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ANGUSTIAS GONZÁLEZ | HOSTELERA RECIÉN JUBILADA

La cocinera que no quiere parar quieta ni un minuto

La mujer que ha sido el alma de Don Sancho lleva la vida entre fogones y confiesa que prefiere trabajar para cien que para dos

Angustias González, junto a una mesa del Don Sancho.

Angustias González podría llamarse Fortaleza. Nació cuando más frío hacía en Granada, un febrero de hace casi 65 años. Llegó a Avilés con dieciocho meses y en la comarca hizo su vida como hija de uno de tantos que dejaron sus orígenes en busca de un futuro próspero al calor de Ensidesa. Estudió en Valliniello y con trece años comenzó a trabajar, hasta hoy. "Estuve en casas, en un taller cosiendo...", explica. Con 17 años se casó con Antonio Regueiro, tan gallego como transportista. Del matrimonio, dos hijos: Belén y Jesús.

Si algo le gustaba a Angustias González más que nada era pasar los veranos como campista en Bañugues. Y, casualidades de la vida, fue donde esta granadina forjó su camino. "Tenía fama de cocinar bien para los amigos en el camping y casi sin darme cuenta me vi de cocinera en este camping", relata. Después de dos temporadas arropada en la cocina, Angustias dio el salto en solitario. La cocinera pasó a ser guisandera. Disfrutaba elaborando para decenas de comensales paellas y, sobre todo, productos fresco de la mar: marisco a la plancha, besugos...

Tras un tiempo en el campamento gozoniego, Angustias González se trasladó con sus hijos al mesón Don Sancho, en Ceruyeda, en Avilés, un local en el que pasó las dos últimas décadas siempre entre fogones. Ahora González acaba de cerrar las puertas de este establecimiento en el que estaba en régimen de alquiler. El Don Sancho, no obstante, continuará su actividad aunque con nueva dirección en un futuro próximo.

De los años en Ceruyeda, González recuerda cientos de momentos agradables. También los nervios de las comandas, los fogones, la perfección... "A mí me gusta que todo esté más que perfecto y reconozco que para muchas personas ha sido difícil trabajar conmigo: soy nerviosa y muy exigente", confiesa esta mujer que en los últimos años contó con el respaldo de su hija Belén Regueiro en la cocina. "Yo hacía los guisos, la cocina de siempre; ella, creatividad". Angustias González tenía unas cuantas máximas: "Siempre buscando el bienestar del comensal". "Pescado fresco, cocina en el día, aceite bueno, lechuga bien lavada...", relata.

Ahora que la familia Regueiro González ha cerrado su puerta en el Don Sancho -que previsiblemente, según los propietarios, reabrirá a más no tardar con nuevos inquilinos o nueva gerencia-, esta luchadora teme la jubilación. "Mañana mismo, si encontrara un sitio pequeño, volvería a cocinar porque yo no sé estar en casa. Ni siquiera sé cómo se hace un arroz para dos porque estoy acostumbrada a cocinar para cien", recalca esta guisandera que fue de las primeras en Asturias en servir cachopo ibérico a la plancha.

González reconoce que si pudiera dar marcha atrás volvería a ser guisandera. De eso está más que orgullosa. ¿La espina clavada? "La repostería, los dulces, no se me dan nada bien", manifiesta. Mientras tanto, su hija Belén ofrece apuntes acerca de su madre. "Ella siempre cocinó con amor, pero jamás fue empresaria ni economista", indica. Esto significa: "Si le gustaba cómo funcionaba una nata no le importaba que fuera veinte céntimos más cara que otra, ella quería calidad", dice la madre.

Ahora, Angustias González desconoce qué va a hacer en su día a día. Recela una y otra vez del descanso después de vivir jornadas maratonianas de trabajo. "Tengo escasa vida social porque siempre estuve metida en la cocina, pero tengo una amiga que me anima a que me apunte a actividades, no sé...", suspira. Es consciente, aunque se resiste, de que le ha llegado el momento de descansar. "El cuerpo sufre las consecuencias de tantos años de trabajo", concluye la guisandera que tiene un sueño: formar una escuela de aprendices para trabajar en hostelería o dar clases en este sentido. Ahí deja la idea. Angustias González es un torbellino a punto de la jubilación.

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