Asturias exporta talentos

Moradiellos anima a pasar "una temporada larga fuera del área de confort territorial"

"Para reconocer y amar tus orígenes de verdad no hay nada mejor que salir de ellos y contemplarlos desde fuera para apreciar sus virtudes y carencias", afirma el historiador

Enrique Moradiellos.

Enrique Moradiellos. / LNE

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Enrique Moradiellos (Extremadura). Nacido en Oviedo en 1961, es licenciado de Grado y doctor en Historia por la Universidad de Oviedo. Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura, es académico de número de la Real Academia de la Historia de España –medalla número 31– y académico correspondiente de otras 16 academias nacionales. Premio Nacional de Historia, sus obras son manuales de consulta imprescindibles.

Hagamos un poco de historia. Enrique Moradiellos nació en un Oviedo de 150.000 habitantes a principios del año 1961, "cuando todavía imperaba en España la dictadura del general Francisco Franco". El historiador vino al mundo "en el seno de una familia nuclear de cuatro hijos –siendo yo el varón y el menor– bien integrada en la ciudad –tanto mi madre, Enedina, como mi padre, Enrique, procedían de familias numerosas y bien avenidas–. Soy, por tanto, hijo de ese fenómeno histórico que conocemos como el baby boom auspiciado por el desarrollismo franquista".

El recuerdo de aquellos años siempre permanecerá en su memoria porque "fui un niño y joven muy feliz, abrigado por sus padres y cuidado por sus hermanas. Mi madre era una mujer de una inteligencia natural notable, voluntariosa, católica y conservadora, que estudió lo justo para emprender varias iniciativas comerciales y acabó siendo la propietaria de una peluquería para señoras de cierto éxito. Mi padre, que era su perfecto complemento, aunque más escéptico por ser huérfano prematuro, empezó siendo un joven empleado del restaurante de su suegro, donde se enamoró de su hija, y terminó trabajando en el mejor hotel por entonces de la ciudad, como hombre de confianza de su director y cuñado, mi tío Alfredo".

Es muy consciente, desde hace años, "de lo mucho que influyó en mi manera de ser y de estar mi lugar de nacimiento y de formación hasta bien terminados los estudios universitarios. Me licencié en 1984 en Historia. Sobre todo porque desde los 26 años vivo fuera de Oviedo y de Asturias. Primero, en Gran Bretaña durante casi cinco años, donde completé mi formación doctoral con una tesis sobre el Gobierno británico y la Guerra Civil española, y luego en Madrid durante más de un decenio, hasta recalar en Extremadura, de cuya Universidad soy catedrático desde 2007. Y para reconocer y amar tu cuna y orígenes de verdad, creo que no hay nada mejor que salir de ellos y contemplarlos desde fuera y con términos comparativos, porque ese extrañamiento te permite apreciar sus virtudes y acaso sus carencias. Además, la categoría de emigrado y extranjero, con sus dosis precisas, favorece mucho la capacidad analítica de todo historiador, y sólo hay que recordar a dos fundadores del oficio: Heródoto y Tucídides".

Podría suscribir lo que dijo sobre él un periodista allá por noviembre del año 2017, "cuando recibí la distinción de ‘Asturiano del mes’ que otorga LA NUEVA ESPAÑA: ‘Un ovetense de pura cepa nacido en la calle del Fontán’. Muy cierto. Me apasiona mi ciudad porque en cada visita que hago, fugaz o prolongada, me reconozco en cada una de sus plazas y lugares, bien porque su trama urbana me evoca momentos y personas queridas, bien porque me gusta la gentileza de sus gentes, el ritmo apacible de su vida cotidiana o la increíble calidad de su oferta cultural. Además, allí sigue viviendo la mayor parte de mi familia, tanto materna como paterna, incluyendo mis tres hermanas (Ángela, Carmen y Edy) y la mayoría de mis sobrinos. Y de allí es también la familia de mi mujer, Susana, lo que refrenda nuestra compartida querencia por la dulce ‘tierrina’ de origen, el hogar de nuestros padres y abuelos tan amados, el ámbito conocido y añorado de nuestra niñez, adolescencia y primera juventud. Incluso nuestra hija, Inés, que nació en Madrid, asume también su condición de asturiana sin reservas".

