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Te interesa: la primera traída de agua de Avilés constituye una obra de arte del siglo XVI

La monumental canalización costó 4.300 ducados

Fuente de San Francisco, en Avilés

Corre el año 1570. Avilés se renueva, se abren caminos y la ciudad vive años de esplendor en torno al puerto. «Es entonces cuando se toma la iniciativa de buscar un manantial que surta de agua la Villa», explica Cristina Heredia, licenciada en Historia del Arte que realizó allá por 2010 su tesis doctoral con el título «Las traídas de aguas en las ciudades del Cantábrico occidental. Contribuciones de arquitectos y alfareros en la Edad Moderna». Para Heredia, como explicaba entonces, la primera traída de agua de Avilés se trata de un conjunto monumental -en desuso y sin ningún tipo de conservación por parte de la Administración- que pocas ciudades tienen el privilegio de mostrar. La canalización iba de Valparaíso (a tan sólo unos pasos de la rotonda de Buenavista) a la fuente de los caños de San Francisco. Su ejecución costó 4.300 ducados: una fortuna a las puertas del siglo XVI.

Una vez que se realiza el peritaje en las inmediaciones del manantial del Valparaíso, los técnicos de la época constatan la salubridad de las aguas que años más tarde llegarían a la ciudad amurallada. ¿El problema? «La obra supuso una de las mayores fuentes de preocupación del poder municipal, al tratarse de una empresa que constituiría un constante desembolso económico», explica Heredia en su tesis. El Regimiento avilesino, pese a todo, se apresura a planificar su traída de aguas, que permitiría hacer llegar este bien a distintos puntos de la ciudad. En 1592 ya se decide el nombre de los arquitectos que ejecutarían la obra, teniendo siempre como referencia a Juan de Herrera, uno de los máximos exponentes de la arquitectura renacentista hispana. Se nombran a Gonzalo de la Bárcena y a su primo Pedro, ambos trabajaban en la traída ovetense de Fitoria.

«Provienen de la Merindad de Trasmiera, en Cantabria. Son principalmente maestros canteros especializados en fontanería y los lazos de paisanaje son tremendos, cogen casi todas las obras que salen a subasta. En Avilés se presentaron más arquitectos para ejecutar la traída pero se nombra a éstos porque se tenía constancia de su trayectoria y experiencia en materia de fuentes», subraya Cristina Heredia. El ejemplo arquitectónico que se toma en Avilés es el de la traída de agua de Argales (Valladolid). Junto a los cántabros siempre trabajan los maestros cañeros, procedentes de Portugal. «Actúan como una gran empresa», recalca la historiadora. La obra comienza en Avilés, en Valparaíso. Los años van pasando y en 1640 se sucede la revuelta portuguesa. «Por este motivo se frena la entrada de artesanos de Portugal a España», apunta Cristina Heredia, y añade: «Así entran a trabajar en la obra los mirandinos».

Los vecinos de este barrio avilesino que se caracteriza por la proliferación de alfares -se tiene constancia de la existencia de esta profesión al menos desde el año 1600 en Miranda- son los encargados de realizar «miles y miles de tubos» de barro. «La calidad del barro es muy buena, los artesanos de Miranda trabajan bien y se asegura así la perpetuidad de la obra y la salubridad del agua», matiza Heredia. El Ayuntamiento abona entonces el diseño de la traída y su ejecución por 4.900 ducados. La primera actuación que realizan los arquitectos Gonzalo y Pedro de la Bárcena es diseñar un acueducto desde Valparaíso, donde está el arca matriz, hasta la fuente de los caños de San Francisco. «El arca matriz era monumental: simbolizaba la llegada de la modernidad a Avilés», dice Heredia. Dicha arca medía 1,70 metros de altura, tenía una especie de filtros para limpiar el agua, estaba hecha en sillería con refuerzo de mampostería y tenía un tejadillo a dos aguas. «Los conductos eran también de piedra y, en el medio, iban encajados los tubos de barro. Era un acueducto subterráneo», sentencia esta licenciada en Historia del Arte.

La traída se llevó hasta el centro de Avilés, todavía rodeada entonces de murallas. Cada pocos metros había arquetas por las que podían bajar los maestros fontaneros para controlar el flujo del agua. «Como la ciudad está en pendiente fue sencillo llevar el agua hasta el centro», precisa. El líquido llega así hasta los caños de San Francisco en 1595 por Galiana. La fuente entonces era arquitectónicamente distinta a como se conoce hoy en día. «Tenía seis caños de bronce insertados en cabezas de leones y, en la parte superior, tenía los escudos de armas: dos laterales que previsiblemente eran los de la villa y uno central que era el del Reino. Puedo afirmar que en Oviedo y en Gijón había fuentes idénticas», añade Heredia. De San Francisco -antiguamente calle de La Canal- el agua seguía su curso por la plaza del Ayuntamiento y la Ferrería hasta la conocida como fuente de San Nicolás, en su día ubicada en las inmediaciones de la plaza de Carlos Lobo y actualmente inexistente.

«En aquel momento había dos tipos de fuentes: las adosadas a un muro, de estilo Renacentista clasicista, como la de los caños o decorativas exentas, con influencias del arte portugués del alto Miño», asegura Cristina Heredia. Llegados a este punto fue cuando la primera traída de aguas de Avilés llegó a término. Sin embargo, la previsión para una segunda fase en las obras entraba dentro de los planes del Ayuntamiento puesto que, tal y como lo estipulaban las condiciones, en medio de la calle San Nicolás debía «dejarse un codillo en su agujero para poder tomar el agua si algún día quisieren bajarla a Sabugo».

A finales del siglo XVI, una vez finalizadas las obras de la traída inicial de Valparaíso, la villa mantuvo en proyecto el conducir el agua hasta el arrabal de Sabugo. Este barrio de pescadores se encontraba separado del núcleo principal por un brazo de mar, por lo que su acceso era obligado a partir del paso, tanto a pie como a caballo, por un viejo puente de madera que, por las mismas fechas, se encontraba muy deteriorado. Entre 1605 y 1610 se construyó el nuevo puente y la fuente de Sabugo, obra de Pedro de la Bárcena. La ejecución de este puente se ligó a la conducción del agua que, en esta ocasión, realizó Gonzalo de Guemes de Bracamonte, yerno de Gonzalo. «Este maestro también haría las reparaciones de Valparaíso», dice Heredia.

La fuente que se construyó en Sabugo, como colofón a la traída de agua y de la cual no queda vestigio alguno, debía de presentar unas características similares a las de San Francisco y San Nicolás. Con esta obra, según Cristina Heredia, se dejaba en proyecto conducir el agua hasta otros puntos de la villa, por ejemplo, hasta La Cámara (finalmente emplazada en la Puerta del Postigo). Finaliza así las obras de la traída de agua y los avilesinos comienzan entonces a consumir agua salubre: descienden las enfermedades y mejoran la calidad de vida. Y todo gracias al manantial de Valparaíso, actualmente memoria de agua clara y fuente de leyendas. «Esta obra es muy importante, es testigo de la historia y se debería conservar como un conjunto monumental que es», manifiesta Heredia, y añade: «Pocas ciudades podían llevar en aquellos años este tipo de obras que suponían una inversión tremenda».

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