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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Historia de un burro

La búsqueda de un pollino que tuvo en jaque a medio pueblo

Historia de un burro

De nuestro corresponsal, Falcatrúas

La historia de hoy no va de vacas, el material ambulante que más abunda en Bildeo, sino de un burro, el "Canelo", de Casa Fonso. Nemesio, el paisano de casa, había comprado en un pueblo cercano, en 1927 y por tres duros, un proyecto de jumento camuflado entre las patas de la madre. Fue a buscarlo al cabo de una temporada y llegó con él a casa en el momento en que nacía su nieta Josefina, coincidencia que el hombre le recordaba siempre:

-¡Se nota que sois de una quinta, salisteis igual de cabezones!

El "Canelo" fue creciendo al tiempo que los ocho o diez chiquillos de casa, compartiendo trabajos, trastadas, palos, lo que tocara, y era feliz cuando lo dejaban suelto por el pueblo, a su aire, sin cabezada, sin aparejos, paciendo las orillas de los caminos, espurriendo el pescuezo para alcanzar algo verde y sabroso... aunque fuese de propiedad ajena.

Decir que era el burro más listo que se conoció en el pueblo es poco decir. Sabía abrir algunas portillas y carriles, habilidad que quedó bien patente cuando los de en Cá la Aragonesa constataron que "alguien" les estaba comiendo las espigas de una tierra cerca de casa. Felisa, dueña de la finca esquilmada, se dispuso a cazar al ladrón apostándose durante horas y horas en lo alto de la panera a lo largo de varios días, y aquellas vigilias tuvieron su recompensa: llegó el "Canelo" paciendo aquí y allá, distraídamente, hasta llegar a la portilla de acceso al trigal, mordió el listón de madera que hacía de cierre, tiró de él hacia arriba desencajándolo de su ranura, empujó y entró sin mayor problema; la portilla estaba algo desequilibrada y se cerró sola. Felisa quedó estupefacta; aguardó media hora sin moverse, observando boquiabierta cómo el burro comía el pan tranquilamente y salía después repitiendo la maniobra de entrada.

-El muy cabrón, -explicó a Carme Fonso, cuando fue a denunciar al ladrón- no entraba pisoteándolo todo, no, iba comiendo las espigas de la orilla.

Carme y Felisa rieron largamente la hazaña de "Canelo", como si fuera la trastada de un guaje, no hay cosa mejor para arreglar los problemas domésticos que un poco de café adobado con unas gotas de anís corriente, porque entre el mujerío de Bildeo el aguardiente siempre tuvo mucho predicamento.

Andaría "Canelo" por los veinte años cuando en una de sus correrías lo vieron tomar el Camino de Misa, el que corta la Pena la Cuendia y baja a Las Pontes, y no regresó a casa al atardecer, como hacía siempre. Salieron a buscarlo aquella noche con candiles, sin resultado. A la mañana siguiente, casi toda la familia estaba recorriendo al camino arriba y abajo, buscando huellas; nada. Lo llamaron durante horas, sin que respondiera con sus rotundos rebuznos que podían oírse desde los concejos limítrofes. Al día siguiente, igual, y al otro y al otro.

La abuela Rosalía acudió a Delfa, la bruja oficial de Bldeo:

-¡Ese pollín tá vivo!

Y con esa seguridad, redoblaron la búsqueda. Que se hubiera escapado era poco probable; muchas veces lo habían prestado a vecinos, formando parte de reatas, o simplemente había quedado en el monte durante semanas pastando con otras caballerías y nunca se escapó. Era un burro muy de familia, en casa todos lo trataban bien, conocía las fincas propias, también conocía las ajenas y en cuáles podía robar algo... En cuanto a que alguien se lo hubiese llevado, todavía hoy, con la ayuda de la informática, cuesta mucho trabajo convencer a un burro de hacer algo que él no quiera.

A los quince días, Bernardino, uno de los chavales de casa, se atrevió a bajar por un lugar imposible, un barranco cubierto de piornos y escobas, y alcanzó a ver una peña cortada en forma de terraza asomada sobre el río; allí yacía el "Canelo", inmóvil, aparentemente muerto. Había comido todo lo verde que pudo alcanzar desde la trampa en que había estado preso, la hiedra, el musgo que tapizaba la roca; dos o tres árboles que nacían de la misma peña lucían sus troncos roídos. ¡Cuánto pudo sufrir el pobre "Canelo"! El fragor del río, a pocos metros, precipitándose de cascada en cascada había impedido que el burro oyese las voces que lo llamaban y nadie pudo escuchar sus rebuznos desesperados.

Al rescate fue medio pueblo; pasaron unas cuerdas en torno a su cuerpo envuelto en sacos, todo huesos, para evitar hacerle daño, lo izaron con gran esfuerzo y depositaron al pobre burro en un carro que alguien se ocupó de llevar previsoramente. Murió al día siguiente, a pesar de todos los cuidados que se le prodigaron y rodaron lágrimas por tiernas mejillas y canosas barbas.

Seguiremos informando.

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