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Historia del Teatro Palacio Valdés | 1920-2020

El marqués era ella

El dinero cubano, las fuerzas vivas avilesinas y los mejores profesores de la Universidad ovetense se juntaron para colocar la primera piedra del nuevo teatro

Lámina del primer proyecto del teatro montada en el interior de una anilla tabaquera de la marca Hija de Cabañas y Carvajal. "Puro" teatro. INFOGRAFÍA DE MIGUEL DE LA MADRID

Siempre fue muy propenso, don Claudio Luanco, a perder cosas en las ocasiones solemnes. Se dice que en la celebración de la primera fiesta de El Bollo, intentando poner buena cara a un día de primavera zorro y traidor, desde su faetón se sacó el sombrero con gallardía para saludar al público y una ráfaga de aire le llevó el peluquín a tomar vientos, lógicamente. Pues bien, en el acto de colocación de la primera piedra del Teatro de Avilés, perdió un guante recién estrenado al descubrirse la mano para firmar el acta que inmortalizaba la ocasión. Entre los nervios y la alegría la cosa se comprende, había llegado el gran día, pero llegar hasta allí no fue cosa fácil.

La fiesta de El Bollo no es mal comienzo. Don Claudio fue cabeza de la primera Cofradía que reunía al grupo empeñado en romper con el mundo tradicional y sus viejas fiestas, que ya morían. Esos burgueses de Avilés quisieron dar el salto a la modernidad. Los acompañaba el grupo de veraneantes de la joven colonia de Salinas y, a través de ellos, su conexión con los "institucionistas" de la muy puntera Universidad de Oviedo. Con estos últimos llegaron el republicanismo y luego el reformismo que, en Avilés, capitaneó José Manuel Pedregal.

El Bollo fue un medio camino entre tradición y novedad, entre lo laico y lo religioso, pero también quería mediar en el dividido mundo político de Avilés, entre los "Industriales" derrotados por los "Cantistas".

El primer Bollo se celebró el 3 de abril de 1893, hacía cuatro años que la división política había tomado las calles. En la noche de San Juan de 1889, como aperitivo a la llegada del ferrocarril del año siguiente, la política se hizo garrote. Los intereses más inconfesables se enfrentaron en la danza y los que llevaban palos y navajas no eran más que los brazos armados de los caciques de Avilés: Marqués de Teverga contra Marqués de Ferrera. Y ganó el primero, que se lo hizo saber al segundo en los festejos de la llegada del primer tren, en el Teatro-Circo Somines, donde se celebró un gran banquete y, como testigos, todos los plumillas de la prensa madrileña que el marqués pudo subir a aquellos primeros vagones. Diez periódicos de la Corte.

El ferrocarril era también salto a la modernidad, pero se hizo con los coscorrones y los mordiscos de una vieja romería. Allí entraba el grupo de El Bollo para templar gaitas. Salir del atraso y traer concordia, dos nobles sentimientos (y otros mucho menos nobles) que adornaban la búsqueda del nuevo teatro.

Manos a la obra, valga la redundancia. Avilés diseñaba un ensanche que haría crecer a la población. Se aprovecharon los vientos del progreso económico lanzados por la coincidencia de la llegada del ferrocarril con el nuevo puerto de San Juan y con la llegada de capitales indianos. Ahora sí, perdida Cuba, los dineros de los cubanos volvían y ellos habían conseguido entrar en sociedad entre sus iguales. ¿Dónde hay que pagar?

En el verano de 1899 ya todo estaba listo y en el otoño se dieron los primeros pasos. Una reunión en el ayuntamiento, el 15 de octubre, sirvió para que Claudio Luanco pidiera un teatro "en armonía con el pueblo". Hablaba como presidente de la Comisión Gestora para su construcción. Cerraban esa comisión el secretario, Alberto Solís, y los vocales Santos Arias, Cándido Pérez Carrascosa y Luciano Vidal. Su primera medida fue emitir una suscripción de acciones de a 500 pesetas (no era pequeña cosa) que aventaron en circulares y sueltos de prensa. En solo diez días ya tenían 139 suscriptores y, en febrero de 1900, el joven arquitecto Manuel del Busto, entregaba los planos del edificio.

Se exhibieron en escaparates y se publicaron en un álbum cuya venta aportó aún más recursos a la causa. Ese mismo mes, tras una reunión en el colegio de La Merced, la comisión pasaba a ser la "Sociedad del Teatro", constituida en el registro mercantil con un capital de 200.000 pesetas, distribuidas en 400 acciones, para construir y luego explotar el nuevo teatro. Los cargos de la Junta directiva coincidían con los de la gestora, con leves retoques procedentes de la compra de acciones. Indiscutible el presidente, Claudio Luanco, pero ya aparecía como vicepresidente Rodrigo de Llano-Ponte, propietario del suelo de la calle del Siglo XIX donde se iba a construir, Alberto Solís Pulido era el secretario, tesorero Luciano Vidal Fernández y, como vocales, Francisco López Fernández, José Galán y Carbajal y Federico Fernández Trapa.

