la tarde, luchando con las rachas de viento

La Policía y los bomberos tratan de controlar la situación, a las dos de la tarde, en Constante. | Irma Collín

La Policía y los bomberos tratan de controlar la situación, a las dos de la tarde, en Constante. | Irma Collín / Chus Neira

Chus Neira

Chus Neira

La lucha contra el fuego, ayer en el Naranco, fue una guerra de guerrillas, un combate de los Bomberos de Oviedo casa por casa, intentando salvar las propiedades de unos vecinos que pasaron momentos muy malos, verdadero pánico con las llamas cambiando de un lado a otro al compás que marcaban las ráfagas de viento. Los peores momentos, además de Fitoria, se vivieron en la zona de Constante, al mediodía, y en Casares, un poco más avanzada la tarde.

El primer núcleo de casas estuvo amenazado desde la madrugada. Ignacio Díaz, que lleva doce años viviendo en la zona, se despertó sobre las dos y media de la madrugada sin que nadie le hubiera avisado. Tenía una sensación rara. Se asomó y vio el fuego. "Había mucho fuego, piqué a mis vecinos, a los dos únicos que tengo, y mi mujer se fue con mis dos hijos pequeños a casa de mi suegra". Desde ese momento se quedaron fuera de sus casas viendo cómo la lengua se paseaba lejos de sus viviendas. Quienes lo pasaban mal en ese momento, unos metros más arriba, casi a la vista desde la casa de Ignacio Díaz, eran el dueño y el hijo del dueño de la parrilla Buenos Aires, Juan Vigón.

"Lo tuvimos pegadito a todo, a tres o cuatro metros", contaba con el susto todavía en el cuerpo este hostelero. Quemó todo el matorral próximo pero el fuego, por suerte, no afectó. Las imágenes muestran grandes llamas a un lado y otro de la carretera, los bomberos pensaban que se iba a perder el edificio. Vigón recuerda algo similar hace veinte años, pero no tan grande.

Su parrilla no ardió y en ese momento también funcionó de cortafuegos de los vecinos de Constante los terrenos que Vigón adquirió hace unos años y convirtió en un pequeño campo de golf, un "pitch and putt" en la jerga.

Carlos Castro, ayer por la tarde, ante el foco de Casares, uno de los últimos en quedar controlado. | Irma Collín

Carlos Castro, ayer por la tarde, ante el foco de Casares, uno de los últimos en quedar controlado. | Irma Collín / Chus Neira

Ese terreno limpio y despejado fue durante toda la mañana el salvavidas de las casas de Constante, pero entre la una y las dos de la tarde, el viento cambió y las llamas empezaron a amenazar a las viviendas por otro lado. La situación se volvió más dramática cuando, según relataban los vecinos, otro fuego originado por los propios bomberos para controlar zonas limítrofes a las viviendas también empezó a descontrolarse.

Había dos viviendas amenazadas y pocos recursos. Venían los bomberos pero venían sin agua, protestaba una de las mujeres de la casa más grande, donde vivían dos familias. Con la llegada de los militares de la UME y nuevos movimientos de los bomberos de Oviedo la situación quedó controlada, pero las llamas estuvieron a punto de entrar dentro de la vivienda y llegaron a quemar el exterior de un gallinero. De las trece pitas que había dentro, diez habían muerto y otras dos, medio calcinadas pero todavía vivas, tuvieron que ser sacrificadas. Herminio García, tesorero de la asociación Fuente de los Pastores, destacaba de nuevo la importancia del campo de golf. "Estábamos viendo una lengua de fuego que podía ser muy peligrosa si se metía por unos eucaliptos por encima del Mirador, y eso fue lo que sucedió al final. Sin la limpieza que hicieron los de la parrilla con el campo de golf, todas estas casas hubieran desaparecido". García también denunció que el acceso con las cubas a estos puntos es muy problemático, y que situaciones como las vividas ayer reavivan la reclamación vecinal histórica de disponer de hidrantes en esta parte del Naranco, junto a los monumentos, y no a dos kilómetros, donde ayer tenían que recargar los camiones.

Por la tarde, esos mismos eucaliptos amenazaban una casa en Casares, uno de los últimos focos en poder ser controlados ayer a última hora. Dos vecinos, Carlos Castro y Ángel Miguel Pando, maldecían los niveles de protección que padecen en esta zona y la falta de atención que sufre el monte por otra. "Y al jabalí luego no se le puede tocar, pero bueno, ahora, con esto, por lo menos estarán un par de años sin venir".

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