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Vita brevis

Olimpiada

La evolución de los Juegos como un fenómeno de masas

Pierre Frèdy de Coubertin era hijo de un aristócrata francés de finales del siglo XIX. Como todos los miembros de las clases pudientes de aquella época lucía un voluminoso mostacho y estaba encantado de haberse conocido. No obstante, era un hombre inquieto y le dio por preocuparse por la educación, que consideraba que no satisfacía las necesidades de aquella sociedad tan agitada en los permanentes avances de la Revolución Industrial.

Nuestro hombre se fijó en el sistema de enseñanza que el clérigo anglicano Thomas Arnold había establecido en las "Public Schools" inglesas que, a pesar de su nombre, no son escuelas públicas sino privadas, como es natural porque los ingleses hacen y dicen casi todo al revés. Estas escuelas son carísimas y muy elitistas, porque en ellas no admiten a los burros aunque sus padres caguen billetes de mil libras. A los estudios clásicos y al modo afectado de hablar que usan en estos centros de enseñanza, el celoso cura protestante había añadido las matemáticas, la historia y las lenguas modernas, además de establecer un sistema de disciplina basado en las tutorías de los alumnos de más edad sobre los menores. Pero lo que más llamó la atención del francés que nos ocupa fue la introducción en esas escuelas de la práctica del "sport", que es la forma relamida con que denominaron a la diversión física.

El noble y bigotudo barón de Coubertin quedó prendado del deporte, entendido así, como un divertimento de caballeros en camiseta y calzoncillos. Tan acérrimo partidario se hizo del ejercicio en paños menores que dio la tabarra sin tregua a reyes, gobernantes y magnates hasta que consiguió que se celebraran los primeros Juegos Olímpicos en Atenas, en el año 1896, bajo el lema: "Lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien".

¡Y una mierda! Ahora todo Cristo quiere ganar y como sea. Para alcanzar el triunfo no se escatiman esfuerzos, desde machacarse los músculos con infinitas torturas masoquistas en interminables sesiones de entrenamientos de las que hay que comer, hasta ingerir toda clase y surtido de pócimas y específicos. "Dale a tu cuerpo alegría, Macarena. / Que tu cuerpo es pa darle alegría y cosa buena. / Dale a tu cuerpo alegría, Macarena. / Eh, Macarena... ¡ahé!".

Casi desde sus inicios se quebraron los principios olímpicos, que proscribían la profesionalidad y la comercialización de los juegos. Bien pronto se detectaron incluso casos de buscar una ayudita en diversos productos, incluido algún matarratas, cuando la cosa no estaba tan sofisticada. Pero todo cambió radicalmente en la Olimpiada de Berlín de 1936, que puede decirse que fue la primera que se organizó como un grandioso espectáculo, incluyendo su grabación cinematográfica, magistralmente realizada por Leni Riefenstahl. El régimen nacional-socialista de Hitler aprovechó la ocasión para mostrar al mundo toda su magnificencia, con la inestimable y astuta dirección de Goebbels y la escenografía majestuosa que montó el arquitecto nazi Albert Speer, a la que muchos quedaron rendidos, como todos los miembros del equipo francés que unánimemente levantaron el brazo al desfilar ante el "Führer", y eso que Francia aún no había sido ocupada, ni se lo esperaban.

Los Juegos Olímpicos han seguido esa senda. Son escaparates políticos para el país organizador y un espectáculo gigantesco, además de un negocio fabuloso. Todos los que participan viven de ello y procuran ganar por todos los medios, porque les va en ello el cocido, que aderezan con sustancias cada vez más sofisticadas para que no las detecten los controles que anacrónicamente aún se hacen. Que ya no son caballeros.

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