El futuro de esa empresa "patriótica" parecía despejado, máxime cuando, a la misma velocidad que corría todo, el 3 de mayo ya se había despachado en el ayuntamiento el concurso público para la construcción del edificio, que se llevó el contratista José Muñiz-Piedra. Seguía la carrera y, sin salir del mes de mayo, ya se estaba trabajando en la parcela, excavando y nivelando el terreno. No se descansaba ni para tomar impulso, pero era imprescindible una pequeña pausa parar tirar cohetes. Así que se decidió mostrar al mundo la importancia de la empresa con un acto solemne de colocación de la primera piedra.

Era cinco de agosto de 1900. Seis docenas de bombas reales atronaron el aire rasgando el nublado poco antes de las seis de la tarde. Las damas no necesitaron parasol, pero la temperatura era muy agradable. Frente al solar del futuro teatro se colocó una tribuna cubierta con los colores de España, coronada por banderas y gallardetes. En el centro tres sillones de presidencia, para Claudio Luanco, Teodora Carvajal y para la madrina del acto y marquesa de Pinar del Río. Una mesa a la izquierda, vestida con un tapete, sobre el que apoyaba la escribanía de plata para firmar el acta del evento. A la derecha otra mesa para que escribiera la prensa. Frente a la tribuna, palcos y lunetas con sillas ocupadas por lo mejor de Avilés en traje de domingo.

Si pudiéramos ver una fotografía de aquel acto, analizando a los personajes principales se podría analizar aquella sociedad, aquella villa y lo que un nuevo teatro representaba pues, en la tribuna, estaban los viejos poderes de Avilés y los nuevos, alrededor de Claudio Luanco, que fue el primero en levantarse para hablar agarrado a la barandilla.

Miremos al alcalde que, por cierto, no ocupaba el sitial de honor. Florentino Álvarez Mesa, el mismo Floro Mesa que, como escudero del marqués de Teverga, custodiaba la retaguardia de su feudo avilesino dirigiendo las operaciones del caciquismo liberal desde su casa de El Caliero. Puede que la celebración no despertase un enorme entusiasmo de los liberales, pero Floro Mesa, además de dar oficialidad al acto, tenía que guardar la viña del Marqués, que estaba discretamente sentado en las sillas, lejos de los puestos principales. Qué cosa tan rara.

La ocasión ganaba prestigio con la presencia y el discurso de Leopoldo Alas, "Clarín", escritor famoso y destacado catedrático de la Universidad. Con él conectaba, simultáneamente, la colonia veraniega de Salinas fundada por su hermano Genaro y el "Grupo de Oviedo".

Este segundo contacto era el de unos profesores de ideas muy avanzadas para la época, tanto como se podía comprobar en el número extraordinario de la revista veraniega "La Semana", que les había costado 500 pesetas a sus jóvenes editores, y se repartía por doquier ese día. Allí firmaba Adolfo Álvarez-Buylla, catedrático de Economía Política y Elementos de Hacienda Pública, precursor de la Extensión Universitaria, de la colonia escolar de Salinas y hermano de Manuel Álvarez-Buylla, presidente del Real Club Náutico desde su creación. Su artículo se titulaba nada menos que "El teatro y el obrero". Allí abogaba por un teatro "verdaderamente popular", de precio tasado, obras comprensibles y en el que los mismos obreros pudieran subirse a las tablas "como actores á mejorar su educación, a experimentar la ideal satisfacción de interpretar los grandes poemas dramáticos ó quizá a ponerse en condiciones de tener un nuevo oficio".

Maravilloso. Pero no estaban pensando en eso el resto de los personajes de la tribuna, especialmente su presidenta y madrina del acto, esposa de Leopoldo González Carvajal, marqués de Pinar del Río. Carmen González Carvajal y Cabañas representaba a la nobleza titulada y el oro americano de la industria tabaquera. Y con pluma de oro firmó el acta de aquel día.

Luego se llenó la cápsula de tiempo, una caja de zinc que guardó varios objetos del momento y, sobre ella, descendió la primera piedra del teatro ante la mirada nerviosa del arquitecto Manuel del Busto. La música de la banda, que iba y venía según le dejaban los oradores, volvió a ascender y la historia del teatro empezó a correr. Este año hará ciento veinte.

La Marqués recibió un ramo de flores y la pleitesía de todos los presentes. Y digo "marqués", porque Carmen Cabañas era Marquesa de Pinar del Río, (consorte del Marqués) y Marqués de Avilés, pues la nominación del título, que le pertenecía desde el 26 de octubre de 1896, era invariable.

El teatro nacía por fin, con solemnidad y festejo. Una fiesta que dejaba en el aire de la fantasía la melodía de una habanera jamás compuesta: "El marqués era ella".

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