Opinión | Mente sana

La inmensa decepción que siento

Una reflexión sobre las expectativas que nos ponemos

La decepción duele. Y, cuantas más expectativas tengamos, más duele. Forma parte de la condición humana.

Siempre he creído en nuestra capacidad para ir construyendo sociedades futuras cada vez mejores. Crecí viendo series de la tele como "Raíces" o como "Holocausto". Seguro las recuerdan. Interioricé la ingenua expectativa de que todo aquello nunca más sucedería, que en modo alguno se permitiría. Y se permite, vaya si se permite. De ahí mi decepción.

Hace unos días estuvo en el salón de actos del Hospital San Agustín, Raquel Martí, directora del Comité español de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina). LA NUEVA ESPAÑA de Avilés recogió, por cierto, la noticia. Quisiera poder ser capaz de transmitirles el sobrecogimiento de quienes allí la escuchamos relatar el sufrimiento del pueblo palestino, cuyos territorios llevan siendo violenta y progresivamente colonizados por Israel desde hace más de 70 años. Sobrecogimiento aún mayor según ella nos iba describiendo estos últimos cuatro meses de horror absoluto: alrededor de 30.000 mil personas asesinadas (población civil de cualquier edad, gente de la ONU, profesionales sanitarios, periodistas…). De ellos, más de 12.000 niñas y niños. Bebés fallecidos en las incubadoras por falta de luz. Hospitales derribados junto con colegios y universidades. Operaciones y amputaciones sin anestesia y sin medicamentos. Enfermedades que se propagan. Hambruna. Israel les ha dejado sin alimentos, sin agua potable, sin suministro de energía. Con acusaciones sin pruebas ha logrado que 16 países dejen de enviar la imprescindible ayuda. Ha destruido los hogares de millones de personas para impedir que puedan retornar. El mayor hacinamiento por kilómetro cuadrado del planeta. Con todos los pasos fronterizos cortados. Sin poder huir a ningún lado. Para poder aplicar una especie de "solución final" a cielo abierto ante los ojos del mundo. En vivo y en directo.

Las (tibias) recomendaciones de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia contra el gobierno de Israel tras la demanda de Sudáfrica no se están cumpliendo. A Netanyahu ya todo se la trae al pairo. El supuestamente civilizado mundo occidental le está permitiendo barra libre. También armamento.

Después del holocausto padecido por el pueblo judío y otros colectivos, disciplinas como la psicología encontraron respuestas que contribuyeron a explicar cómo se pudieron producir las indeseables conductas que mostraron los nazis. Y cómo no habrían llegado a tales extremos si no hubieran contado con la indiferencia de gran parte de la sociedad alemana (y europea) de la época.

No hemos aprendido nada.

Inmensa decepción, pues, ante la indiferencia de aquellos gobiernos, entidades, medios y personas que siguen mirando hacia otro lado. Los países que en 1947 provocaron esto se lavan las manos. Los valores occidentales de los que se presumía tanto están siendo obviados en aras de… ¿De qué? ¿Del dinero? ¿Del poder? Que nos lo expliquen, porque no hay nada, absolutamente nada que justifique el exterminio de ningún grupo humano. Ni siquiera los horribles atentados de Hamas justifican esto.

No queda otra que convertir en rabia la decepción y seguir saliendo a la calle. Como llevan haciendo gentes de todo el mundo en los últimos meses, incluidas personas judías que no quieren que se cometa este genocidio en su nombre.

El 25 de febrero nos vimos de nuevo en Gijón para alzar la voz, para volver a gritar entre lágrimas que se haga algo que pueda poner fin a esta cruel matanza.

Porque quedará en nuestra memoria colectiva.

Porque la humanidad ya no será la misma después de esto.

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