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Juan García

Homenaje a una madre

El ímprobo trabajo de la crianza de los hijos

Sin la menor intención de que lo que cuente en adelante fuera o tuviera la intención de parecerse ni tan siquiera un tratado –sería una auténtica osadía– voy a contarles algo, eso sí, desde un punto de vista empírico sobre nuestros primeros meses de vida como humanos. Y aunque no un tratado, sí que me gustaría que fuera toda una oda, todo un elogio, todo un homenaje, a lo que significa ser madre trabajadora hoy en día. Sí, sí. Verán, verán.

De entre otras muchas cosas y privilegios de los que gozamos los jubilados, está la de ocuparnos a ratos de nuestros nietos, los que somos abuelos, y así aliviar a nuestros hijos en según qué circunstancias de tareas tremendamente laboriosas. Bien es cierto que esas tareas tan laboriosas, siempre van a ser directamente proporcionales al grado y tiempo de ocupación que uno les dedique. Me explico.

Cuando en un matrimonio a ambos les expiran sus periodos de permiso por maternidad/paternidad, no tienen más remedio que ponerse a trabajar de nuevo. Y al cabo de cinco meses –más o menos– del nacimiento de la criatura se les plantea la disyuntiva de tener que dejar al bebé en manos de una tercera persona para su atención y cuidado. Pues bien amigos, aquí comienza mi relato de corte empírico sobre el asunto en cuestión.

De manera espontánea y desde luego voluntaria, me propugné en su momento para ser la persona que se encargara de esa labor de cuidado y atención de la criatura, mi nieto Guillermo en este caso, y que excepto el pecho suplido por una papilla de cereales, el resto de labores pasarían a ser de mi plena competencia de lunes a viernes por las mañanas mientras sus padres trabajan. ¡Y menos mal que sólo son las mañanas! Lo digo, que conste, con la boca pequeña, ya que estoy encantado de la vida atendiendo a sin par criatura.

Mi “jornada” comienza normalmente sobre las 7.30 de la mañana, hora a la que su madre le da la última toma de pecho, hasta su regreso a mediodía. El niño después de la toma vuelve a quedarse dormido –no sin antes haberlo paseado reclinado en el hombro un buen rato para evitar consecuentes gases después de la ingesta– hasta más o menos las diez de la mañana, hora a la que comienza su preparatoria de aseo personal para más tarde salir de paseo. Comienzo quitándole su pijama y demás ropita con la que durmió, le cambio entonces el pañal, que en el mejor de los casos para mí, solo tiene pis; cuando vamos a mayores el asunto es algo más complicado de solucionar, aunque también se soluciona, por supuesto.

En este punto alguna vez tengo que escuchar a mi hija cantarme al oído: “¡Ay papá, papá, y pensar que a mí cuando era un bebé, fuiste incapaz de cambiarme un pañal...!” Pues ahí estoy con mi nieto; cogiendo una pequeña palancana de agua tibia, esponja, jabón líquido y a limpiar los restos que quedaron una vez recogido lo mayor, con el propio pañal. El pañal y resuelta la práctica, no resulta muy difícil de poner; solo con fijarse en los muñequitos que suelen traer dibujados, si están de frente, si están de culo, sabremos qué parte es la delantera y cual la trasera. Entre tanto el niño, no crean que es un ser inerte que no da ni pie ni mano, el niño “patalea” de tal manera que cuando crees haber resuelto la puesta del pañal, una patadita rompe con tu sueño, y vuelta al principio.

Me río, se ríe, le riño, ni caso –por supuesto– me hace, deseando vuelva a pegar otra patadita y dé con todo al traste de nuevo. Pero sigamos. Procedo a ponerle el “body”, la prenda más complicada de poner a un ser humano. No hay uno en el mercado fácil de poner. Se trata de ir casando corchetes a lo largo y ancho del cuerpecito del bebé, piernas y brazos incluidos, y cuando no te sobra uno te faltan dos. Claro, eso exaspera al chaval que me mira como diciendo: ¡qué inútil eres colega! Interésense por favor un día por la prendita en cuestión, y ya comentaremos si tenemos oportunidad. Resuelto el trance anterior, pasamos una esponja natural remojada en agua, por su carita, cabeza, cuello y manos para después proceder a vestirlo con su ropita de calle –normalmente dos piezas– atendiendo bien a lo que es lo delantero y lo trasero.

