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1920-2020 Historia del teatro Palacio Valdés

Cien ± veinte

Concepción, nacimiento y resurrección de una construcción que comenzó con brío y superó calamidades y abandonos para convertirse en protagonista de la sociedad avilesina

Angelotes de los palcos en 1987, una metáfora y un resumen de la vida del teatro. INFOGRAFÍA DE MIGUEL DE LA MADRID SOBRE LA FOTOGRAFÍA DE JUAN CARLOS DE LA MADRID

Llega a esta cartelera la historia de un superviviente. Un drama, tragedia, a veces comedia y siempre revista en el que se cuenta, por entregas, la mucha vida y más milagros del teatro Palacio Valdés. Aquí la tienen. Sin enmiendas, censuras ni azúcares añadidos.

Las fechas redondas son muy tentadoras, sobre todo cuando hay festejo. Este año se está celebrando, oficialmente, el centenario del Teatro Palacio Valdés. Un siglo contado a partir del momento en que el teatro tuvo nombre y dio su primera función. Es un criterio lógico, pero, en este caso, impreciso. Solo recoge la parte visible de este iceberg teatral. Hay que ir más allá. Buscar el origen del edificio que, antes de ser nominado como "Armando Palacio Valdés", se llamó "Teatro de Avilés". No hacerlo así supondría hurtar el relato de sus veinte primeros años, y mucho antes, cuando fue la obsesión de la clase dirigente de Avilés, que decidió construirlo para poner la guinda a su diseño de la villa. Sin esos años, es imposible entender estos.

El edificio ha tenido una vida azarosa. De sus ciento veinte años pasó veinte en construcción (1900-1920) y otros veinte en destrucción y reconstrucción (1972-1992). En un aniversario no hay argumentos para sumar un período y el otro no. De todos esos años que tiene el continente, solo ochenta tienen contenido. Así que, si festejamos el edificio, deberíamos irnos a la colocación de la primera piedra; si festejamos el teatro, debemos saber que solo ha vivido ochenta años.

Yo propongo ir más lejos de ambos hitos. La idea, hechuras y anhelos empiezan en el siglo XIX. Por eso este año celebramos algo más que un centenario: los muchos años que este edificio pasó en el mundo de las ideas y los ciento veinte años que vieron la construcción, abandono, inauguración, nuevo abandono, reinauguración y triunfo del Teatro Palacio Valdés. Es decir, la concepción, nacimiento, muerte y resurrección de este teatro con alma felina que ha gastado ya tres de sus vidas.

Lo que les digo: un superviviente. Ha escapado de calamidades, cierres y abandonos. Ha tenido a la piqueta más cerca de lo que se piensa. Y mucho más de lo que se cuenta. Nació con brío, murió varias veces y, en todas ellas, ha sabido salir de entre los muertos para hacerse protagonista de la sociedad avilesina. Ese ha sido su mayor mérito, ser apreciado por los habitantes de esta ciudad, que han acudido siempre a su rescate.

Avilés lo ha considerado un vecino más. Fue preocupación de la opinión pública y de la publicada. En los momentos decisivos de la historia de este teatro ha entrado en escena tomando partido y contando todo lo que iba sucediendo. La vida y la muerte del Palacio Valdés han sido noticias de primera página. Sus gracias y sus muchas desgracias olieron a tinta y a papel de periódico. Y eso fue así muy especialmente en el nacimiento y en la resurrección.

No hubo otro remedio, cuarenta de sus años fueron tiempo de la nada. El teatro estaba cerrado, a medio construir o a medio destruir, y solo se sabía de él por los papeles. Además, su largo y complicado nacimiento, y su renacimiento, igual de largo y más complicado aún, dieron munición para batallas periodísticas y políticas con sentimientos encontrados; desde la filantropía privada de principios del siglo XX, hasta la defensa de lo público a finales de la misma centuria. Esa fue la tabla de salvación a la que, en el último momento, se aferró el teatro: Avilés lo consideró de todos.

Es tiempo de festejos, por lo tanto de júbilo, pero también de desterrar la tentación, tan frecuente en estos casos y en esta villa, de dar pasado al presente construyendo un "relato" de algo que nunca fue. De identificar al Avilés y los avilesinos que construyeron el teatro con quienes lo reconstruyeron o incluso con quienes ahora lo disfrutan. No es así. En lo único que aquella ciudad que pasó del siglo XIX al XX se parece a la que pasó del XX al XXI es en su desesperante lentitud para ver culminados los proyectos más relevantes.

Todo eso procuraré plasmar en una historia impresionista, que economizará pliegos para ir a los momentos clave, con los detalles precisos, y que será también una historia de los espectáculos, al menos de los locales de espectáculos de Avilés. Unas líneas redactadas con total libertad. Sin más causa que el conocimiento ni más horizonte que el rigor profesional y la intención divulgativa. Sin apropiaciones indebidas. Con un formato en el que la Historia y no el mito se abra paso entre el incienso y los cohetes, recordando cómo fueron las cosas. Es necesario.

