Myriam MANCISIDOR

José Manuel Villafón, Raquel González, Luis Gutiérrez Camino y Marcelino Argüello Menéndez son algunos de los invidentes -todos ellos afiliados a la ONCE- que participaron en la primera visita guiada para ciegos y disminuidos visuales que organizó el Ayuntamiento de Avilés. La curiosa visita coincide con los actos que estos días celebra la ONCE en la ciudad con motivo del 70 aniversario de su asentamiento en la región. Los participantes en el itinerario hicieron de Avilés una ciudad para los sentidos: la belleza se podía oler, oír y también tocar.

La excursión partió la oficina de turismo y siguió hasta el comienzo de la calle La Ferrería, en la entrada más próxima al Ayuntamiento. La guía explicó a los invidentes y a sus acompañantes -en total, trece participantes- que Avilés tuvo durante la Edad Media el principal puerto del Cantábrico que permitió las relaciones comerciales con el resto de Europa. Por aquellas fechas, explicó, la ciudad se amuralló. «Hace años se encontraron restos de la muralla y se decidió marcar con baldosas negras por dónde iban los muros», manifestó la guía. Raquel González, ciega de nacimiento, hizo entonces alarde de ingenio imaginándose una ciudad «de color ocre» repleta de artesanos que trabajaban en los soportales para protegerse de las inclemencias del tiempo.

La ruta continuó por La Ferrería, el Palacio de Valdecarzana (uno de los restos más antiguos de arquitectura civil que se conservan en la ciudad) y la plaza de Carlos Lobo, antaño conocida como la del Barro porque era donde los artesanos de Miranda vendían sus obras. Para Luis Gutiérrez Camino, ciego desde los 51 años por un desprendimiento de retina, la excursión fue «un viaje simpático» por Avilés. De la iglesia de los Padres, los invidentes y la guía continuaron el recorrido por la cuesta La Molinera. Lucrecia García, viuda de un invidente, dijo entonces: «La pena es que mi marido no pueda sentir todo esto». García fue durante mucho tiempo lazarillo de su marido. La ruta siguió por la plaza de Camposagrado y La Fruta, decorada con balcones de forja. Un participante en la excursión apreció en esta última calle: «Aquí hay ambiente, huele a cafetería». El Parche estaba cerca.

Marcelino Argüello Menéndez, que sufre degeneración macular (daño en el fondo del ojo), intentó entonces reconocer aquel Avilés que vio de niño cuando el tranvía recorría las calles más céntricas. «Este tipo de iniciativas están muy bien», dijo agarrado al brazo de Ángela Sánchez. De El Parche, la excursión siguió por Galiana donde los invidentes apreciaron el suelo de canto rodado que aún se conserva y que en su día evitaba las caídas de quienes caminaban con madreñas camino de las huertas. De Galiana, al parque Ferrera, la zona verde más extensa de la ciudad con 81.000 metros cuadrados.

Lejos del asfalto y antes de poner punto final a la excursión, los invidentes y disminuidos visuales tuvieron la oportunidad de oler Avilés en primavera. Y el resultado les gustó. Aunque la ciudad, precisaron, tiene demasiadas cuestas y más peldaños para unas piernas ya veteranas que caminan al ritmo del bastón.