El Corpus, festivo y multitudinario, pinta de mil colores la vieja Villa

Los emblemas eucarísticos rivalizaron con las camisetas y banderas blanquiazules en apoyo al ascenso del Real Avilés

Francisco L. Jiménez

Francisco L. Jiménez

La iglesia de San Nicolás, el epicentro religioso de la vieja Villa avilesina, vistió ayer su mejores galas con motivo de la celebración del Corpus, la fiesta en la que los cristianos conmemoran la creencia de la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino consagrados durante la misa. La unificación en 2019 de las procesiones del Corpus de las parroquias adscritas a la Villa (San Nicolás, San Antonio y Santo Tomás) va camino de confirmarse como un gran acierto porque a diferencia de la proliferación de procesiones de antaño ahora solo hay una –la de ayer– que visita los tres templos, y al ser una sola tiene carácter multitudinario y visualmente resulta muy colorida porque los catequistas y las cofradías religiosas se esmeran en darle lucimiento.

De tener que haberlo plasmado en lienzo, el Corpus de ayer hubiera sido un reto mayúsculo para el más avezado de los pintores. Todos los blancos de la paleta cromática estuvieron presentes, ya fuera en los trajes de las niñas vestidas de Primera Comunión, en los atuendos de los sacerdotes, en los pendones o en los pétalos de flores usados para componer las espectaculares alfombras fabricadas según la antiquísima tradición a modo de arte efímero pues duran hasta que la procesión pasa sobre las mismas.

Hasta cinco alfombras se pudieron admirar en el recorrido de la procesión: la del atrio de San Nicolás (vegetal), la de la campa de la Villa y la de la calle San Francisco (de sal), la de San Antonio (también salina y obra de la cofradía del Beso de Judas) y la de Santo Tomás de Cantorbery. Todas suscitaron elogios por su vistosidad y colorido.

La nota extra de color al Corpus fue la puso la proliferación de banderas y camisetas blanquiazules (del Real Avilés) adornando balcones o mezcladas entre los asistentes a la procesión. Y es que horas después de la procesión el Real Avilés jugaba un partido clave para su objetivo de ascender a Primera RFEF. De modo que se fundieron dos pasiones: la religiosa y la futbolística.

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