Crítica / Teatro

El Palacio Valdés se coló en la fiesta musical

"Cruz de navajas" lleva al odeón avilesino una producción enorme que revive a los "Mecano" treinta años después

Saúl Fernández

Saúl Fernández

No me acordaba de que recordaba tan bien las canciones de "Mecano". De eso y de la composición del aire. "Oxígeno, nitrógeno y argón / su forma definida". Y de que para colarse en cualquier fiesta que se precie es fundamental que la cocacola sea "para todos" porque "el algo que comer" nunca ha sido lo importante. Y no me acordaba porque los "Mecano" llevan tres décadas metidos en los CD que tengo en casa. Y en un vinilo. "Ay, Dalai", pero no por lo del beso en la lengua del chaval del otro día, por el rollo zen en que se metió la banda al final del todo. En plan "The Beatles" cerrando la puerta al salir.

El Palacio Valdés se coló en la fiesta musical

Un momento de la representación de "Cruz de navajas", el jueves, en el Palacio Valdés. / Mara Villamuza

Recordé esto. Y también que hay un hueco "para los héroes de Cuba" en el cementerio que no es serio (al contrario de los muertos de "Fangoria" o del "Thriller" del rey del Pop). "Mecano", el grupo de los ripios desopilantes ("No hay marcha en Nueva York / Y los jamones son de York"; "O hay un Espartaco que entre a saco"; "Sal ya, que este trovador / se está asando de calor") es también la banda sonora de señores de mi edad. Y se nota cuando uno se pone a contemplar su estado correspondiente y a hacer memoria de aquellas vidas pasadas como los ríos. "Cruz de navajas. El último mecano" es un espectáculo de alegría, alborozo, contemplación y, sobre todo, disfrute: es pura gloria. Duró casi tres horas el jueves –su primera función, hoy sábado hay dos más y mañana domingo, la última de todas–, pero el respetable pedía más. Y hubo un bis –"Barco a Venus"– y ahí los de la compañía de Gonzalo Pérez Pastor permitieron enchufar los móviles. Toda la banda de cantantes, todo el cuerpo de baile, los músicos, todo el mundo, cerró la fiesta más grande de cuantas acogió el teatro Palacio de Valdés en lo que lleva de su siglo y pico de historia.

"Cruz de navajas" fue grande porque eran grandes sus cantantes, porque eran insuperables los bailarines y porque los músicos (una banda) parecía una Filarmónica.

"Mecano" fue la base de la fiesta, pero no sólo. Hubo un homenaje a otros genios de los ochenta; de ellos sobresalió el de Tina Turner. Simple, the best. Ahí es cuando el personal se puso en pie (se mostró tímido un rato largo, salvo dos o tres que andaban perdidos por los palcos y dándolo todo). Y se rompió a aplaudir como si nunca se hubiera aplaudido en la vida.

La producción gigante de la compañía –a base de focos y más focos, de pantallas y más pantallas, de creaciones de vídeo– convirtió el odeón que diseñó Manuel del Busto para los señores de bien de Avilés de comienzos del siglo XX en un teatro de Las Vegas o del West End. O del barrio de Salamanca. Los musicales que se habían quedado clavados en escenarios fijos de Madrid han pasado a la historia. Este fin de semana es buena prueba de ellos. Me hubiera gustado quedarme a vivir en esa fiesta. Con ese aire.

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