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Asaltar el Consejo del Poder Judicial

La destrucción de una maltrecha democracia

Empiezo a pensar que hay una gran parte de españoles que no desean vivir en democracia, que es un régimen que detestan y sienten añoranza de la dictadura, siempre que esa dictadura sea la de los suyos, claro está.

Me causa una profunda desazón y desesperanza pensar que cada vez pertenezco a un grupo más minoritario de románticos idealistas que pensamos que la Democracia es el mejor sistema bajo el que los ciudadanos podemos vivir.

Hoy en día, el concepto de “democracia” está tan manoseado, desvirtuado, despreciado y prostituido, por la falta de referentes intelectuales, que como funambulistas temerarios caminamos por la cuerda floja sin arnés ni red sobre el abismo de la dictadura. Pensamos confiados que tantos años de convivencia pacífica, relativa prosperidad y libertades es nuestro estado natural y siempre seguirá siendo así. Pero esto sólo se alcanzó gracias al marco constitucional del 78, el cual nos dimos todos para convivir, con todas sus deficiencias mejorables que no niego.

“La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”. Esta brillante reflexión de Winston Churchill nos indica lo evidente, y es que, con todas sus imperfecciones, a día de hoy no se conoce otro sistema mejor. Pero ocurre que siendo el mejor de los sistemas, también es el más vulnerable, y como un castillo de naipes que se sostiene de la posición milimétrica de cada una de sus cartas en una sinergia perfecta, el más leve golpe a una de ellas amenaza la caída de toda la estructura.

De un tiempo a esta parte, bajo este gobierno de coalición, asistimos al intento de destrucción de nuestra ya maltrecha democracia, que no es otra cosa que destruir la convivencia pacífica que como sociedad habíamos disfrutado hasta ahora. Dos cuestiones claves son las que lo evidencian en estos días, sumadas a ya tantas otras, con el beneplácito jubiloso y complaciente de no pocos de sus votante. Por un lado, la reforma de la Ley Orgánica para la elección de los vocales del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), del que luego dependen cuestiones tan fundamentales como el nombramiento de los magistrados del Tribunal Supremo (órgano que enjuicia a nuestros políticos aforados) y presidentes de tribunales y salas, así como la potestad en materia de ascensos dentro de la carrera judicial y el régimen disciplinario de los jueces. Y, por otro, la elaboración de una nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal en la que se arrebata a los jueces la facultad de instruir e investigar los sumarios judiciales para entregársela a la Fiscalía que depende del Gobierno.

No crean que soy ninguna ilusa y que pensaba que en nuestro país teníamos una Justicia completamente independiente y perfecta. Soy plenamente consciente de que el CGPJ ya estaba politizado con la ley de 1985 del PSOE de Felipe González, que derogaba la anterior ley de 1980 en la que los miembros del Consejo eran elegidos por sus iguales, jueces y Magistrados, y tras la reforma de Gallardón en el año 2013 con el PP de Mariano Rajoy.

Pero, al menos, dentro de esa muy criticable politización existía un equilibrio de contrapesos en la elección del CGPJ que exigía el acuerdo de 3/5 de las cámaras (Congreso y Senado), y les puedo asegurar que pese a ello aún tenemos muchos jueces dignos en las instancias de base de la escala judicial, que son trabajadores abnegados e incansables al frente de sus juzgados, impartiendo justicia con lealtad y único sometimiento al impero de la ley.

Con las reformas que actualmente se plantean, el CGPJ pasará, de ser un órgano dependiente del Poder Legislativo, directamente a las manos del Poder Ejecutivo, es decir, dependiente del Gobierno de Sánchez e Iglesias, y los procesos penales dependerán directamente de la Fiscalía de Dolores Delgado, es decir, nuevamente del Gobierno de Sánchez e Iglesias.

Llegados a este punto, en el que todos los poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) se concentren en uno único, todo atisbo de democracia desaparecerá de la manera más sencilla e inevitable, al igual que se consume y apaga la luz de una vela.

Cualquier tipo de oposición al poder establecido será fácilmente purgada, silenciada y en caso de ser muy rebelde aplastada, ya sea desde la oposición política, medios de comunicación críticos, colectivos ciudadanos o dentro del poder judicial. Basta con ilegalizar partidos de la oposición, abrir causas judiciales contra todo aquel que no sea afín al poder político, apartar fiscales incómodos y abrir expedientes disciplinarios a los jueces que no se plieguen a las directrices políticas.

Y así, señores, es como se destruyen las democracias y se imponen las dictaduras, llegando a través de las urnas y aprovechándose de las propias reglas democráticas y las bondades de un sistema que presupone que los ciudadanos ya sabemos bien que este es el peor sistema posible descartando todos los demás.

Pero el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

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