Contar todo esto no es para mí un trabajo cualquiera. Uno se hace mayor y, al cumplir años, va siendo atrapado por la historia que cuenta. Este teatro es parte de mi vida. Lo he conocido siendo solo una ruina, en el lejano 1987, cuando entré allí por vez primera para hacer esas fotos pavorosas que tanto se han reproducido por ahí. Me encontré un edificio bombardeado por los años y la destrucción matemática, dirigida a la producción de escombros. A partir de ahí la casualidad o el destino me han hecho coincidir una y otra vez con él. Soy coautor del único libro escrito, hasta ahora, sobre el Palacio Valdés: "Cuando Avilés construyó un teatro", redactado a cuatro manos con Vidal de la Madrid. Ser hermanos y escribir sobre un teatro que era para nosotros un mito infantil, nos ha creado una relación muy especial con él. Soy también autor de "El final del entreacto", un documental estrenado, como el libro, en la reapertura del teatro. Relata las obras de restauración desde el escombro al estreno. Un trabajo solitario de dos años que culminó con la retransmisión en directo de la ceremonia de reinauguración por Canal 21, emisora de televisión pionera en Asturias. También aquello me tocó codirigirlo.

Por último, mío es el libreto de "La Carrera de América", primera zarzuela escrita en el siglo XXI y primera escrita sobre Avilés, con la música siempre brillante de Rubén Díez. Una parte de esta obra llegó a estrenarse en el teatro en 2007, y se habló de estrenarla completa, pero hace mucho que no se habla. En todos estos años el teatro ha sido un espejo o un reflejo de la ciudad.

Contar la historia del teatro es también contar la historia de Avilés. Esta cualidad no es exclusiva del Palacio Valdés. Todo edificio histórico de importancia tiene algo de eso que se canta en "La Puerta de Alcalá". Versos en los que Suburbano sintetizó la historia de Madrid viendo pasar el tiempo desde un monumento ante el que todos desfilaron.

En otra escala y en otro lugar, este teatro también ha estado viendo pasar el tiempo. Mucho más de un siglo que lo ha atravesado y lo ha querido eliminar muchas veces, pero que ha marchado ante él presentando armas y bagajes. La función siempre estuvo dentro, pero los personajes de esa farsa que fue la historia de Avilés representaron fuera, mezclándose platea y escena, vida y apariencia, en confusa zarabanda. Todos pasaron por allí y todos pasarán por aquí.

Inventores de fiestas y caciques venidos a menos. Profesores de la Universidad de Oviedo y señoritos de Salinas. Marqueses de opereta, arquitectos de vanguardia e ingenieros vanguardistas. Periodistas influyentes y políticos impacientes. Empresarios millonarios y flacas suscripciones. Señoras integristas y trenes llenos de coristas. Millones carboneros y sones arrevistados. Prima donnas y vicetiples. Cine mudo y sonoro, en blanco y negro y en color. Mítines y autoridades. Harold, Buster, El gordo y El flaco. El Reina Victoria y la victoria de la República. Vuestras bombas y Nuestra Natacha. Aviones y refugios, fame y estraperlo. Lola Flores, Sissi emperatriz, Antonio Molina y Antonio Machín. ¡Será por Antonios! Cortinones y butacones, pianos flotantes y hornos humeantes. Confeti y serpentinas, Bollos y bollinos, ginebras y cafetinos. Juegos florales y cantos marciales. ¡Agárrame ese fantasma! Zarzuelas y revistas, cómicos y artistas. Sesión continua y continua preocupación. Las toleradas y lo intolerable. ¡Hala mocín! Las de Caín y las de Villadiego. Sentencia de muerte, Furia en Marrakech y también en Avilés. Rápido, rápido, rápido, alcalde democrático. Políticos mudables y solares edificables. Goteras a traición y muebles en almoneda. Faraones y casas de cultura. Luces, vistas y pliegos de firmas. Víctor, Laura y Raúl. El pueblo unido jamás será vencido. El Recorte, de fondos y de papeles. Los Papeles de la Casa y los de cada cual (que no son los que se cuentan). Justiprecio y poco aprecio. La opinión pública y la opinión publicada, que ayudó nada. Canal 21, que solo hubo uno. El final del Entreacto y El Imposible mayor. Restauración, reestreno y manifestación. Traviatas y Luthieres, Arrietas y Barbieris. Reinas y reininas, Xanas y xaninas, premios y sardinas. Mucha banda blanquiazul y algún padre de la patria ful (que ahora dicen "fake"). Teatro de los colegios y abonados con privilegios. Música en escena con la platea llena. El estrenódromo nacional y lo que nunca se estrena. El Niemeyer, primero y Ricardo III. ¡Mi reino por un proscenio! (mejor de impares).

Y hasta aquí el tráiler, distinguido público. No olviden sacar abono para las funciones que se darán cada domingo en este mismo periódico. Estreno preferente y sesión continua.

Lo de Lina Morgan: gracias por venir.

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