Hoyos del olvido

A propósito de la instalación de Juanjo Palacios y Carlos Suárez sobre la exhumación de las fosas de Parasimón

Jaime Luis Martín

Jaime Luis Martín

La historia de las fosas es una historia de perdedores que nunca tiene un final. La falta de una resuelta decisión política –a pesar de las leyes de Memoria Histórica (2007) y Memoria Democrática (2022)– y la carencia de recursos suficientes que saquen a los miles de muertos del olvido, nos convierte en un país en el que los vencedores de la guerra civil, que camparon a sus anchas durante cuarenta años de dictadura, siguen triunfando en el siglo XXI.

La exhumación de las fosas comunes de Parasimón, paraje situado en Pajares (concejo de Lena) es un empeño familiar por recobrar la memoria de Luis Cienfuegos, gracias a Celestino García, testigo en 1937 del fusilamiento y enterramiento de veinticinco personas en dos fosas. Cabe recordar que la exhumación se lleva a cabo en una de las fosas en junio de 2018 y la otra en septiembre de 2023 por el equipo de antropología forense de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, como parte de un proceso de investigación iniciado en 2010. Sin duda, se trata de un espacio duro, emotivo, oscuro y cavernario sobre el que se desbordan las pasiones y el dolor, un paisaje por el que fluyen décadas de ignominia, un espacio con memorias yuxtapuestas, con puntos de conexión en esa red que abarca el pasado y el presente, la proximidad y la distancia, trayendo historias perdidas, atrayendo relatos truncados.

La instalación sonora y visual de Juanjo Palacios (Estella, 1966) y Carlos Suárez (Avilés, 1969) que se puede visitar hasta el 20 de abril en Laboral Centro de Arte y Creación industrial es un diálogo con los familiares, con los sonidos de las labores de exhumación y con un paisaje, en el caso de Suárez, idílico, en el que subyace la barbarie. Ambos artistas ya habían trabajado juntos en "Cita con la historia" (2008) I Premio del Museo Barjola, un homenaje a las "Candasas" que fueron exhumadas en 2017, una instalación en la Capilla de la Trinidad que consistía en una capa de tierra que cubría el suelo con el terreno reticulado simulando los procesos científicos de exhumación. El ambiente sonoro recogía las voces de los que trabajaban en la extracción, comentarios de los testigos y el ruido de las palas removiendo la tierra.

En Parasimón el mayor peso del entorno sonoro lo protagonizan los familiares, un relato desgarrador que tira del hilo de los recuerdos que va desenredando la maraña formada durante décadas. Pero a diferencia de otras piezas sonoras con los ruidos como protagonistas de la realidad, haciéndonos escuchar lo que no percibimos habitualmente, lo sonoro misterioso, en este caso hay un desplazamiento narrativo hacia un realismo sonoro, que se materializa en una batería de altavoces situados frente a las dos pantallas de vídeo, reproduciendo las voces que cuelgan de los recuerdos, que perduran después de haber sonado, de haberlas escuchado.

Los paisajes de Carlos Suárez en apariencia idílicos, grabados en un plano fijo, con el movimiento de las ramas de lo árboles y el tránsito de los automóviles por la carretera que vemos en la lejanía, al pie del monte, no consiguen romper esa quietud, la sensación de serenidad. Y, sin embargo, cerca de esas imágenes se encuentran las fosas, que el artista mantiene ocultas a la mirada al igual que durante años han estado invisibilizadas. "La memoria de los lugares –escribe Víctor del Río en "Políticas del paisaje"–, la historia enterrada en cada escenario será un legado narrativo excedentario que arrastra en el trasfondo de la imagen y al que los hechos del presente sirven como actualización y como pantalla".

Al tiempo que miramos con "asombro maravillado" estos paisajes escuchamos la "miseria del ser humano" capaz de perpetuar las mayores atrocidades. En la instalación quedamos atrapados en esa contradicción, envueltos entre el mal, el relato trágico de los familiares, y la fascinación por estos paisajes. Lo sonoro y lo visual, mantienen un diálogo de ausencia y presencia, de lo próximo y lo alejado, de lo que se documenta y de lo que se preserva, de lo sublime y lo abyecto. Y aunque Arendt sostiene que los "hoyos del olvido" no existen porque siempre habrá alguien capaz de recordar y contar la historia, en las fosas quedan demasiadas víctimas a las que nadie reclama, sin posibilidad de restituir su memoria. Sumidos en la profundidad de las sombras.

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