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Carmen Nuevo

Avilesina y asturiana

Las raíces sabugueras: de los “llanzones frescos” al tiovivo de San Agustín

Comenzamos a ser y a sentir por accidente, hasta que acabamos siendo capaces de percibir nuestra esencia, de doblegar nuestra voluntad para acabar con esfuerzo, siendo dueños del destino; pero aun así hay cosas de las que, no siendo demasiado conscientes, nos caracterizan vayamos donde vayamos.

Mis primeras impresiones de sentirme o ser avilesina y asturiana fueron a través de las palabras de mi abuela cuando me hablaba de aquellas intrépidas mujeres de Avilés, llamadas “sabugueras”, a las que ella, siendo una niña, compraba pescado frente a la Iglesia Vieja de Sabugo. Mi abuela vivía en Los Telares y tan pronto oía lo de “llanzones frescos”, abandonaba su lectura, afortunadamente aprendió a leer siendo muy niña. Salía como una exhalación de su casa para conseguir el mejor pescado al mejor precio, y también lo conseguía, al adquirir cualquier cosa en la Plaza del Mercado, por eso siempre le encargaban a ella realizar las compras, mientras su madre y sus hermanas se dedicaban a otras ocupaciones. Su padre, mi bisabuelo, navegaba y no podía estar demasiado tiempo en casa.

Recuerdo también cuando me hablaba de la ría de Avilés, en la que vio por primera vez a mi abuelo, de cabello muy rubio, mientras se bañaba. A mi abuela, lo primero que le sorprendió fue lo bien que nadaba.

Años después, mis abuelos se conocerían formalmente en Raíces, mientras ella, Feli, su madre, sus hermanas y la tía Marcela huían caminando hacia San Juan de la Arena, huyendo de los bombardeos de Avilés, pero esa es ya otra historia…

Me siento asturiana y avilesina vinculada a aquellas palabras sobre un lugar: Avilés. Me siento vinculada al bullicio de aquellas “sabugueras”, a aquel paisaje incipientemente urbano, al café Colón, a los paseos durante las tardes por el Parque del Muelle…

Y más tarde, cogida ya de la mano de mi abuela, a las visitas a sus hermanas y a la tía Marcela, que aún vivía, en aquel piso antiguo de largo pasillo y patio interior bastante tétrico, preámbulo necesario antes de alcanzar el tiovivo en las fiestas de San Agustín.

Esos son mis primeros recuerdos de ser de algún lugar siempre compartido con las palabras y la presencia de mi abuela.

Eso es también ser avilesina y asturiana: pertenecer a un lugar por accidente; pero que, querámoslo o no, nos impregna el alma, un alma abierta que mira hacia el mar y a través de la que los demás nos identifican cuando nos alejamos de él.

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