Crítica / Teatro

Carretera al infierno

Saúl Fernández

Saúl Fernández

En la función del viernes pasado en el Centro Niemeyer falló la microfonía de los actores. Mucho. Se notó. Falló, como primera causa, porque la había. En el Niemeyer, que parece el último lugar que podría reclamarla. Una lástima.

Hay una madre salvaje en medio de una carretera al infierno. Y una hija en carne viva. Y también el ahijado de la primera con el corazón más ancho que largo. Todos a las puertas de un Averno sobre la tierra, todos por la gracia de Lautaro Perotti, el creador de "Nuestros actos ocultos", una tragedia griega, áspera, terrible, triste y sin esperaza, aunque Perotti lo tiña todo de comedia negra y lo emparente con el cine. Era teatro, pero parecía cine. Algo parecido pasó con "Próximo", de Claudio Tolcachir, Perotti y Marín. Precisamente.

"Nuestros actos ocultos" se formula por medio de cuadros que adelantan la acción y la atrasan para desarrollar la fábula que Perotti y sus tres actores están contando: las consecuencias de un acto criminal. Esto, la ruptura de la unidad de tiempo, sirve para atenazar a los espectadores a ese relato cruel que, poco a poco, se va descubriendo, como la erupción de un volcán: desde las fumarolas a la actividad explosiva. Pasa, soberanamente, cuando Azucena (Machi) lanza sus palabras como dardos a su hija Elena (García): un duelo a muerte que hubiera debido congelar la capacidad de reacción del respetable de no haberse notado la amplificación de los actores.

Perotti escribe con la naturalidad que da la familia. Como director logra que Machi, Marín y García hagan normal lo anormal. Y eso salvó la noche altisonante.

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