En términos sentimentales casi topográficos, Oviedo "significa sobre todo el hogar familiar, que fue primero una casa en plena plaza del Fontán, compuesta por un bajo comercial (con tienda de ‘mercería’ regentada por las mujeres de la familia materna), un primer piso (donde vivían los abuelos) y un segundo piso (donde estaba mi familia). Luego, con apenas 5 años, tuvimos que trasladarnos ya a un edificio más moderno en la calle Palacio Valdés, porque mi nacimiento y mi condición de varón exigían más espacio para una familia numerosa que acumulaba muchos artefactos y tenía que ofrecer habitaciones separadas a sus cuatro hijos (incluyendo biblioteca y mesas de estudio). El cambio, entonces, me pareció terrible porque significaba salir del entrañable cogollo histórico y tener que andar mucho (apenas un cuarto de hora, en realidad) para llegar al nuevo domicilio desde la casa de los abuelos (que siguió siendo el eje vital de la familia, sobre todo por las visitas a comer con ellos los fines de semana, como norma habitual).

Oviedo también significa mis lugares de formación intelectual, precisamente porque mi madre –con más énfasis que mi padre, en línea con el matriarcado clásico que rige de facto en el norte peninsular– otorgaba un papel crucial a esta dimensión educativa de sus hijos. Era consciente de algo que entonces era regla común, al menos, en muchas zonas y segmentos sociales de aquella España en vías de modernización acelerada: la educación era la clave para prosperar y encarar el futuro con seguridad y todo esfuerzo en ese sentido era no sólo sensato sino fructífero a largo plazo".

El primero de esos lugares fueron las conocidas como "escuelas blancas", "el colegio nacional Leopoldo Alas ‘Clarín’, un imponente edificio racionalista de principios del siglo XX en el distrito de San Lázaro, donde hice mis estudios de Primaria, aunque durante un par de cursos frecuenté como párvulo el colegio Amor de Dios, regentado por religiosas, que estaba al lado de la casa del Fontán. Después, ese lugar lo ocupa el cercano instituto público de Enseñanza Secundaria en el que hice todo el Bachillerato, dedicado también al autor de ‘La Regenta’, sin duda, para mí y muchos otros, la mejor novela en lengua española después de ‘El Quijote’ cervantino. Y finalmente, debo mencionar la propia Universidad de Oviedo, que tenía entonces su Facultad de Filosofía y Letras en el venerable convento benedictino que está a la vera del ábside de la Catedral, en el que había brillado la voz ilustrada del padre Jerónimo Feijoo en el siglo XVIII y en el que tanto mi mujer como yo aprendimos los rudimentos de nuestra disciplina con provecho notorio a la par que disfrutábamos de los placeres de la vida estudiantil despreocupada".

Y volvemos al presente. Moradiellos apunta que "no me atrevo a emitir ningún consejo ni mínima sugerencia a mis paisanos de Asturias porque la distancia me impide formar juicios solventes y porque las carencias o incluso defectos que aprecio de cuando en cuando no son fáciles de resolver o son de orden menor e inevitable. Si acaso, de manera general, recomendaría a todo el mundo –y lo hago siempre con mis alumnos universitarios– pasar una temporada larga fuera de su área de confort territorial porque así luego se ven mejor las cosas cercanas, desde fuera y desde lejos, y se despoja uno de ese innato narcisismo atávico que afecta a quienes siempre están en el mismo sitio, rodeados de los mismos paisajes y paisanajes, sin contraste, sin cotejo alternativo, sin referencias comparativas, sin mínimo atisbo de otras formas de vida y existencia, mejores o peores, pero diferentes y enriquecedoras".

Suscríbete para seguir leyendo