El pillaje de metales arruina el edificio de la subestación eléctrica Norte de Ensidesa

Personas dedicadas a la rapiña de acero están reduciendo el inmueble, carente de uso en la actualidad, a un esqueleto de hormigón

Aspecto exterior del inmueble. | F.L.J.

Aspecto exterior del inmueble. | F.L.J. / Francisco L. Jiménez

Francisco L. Jiménez

Francisco L. Jiménez

Doscientos metros más al norte de los terrenos donde se lleva a cabo el desmantelamiento de las antiguas baterías de coque de Ensidesa se procede desde hace meses al desguace de otro edificio de la época de oro de la siderurgia avilesina: la subestación eléctrica Norte. Pero a diferencia de rigor técnico, ambiental y de seguridad que preside la actuación en las Baterías, una obra que promueve la sociedad estatal Sepides, el modus operandi de los "obreros" que echan abajo la subestación eléctrica deja mucho que desear. Más que nada porque actúan por libre y guiados por el ánimo de rapiña. Buscan elementos de metal que cargan en vehículos para llevar el material a chatarrerías donde lo venden al peso.

El interior de la subestación eléctrica, completamente arrasada. | F.L.J.

El interior de la subestación eléctrica, completamente arrasada. | F.L.J. / Francisco L. Jiménez

Este periódico ha sido testigo de una jornada de "trabajo" en la subestación eléctrica Norte: a media tarde llegan dos hombres ataviados con ropa de calle, acceden al edificio –lo cual no es difícil porque carece de puertas– y a los pocos minutos empiezan a volar vigas y objetos metálicos de todo tipo por las ventanas del segundo piso. Todo esta chatarra se amontona en la parcela colindante al edificio para ser cargada más tarde y llevada al punto de venta. En ningún momento se oye el ruido de maquinaria neumática o eléctrica; la presunción es que los autores de la rapiña arrancan los elementos que se llevan con sus manos o con ayuda de palanquetas.

Las medidas de seguridad en este peculiar "tajo" ubicado a tiro de piedra del perímetro norte del PEPA brillan por su ausencia y el riesgo de accidentes es manifiesto a simple vista: las soleras de los pisos del edificio están llenas de agujeros, en los huecos de las ventanas y puertas han desaparecido hasta las guarniciones y la escalera, por no tener, ya no tiene ni pasamanos.

La aparente impunidad con la que se está llevando a cabo el arruinamiento de la subestación eléctrica Norte recuerda a lo ocurrido en el antiguo instituto de Valliniello, un conjunto de edificios del que solo han quedado los ladrillos después de meses de pillaje. A la memoria también viene el intento hace años de arramplar con las chapas de cinc que recubren la cubierta de las naves de Balsera, en la avenida Conde de Guadalhorce. Y, por supuesto, las decenas de robos de hilo de cobre en espacios públicos, incluido el de la catenaria de las vías de Feve en Castrillón.

La antigua subestación eléctrica Norte, que carece de figura alguna de protección urbanística, está fuera del catálogo de propiedades de Sepides (heredera del patrimonio de Ensidesa) y según el catastro su propiedad se vincula a la finca anexa, actualmente ocupada por las instalaciones de una empresa distribuidora de gases para usos sanitarios e industriales.

El edificio en trance de ruina, según ha documentado el historiador del arte y presidente del Centro de Estudios Alfoz de Gauzón, Rubén Domínguez, es de planta rectangular, dispuesto de forma paralela a la vía de comunicación a la que pertenece. Consta de dos cuerpos: uno de mayor tamaño que supone la práctica totalidad de las dimensiones del edificio, dedicado en tiempos al uso industrial de la central, y otro adosado al extremo occidental del primero para albergar el acceso al inmueble.

De esta forma, la fachada principal se sitúa en uno de los lados cortos, donde se realiza el mayor despliegue creativo de la construcción. Predominan, como materiales empleados, el ladrillo visto y el hormigón armado, que se disponen en esta fachada creando tres alturas separadas por bandas horizontales y dos partes bien diferencias por el material. A la derecha un módulo de ladrillo visto calado en su parte central por una celosía de hormigón. A la izquierda, dos pisos de hormigón armado divididos por bandas horizontales, en los que se abren vanos verticales, creando en la planta baja un soportal para alojar la entrada a las instalaciones. Las tres bandas verticales se extienden hacia una tercera altura, donde se unen al cuerpo de mayor tamaño, a modo de pérgolas, creando un espacio de azotea.

El cuerpo de mayor tamaño se cierra con una cubierta a cuatro aguas, apenas perceptible desde el exterior. Su fachada sur, paralela a la carretera, se compone de cinco alturas de vanos, separadas entre sí por bandas horizontales, que se erigen sobre un plinto de ladrillo visto. Las ventanas son rectangulares y se sitúan verticalmente, desde una a otra banda. Entre ellas se disponen paños de hormigón. El muro norte, desde donde se procedía a la distribución de la electricidad a las torres de alta tensión, es en su totalidad de hormigón y tiene una composición similar al anterior, con bandas horizontales que articulan los escasos vanos que, en este caso, se concentran en las alturas intermedias y en el bajocubierta. La última de las fachadas cortas, orientada hacia el Este, es en su totalidad de ladrillo visto y en ella se abren únicamente tres vanos superpuestos y alineados hacia una de las esquinas del paño.

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