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JOSÉ MARÍA LEÓN PÉREZ | MÉDICO JUBILADO Y EXALCALDE DE CASTRILLÓN, PIONERO DE LA MEDICINA LABORAL

Don José vuelve a ser Pepe

El hombre que repartió salud a bordo de una moto cuando la sanidad local estaba en pañales paladea una benéfica jubilación en su Salinas del alma

José María León Pérez. MARA VILLAMUZA

El poco halagüeño proverbio que dice "médico nuevo mata a medio pueblo" no se cumplió, afortunadamente, cuando José María León Pérez acabó la carrera de Medicina y, tal como era su sueño, volvió a su Salinas natal para trabajar como médico. El galeno, ahora ya jubilado, puede echar la vista atrás y reconfortarse con una extensa hoja de servicios premiada con una buena reputación popular que se plasma en la amistad de decenas de convecinos y el cariñoso saludo de castrillonenses de toda edad y condición que ven en "Don José" a aquel hombre afable que se desvivía por curar a los enfermos y daba consejos saludables aunque él no los pusiera todos en práctica, caso de la afición al tabaco que mantuvo hasta que pilló una bronquitis de caballo cuando ya había dejado atrás los 70 años.

José María León Pérez, nacido en 1930, se empeñó en ejercer la medicina por admiración hacia su abuelo, José María Pérez, que fue médico de la Real Compañía Asturiana de Minas (RCAM) y Alcalde de Castrillón. Y tan redonda le salió la imitación que, efectivamente, fue médico, trabajó en el servicio de medicina laboral de la RCAM y con el andar de los años también fue alcalde. No es de extrañar, por tanto, que la gente dejara de llamarle "Pepelón" -mote surgido de la contracción de Pepe León- y empezara a tratarle de don: Don José. Y es que antaño el médico era toda una autoridad. Ya con 87 años a cuestas -serán 88 el mes que viene-, anda Pepelón empeñado en dejar de ser algún día "Don José", un pesado tratamiento de respeto para quien siempre quiso ser "uno más y estar al servicio del pueblo". Eso era lo que le atraía de ser médico -la posibilidad de devolver la salud a los enfermos- y lo que le hizo entrar en política. Claro que le bastaron dos meses como alcalde para desengañarse de que esa actividad iba a ser mucho más ingrata que la medicina.

Al hombre que, por ejemplo, no ponía reparo alguno en coger la moto a horas intempestivas para ir a atender una urgencia a cualquier pueblo de Castrillón y tenía la costumbre de hacer revisitas para verificar la eficacia del tratamiento prescrito se le atragantó bastante el ser alcalde y tener que pasarse los días desactivando las minas que colocaba la oposición, amén de la presión social favorecida por su pasado como médico afable y bonachón. Como sería aquello que Pepelón desertó del bar habitual donde echaba la partida de tute y emigró a un chigre de San Miguel de Quiloño para poder cantar las cuarenta en paz, sin que ningún pedigüeño le agobiase.

Tanto la etapa médica como la política han quedado atrás en la vida de Pepelón. Son capítulos cerrados. De la primera, queda un amplio currículum en el que destacan cargos de responsabilidad en el Hospital de Caridad (hoy de Avilés), en el Ambulatorio de Llano Ponte (hoy demolido), en el servicio médico de la RCAM, en la Casa del Mar de Avilés, en la Comisión de Seguridad en la Industria Siderometalúrgica y en el Colegio Oficial de Médicos de Asturias. Y con todo, de lo que más orgullo siente Pepelón es de haber sido "médico de pueblo". De la política, queda un pacto inquebrantable de lealtad a Francisco Álvarez-Cascos, con el que se fue a Foro y al que le unen lazos de amistad. Y en general, mucha paz, esa que, según dice, le permite dormir a pierna suelta todas las noches. La satisfacción del deber cumplido.

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