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La crisis de una cadena textil avilesina Análisis

Julián Rus y la cornucopia

El fundador de Los Telares gestiona el fracaso de su empresa con la misma humanidad que le imprimió en los días exitosos

Julián Rus, sentado, ayer, bajo el cuerno de la abundancia que forma parte del mural decorativo que preside el salón de plenos de la Cámara. R. SOLÍS

Las gotas de sudor que perlaban la frente de Julián Rus Cañibano al término, ayer, de su comparecencia voluntaria ante los medios de comunicación delataban lo mal que lo había pasado contando su verdad de los hechos acaecidos en Los Telares, ahora un guiñapo en vías de liquidación, hasta hace siete años un grupo textil con buena reputación y que daba empleo estable y bien remunerado a más de ochocientas personas en España, centenar y medio de ellas en Asturias.

Julián Rus, fundador y hasta diciembre de 2014 administrador de Los Telares, no rompió a sudar delante de los periodistas por tener que admitir su propia culpa en la quiebra de su empresa -que también lo hizo entre dientes-, sino por su proverbial timidez y por lo poco que le gusta el protagonismo. Pero aún así, dio la cara en la peor circunstancia a la que un empresario se puede enfrentar -el hundimiento de su obra- y no se guardó nada en el buche. Una vez más, este oriundo de Astorga reconvertido en avilesino dio la talla -y la cara- como persona de bien que es; cuesta recordar otros de su sector que en el pasado, y en una situación parecida, hubieran tenido los mismos redaños.

Julián Rus eligió el salón de plenos de la Cámara de Comercio de Avilés para la escenificación de una amarga derrota que desluce casi 40 años de brillante trayectoria empresarial. Llegó puntual a la cita, acompañado a modo de anfitrión por Heriberto Menéndez, el responsable de ferias y congresos de la institución cameral. O sea, que en realidad estuvo solo ante la opinión pública. Una constante, esa soledad, durante los últimos años, porque cuando la cosa se puso fea a Julián Rus le abandonaron a su suerte y le dieron la espalda. Las puertas que se abrían de par en par en los días de vino y rosas quedaron cerradas a cal y canto, muchos teléfonos dejaron de devolver las llamadas y algún que otro presunto amigo escurrió el bulto.

Pero no hubo reproches en el ordenado, esclarecedor y sereno discurso que pronunció Rus por la condición de apestado a la que le relegaron quienes no hace muchos años hacían cola en su despacho para obtener favores. El empresario fue benévolo y sólo cargó contra el Idepa, un organismo público regional supuestamente orientado al apoyo a las empresas, del que se preguntó para qué sirve, y contra los gestores nombrados por el grupo inversor Gryphus Partners que a ojos de Rus precipitaron con su ineptitud el fin de una empresa que sí tenía futuro.

En realidad, Rus casi tuvo más palabras elogiosas que hirientes. Hasta por cuatro veces mentó a la plantilla -a su gente- e hizo ver con la voz casi quebrada por la emoción que vive como un drama interno la pérdida de empleo asociada a la liquidación de Los Telares. También tuvo palabras de encomio para su "mano derecha" Víctor Álvarez León, fulminado por los nuevos gestores a la mínima oportunidad que tuvieron. Y no faltó un apunte para el avilesino Luis Ángel Colunga, director general de Industria, del que dijo que se desvivió por hallar una fórmula que permitiera reflotar la empresa textil.

Julián Rus llevaba una especie de guión escrito en el papel que sus manos mantenían firme, pero apenas miró para él. Seguro que había meditado mucho lo que iba a decir y la intervención le salió de carrerilla. Es lo que tiene decir lo que se siente, que no hace falta chuleta. También ayuda al buen hilado de cualquier discurso desnudar la verdad, y esa fue la impresión que dejó la intervención de Rus: que se había sincerado con la gente de la que es verdaderamente deudor, la sociedad asturiana y sus trabajadores. No lo llegó a decir, pero se intuía que en cualquier momento iba a pedir perdón por haber fallado a tanta gente.

A la espalda del hombre que sentado en la cabecera del plenario de la Cámara de Comercio desgranaba el calvario de su empresa, ¡qué cruel ironía!, una cornucopia -también llamada el cuerno de la abundancia- vertía un caudal infinito de monedas de oro. Esa alegoría de la riqueza forma parte del gigantesco mural que decora la sala noble donde se reúnen los empresarios avilesinos desde hace más de un siglo para debatir de sus asuntos. Ese cuerno de la prosperidad que según la mitología griega Zeus rompió sin querer a la cabra Amaltea dejó un día de ser benévolo con Los Telares y eso explica el triste desenlace de la empresa. Cosa que Julián Rus, menos prosaico, dijo con otras palabras: "Los bancos nos negaron crédito y una empresa sin financiación se acaba muriendo de asfixia".

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