Más de una confusión hubo ya. Una pasada con el cepillo por su escaso pelito, un poquito de colonia y que no nos ponga un pie delante, nadie. Pero veamos, ¿qué hora es ya? ¡Jo! Si son más de las once de la mañana. Bueno pues ya prestos a salir a dar un paseo, cumplamos con un par de trámites más. Vamos a poner un poco de crema solar en los “papinos” porque el escaso sol de Asturias, cuando sale, casca de lo lindo. El poner esta crema al niño lleva su tiempo también. No para con sus manos y hay que estar atinado para ponérsela lejos de los ojos. Como estamos escasos de sol en Asturias, hay que reforzar la falta de vitamina D con unas gotas de farmacia. Vuelta nuevamente a atinar, esta vez en su boca, ese par de gotas. Listos... ¡A la calle!

Emprendemos un gustoso paseo –que el niño necesita– ya recostado en su sillita, de al menos una hora. Por el parque de la urbanización, entre cantos de pájaros y árboles, Guillermo vencido por el sueño cae rendido hasta llegar más o menos a la plaza del pueblo, donde me invita a que tome un café, y a continuación hagamos –allí mismo– en la parroquia del pueblo, una visita a la Santina y a sus pies le recemos un Padrenuestro.

A todo esto, la una del mediodía aproximadamente y a la par hemos realizado en el súper de turno algún encargo de última hora, o hemos recogido en la farmacia algún medicamento o... Llegamos a casa y hasta que mamá llegue con lo que más le gusta al bebé, hay que hacer una papilla de cereales con leche materna que su madre dejó congelada, a la que hay que tratar con un determinado protocolo para su preparación. Antes vamos a dar al niño en una cucharita especial, ocho gotas de probiótico que debe de tener un sabor muy agradable, ya que en cuanto observa que estoy preparándoselo, no para de relamerse y salivar frente a mí, sentado en su tronita. Hace muy pocos días que empezó a tomar alimento que no fuera pecho de su madre, y darle 60 mililitros de leche materna y sus cereales correspondientes, hay que armarse de mucha paciencia, y a medias cucharaditas intentar que lo acabe. “Ten días”. Unos sí, otros non. Pues son las dos de la tarde. Hay que ver, como se nos fue la mañana con dedicación plena al niño y sin hacer cosas especiales ni mucho menos. Entre medias de toda esta actividad, el niño también ha realizado sus ejercicios diarios en su pequeño “gym” colocado en el suelo donde se le enseña entre otras cosas a aprehender objetos. Al estar en el suelo y su abuelo ser un cabezota, y al levantar 7 kilos que pesa ya el niño mal levantados varios días seguidos, han llevado a güelito sin remisión al fisio que hizo lo que pudo sobre la lumbalgia sobrevenida.

Pues ahora, paseíto adelante, paseíto hacia atrás, niño al hombro para facilitar que eructe e intentar dormirle hasta que por sí mismo despierte y se encuentre nuevamente con su madre. No sé si este, pero a Guillermo le gusta estar acompañado y siempre requiere que alguien esté junto a él. Cuando esto no sucede por unos instantes, lo reclama llorando. Y la verdad, no hay cosa más angustiosa que el llanto –a veces desesperado– de un bebé. Llega la tarde con los dos progenitores en casa, quizás con alguna diferencia de tiempos, y las tareas empiezan a repartirse y equilibrarse.

Todo lo contado hasta ahora, no está exento de diversas situaciones e imprevistos que también acontecen y que al final se resuelven con tiempo, que es donde finalmente quiero ir a parar. En la mayoría de los casos la crianza y cuidados principales de los bebés son resueltos por las madres, aunque existan y ejerciten los permisos de paternidad. De esta mañana que acabo de describirles ¿pueden decirme de dónde saca una madre trabajadora tiempo para dedicarse a ella misma o atender cualquier otro menester del que tuviera que ocuparse? A todo esto, prohibido caer enfermo, hay que hacer comida, hay que hacer tareas propias de una casa, o salir a la compra.

Yo estoy de acuerdo, que el mundo sigue avanzando, que nada se va a detener por cuestiones como esta o similares, pero eso sí: nadie le va a quitar de ninguna manera, la valía, la entrega, el merecimiento, el amor que una madre posee y que poco se le reconoce, porque puedo dar fe del ímprobo trabajo físico que una madre realiza en la crianza de sus hijos, y ya ni te cuento –empíricamente también– desde el punto de vista emocional o afectivo, cuando el bebé ve llegar de nuevo a su madre al cabo de unas horas a casa. Todo un espectáculo emocional. Verlo para creerlo.

Cómo recuerdo a mi madre estos días en los paseos que doy con Guillermo, sin las comodidades de hoy, ni semejantes, y cómo –como otras madres– crió a tres hijos sin levantar mucha polvareda. Vaya desde estas líneas mi reconocimiento y cariño para todas las madres trabajadoras o no, que tienen por tan noble fin la crianza de sus hijos.

Me despido como viene siendo habitual con un ruego y petición de amparo a nuestra Madre la Santina de Covadonga, ante tanto desorden y nebuloso futuro.

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