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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Correr detrás del ganao

El encuentro de un pastor bildeano con Franco

Correr detrás del ganao

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

En el Antiguo Régimen, la única crítica a la suprema autoridad del Estado que se toleraba, hasta cierto punto y sin garantías de impunidad, eran los chistes que se contaban de Franco, tan populares como malos. "La Codorniz" tuvo mucho mérito sacando humor a costa del Gobierno de la época, humor negro, claro; y pagó patos y platos ajenos en más de una ocasión por ello, cuando lo propio hubiera sido condecorar a toda la redacción.

Franco venía por Asturias a pescar salmón con cierta frecuencia y algunos pozos del Narcea figuraban entre sus lugares habituales. Cuentan que, en una ocasión, después de estar sentado a la vera del río tomando una frugal colación, él no era de grandes farturas, se dejó la cartera encima de una piedra y nadie de su nutrido acompañamiento se dio cuenta del olvido. Un rato más tarde, pasó por allí Abelardo, un pastor de origen bildeano al que contrataban en los pueblos de la ribera para cuidar un rebaño mixto de cabras y ovejas que pacía las márgenes del río arriba y abajo.

Eran unas franjas de anchura variable, entre un palmo y cincuenta metros, terreno de nadie a lo largo de varios kilómetros entre la carretera y el fluctuante cauce del río que servía de acceso a los pescadores, alimentaban de hierba y espinos a unos rebaños de ganado menudo y no se explotaba más en serio porque sufría frecuentes inundaciones en cuanto abrían las compuertas de una presa, unos kilómetros aguas arriba. A veces, sin dar aviso alguno, el agua empezaba a subir de repente y en pocos minutos podías quedar atrapado por la corriente en algún islote entre brazos del río en el mejor de los casos. Por eso, era imprescindible que hubiese un pastor, so pena de que más de cien ovejas y cabras apareciesen en San Juan de la Arena como una mesnada de turistas a picar algo en el asador de El Gurugú, donde trabajaba un hombre ennegrecido por el sol y el humo.

Abelardo identificó sin muchas dificultades al dueño de la cartera y, como lo había visto de lejos marchar río arriba, dejó el rebaño pastando al cuidado de los perros y emprendió la persecución del entonces Generalísimo y Jefísimo del Estado. Allá a lo lejos vio un enjambre de zánganos haciendo como que hacían algo en torno a la abeja reina, se fue aproximando y cuando estuvo a unos quinientos metros ya fue encañonado, detenido, registrado, interrogado, etcétera. No lo fusilaron antes porque los tiros habrían espantado los salmones y a ver qué explicaciones daban los responsables al gallo de la quintana; nuestro hombre ya estaba agobiado de tan mal recibimiento, aquellos sujetos pensaban que él iba con malas intenciones, armado con un bastón y una navaja de Taramundi, vaya una pila de cretinos.

Franco preguntó qué pasaba, le entregaron la cartera y como los salmones no picaban ordenó que trajeran aquel hombre a su presencia y sin magullar. Este fue el diálogo, revelado por un miembro de su séquito tras muchos años celosamente guardado, por la importancia histórica de su contenido:

-Así que usted es la persona que encontró mi cartera. Cuénteme cómo fue.

-Pues nada, Excelencia, estaba yo cuidando el rebaño de cabras y ovejas, me senté a comer un bocadillo y cuando vi tanta gente por el río, saqué los prismáticos para ver qué pasaba y recordé que Vuecencia vienen todos los años por estas fechas a pescar; después de que se hubieran marchado río arriba, pasé por allí y descubrí la cartera sobre una piedra grande, donde había estado sentado usted, así que la cogí, eché a correr para devolvérsela y fue cuando me detuvieron.

-Pero hombre, no tenía que haber corrido todo ese trayecto, simplemente con que la hubiese entregado a un guardia civil, me la habrían entregado.

-No se preocupe su Ilustrísima, estoy acostumbrado a correr detrás de las cabras y los borregos.

Nuestro hombre tal vez esperaba alguna recompensa por recoger la cartera y correr un par de kilómetros para devolvérsela a un personaje tan importante, pero entre las virtudes de Franco no estaba la generosidad.

El bueno de Abelardo vivió aún muchos años para contarlo, solía actuar en las tabernas y bares de Belmonte, Cornellana, Salas y Grado; cuanto más lo contaba, más lo adornaba con nuevos datos y más le pedía el público que lo repitiera a cambio de un vaso de vino... o dos; se mantuvo décadas con esa pequeña historia y acabó alcoholizado por culpa de Franco, de la maldita cartera y por hacer una obra de caridad a un personaje tan importante y tan rácano; la gente corriente suele ser más agradecida. Seguiremos informando.

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