Hacia un nuevo despertar

El goce de las pequeñas cosas frente a la deformación virtual de la vida

Hacia un nuevo despertar

Vivimos en una sociedad enferma que mata a los niños antes de nacer y a los viejos antes de morir, una sociedad para quien el fin justifica los medios, todo vale, todo el mundo tiene la razón y cuyos fundamentos básicos y esenciales son: la muerte de Dios, el indiferentismo religioso, la soberbia de la vida, el poder de los sentidos y la temporalidad absurda y banal de la existencia.

Quienes piensan que el espíritu es pura imaginación, una mera entelequia , que no existe vida después de la vida, estamos solos en la Tierra y no hay nadie por encima de nosotros que nos gobierne y ame obtiene pingües beneficios, la recompensa de la gratitud a la ideología atea, pagana, positivista y hedonista triunfante.

Por contra, quienes viven de conformidad con sus principios morales, enseñanzas religiosas, profundas convicciones de conciencia, afirmando que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de su creador, que la vida merece la pena, que por encima de lo aparente y fugaz destella y fulgura una realidad superior están condenados al silencio, la marginación cuando no son perseguidos y castigados.

Cuanto menos fe tiene el hombre más fácil es de llevar al matadero de sus propias ruinas; se ha creado con alevosía y premeditación, desde hace mucho tiempo, un mundo a la medida para que quienes mandan de verdad lleven a efecto sus proyectos individuales. Cuanto menos se sepa de ellos con más facilidad los llevarán a cabo. Cuanta más grande y universal sea la mentira menos posibilidades tiene de ser creída.

El terror, sabiamente utilizado, está arrancando los últimos vestigios de lucidez, permitiendo que las personas no hagan lo que tienen que hacer y realicen lo que no deben

El terror, sabiamente utilizado, está arrancando los últimos vestigios de lucidez , permitiendo que las personas no hagan lo que tienen que hacer y realicen aquello que no deben. La supervivencia, a cualquier precio, se ha convertido de pronto en uno de los dogmas imperantes de la modernidad vulgar y decadente,

Todo está permitido si está al servicio de una ciencia más que sospechosa y de un progreso falsamente entendido. La inmensa mayoría de la gente está dispuesta a aceptar lo que le echen si es para su propio beneficio e interés, aunque sea lo más contrario a la razón.

Los que dirigen esta pandemia y sus funestas consecuencias saben bien lo que traen entre manos. No hay peor sordo que el que no quiere oír. Los suicidios y las enfermedades del ánimo están aumentando de forma escandalosa. La pérdida de los valores, la renuncia a los derechos y libertades, el pánico a ser contagiado, la distancia social, el abandono de los moribundos, la abundante soledad no sonora, el desprecio agresivo a la vejez y el sálvese quien pueda como nuevo paradigma de la calidad nos han llevado a situaciones límite más que penosas.

No he escuchado durante este último año y medio de pesadillas diarias ni tan sólo una vez la palabra Dios, amor, compasión, felicidad y paz interior, como si el corazón fuera barrido de repente por un tsunami devorador que no haya dejado huella. Peor que morir es no haber vivido y vivir con terror en el alma.

La aceptación ciega y sumisa del credo institucional es el nuevo dios de los tiempos presentes. Si no nos rebelamos contra el absurdo, la sinrazón, lo anodino, la locura colectiva, el miedo inmisericorde, las medidas restrictivas, la ausencia de infalibilidad, y retornamos a las fuentes prístinas de la compasión, la piedad, la misericordia, los buenos sentimientos, la ayuda desinteresada y la poesía del alma estaremos perdidos, nos convertiremos en cómplices necesarios de una muerte gregaria sin haber prestado batalla alguna.

El intento global de transformar la raza humana en un experimento cibernético sustituyendo la naturaleza original y la vida por una deformación virtual ya es un hecho, supera con creces toda pesadilla de tiempos pasados. Si no miramos al cielo nunca podremos ver las estrellas. Nos queda poco tiempo para reaccionar y sentir el goce de las pequeñas cosas que amamos, el placer insustituible de estar con los seres que queremos y la satisfacción plena y absoluta de darle gracias a las potencias sobrenaturales de la vida.

Los que mandan no son los que gobiernan; en los momentos finales de la humanidad los demonios del mal se disfrazan de ángeles de luz para culminar sus terroríficos manejos contra el ser humano llevándolos a efecto con una inteligencia sutil digna de encomio, con suavidad, lentamente, como si no estuviera pasando nada para que cuando sea descubierta su estrategia sea demasiado tarde.

O volvemos a la luz o seremos devorados por las tinieblas. Los Evangelios contienen magnas verdades que nos pueden orientar y fortalecer: hay que saber leerlos y vivirlos. La oración abre puertas infinitas e insospechadas hacia la eternidad. El cielo protege a quienes auxilian a los débiles y necesitados. Al final permanece una sola certeza: sólo Dios puede salvarnos.

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