Opinión | Cada treinta días

Carnaval, Semana Santa y Pascua florida

Un paisaje tradicional y consolidado que, en ocasiones, no está lo suficientemente atendido y cuidado

Qué rápido pasan treinta días. Hace eso justamente, nos poníamos al día con el nuevo año, en esta misma sección recién inaugurada el pasado mes.

En treinta días en Avilés, vemos y nos fijamos en muchas cosas. Alguna de ellas le llama a uno especialmente la atención y sobre ella reflexiona. Es mi caso hoy. Advierto que, sin el menor atisbo de acritud hacia nada ni nadie.

Pongámonos en los escenarios o lugares y tiempos que en adelante trataré de comparar en ciertos aspectos. Carnaval, Semana Santa y Pascua, por ejemplo.

Cuando era más joven, disfruté como muchos del carnaval avilesino. Ya entonces y ahora, lo cierto es que, carrozas, artilugios, vestimentas y demás parafernalias que se usaban y usan y también se disfrutan durante la fiesta, han evolucionado en casi todos los aspectos (construcción, imaginación, confección, materiales …)

La cobertura mediática –por otra parte– (seis páginas este periódico al día siguiente del Descenso sin ir más lejos), que a la fiesta se presta, en ocasiones –creo– llega a ser desmesurada. En fin, todo dentro de lo que podríamos llamar "toda una fiesta". Y las fiestas –algunas– están para eso, para divertirse, entre otras cosas. Hay un rasgo característico y común en estas fiestas avilesinas –Carnaval, Semana Santa y Pascua– y es la incorporación "in crescendo" (en unas más que en otras ciertamente) de gente joven en todas sus variantes. Bueno, pues pasó carnaval y llegará Semana Santa y la Pascua. Y con la Pascua, la fiesta nuevamente. Por cierto, este año me llamó especialmente la atención, la desbordada imaginación, arte, esmero y tremendo trabajo, que los maestros constructores del carnaval han puesto en las enormes y creativas carrozas que han desfilado por Avilés.

Es de destacar igualmente, las caras de felicidad, alegría y sobrada diversión que los más pequeños (creo sinceramente que fueron más que ninguna otra edición) lucieron durante todos los pasacalles, desfiles, descensos, etcétera.

Llegará Semana Santa, y las calles avilesinas "petarán" de personas, esta vez también de devoción cristiana; y los pasos y las imágenes volverán a lucir sus mejores galas y continuas renovaciones. Y se crearán nuevas estaciones de penitencia, y nuevos recorridos alternativos, y crecerá el número de cofrades en las cofradías, y saldrán nuevas publicaciones y de mejor calidad, al respecto de la festividad. Y volverá la prensa a dar la cobertura informativa que la tal festividad merece.

Las parroquias avilesinas, las imágenes que en ellas se albergan durante todo el año, los fieles cristianos que las componen, ven y "sufren" en esta época, los rigores de los traslados, limpiezas, restauraciones de última hora para estar a punto desde el primer día. Mucha gente que no es ni vive en Avilés se concentra esos días en la Villa, con los consiguientes y beneficiosos efectos económicos que ello reporta.

Podía terminar esta colaboración con una pregunta que a continuación haré, y dejar resuelto el asunto para reflexión y consideración del amable lector. La pregunta final sería: ¿Y la Pascua florida avilesina? Pero no lo haré. Seguiré unas líneas más porqué la fiesta en cuestión, la del Bollo, lo merece. Merecerlo no significa que todo vaya bien, al menos a los ojos de quien ve, observa y comenta. Es, este caso. La fiesta y la participación ciudadana no debería de medirse –en esta ocasión– solamente por uno de los actos más atractivos desde el punto de vista social o por qué no decirlo, filantrópico, que es la afamada y multitudinaria Comida en la Calle.

La tradición –fue declarada la Fiesta del Bollo de Interés Turístico en el año 1972, siendo su origen en 1893– lo sentimental, lo hasta ahora conseguido por parte de la Cofradía de El Bollo, habrían de mediar, en según qué decisiones y abrirse al mundo, para que al menos parte de la fiesta y núcleo central y origen de la misma, no diera sensación de decaimiento. Desfiles de carrozas y reparto del bollo mantecado escarchado en lugares acostumbrados –sin el menor ánimo de molestar a nadie– son ejemplos que a mi entender no están lo suficientemente atendidos y cuidados y por lo tanto saltan a la vista, o al menos llaman la atención.

Yo creo que hasta los mismos días de diferentes años, las mismas personas en los mismos sitios, a la misma hora, con los mismos trajes, haciendo lo de todos los años, forman parte de un paisaje tradicional y consolidado, cerrado a cualquier tipo de innovación, que el resto de las fiestas admiten, para no languidecer.

Las "tormentas de ideas" en estos casos suelen funcionar y son medicina curativa que merece la pena recetar y tomar, antes de que el enfermo tenga que entrar en cuidados paliativos, después de aquella "crónica de una muerte anunciada".

En todo caso, y reitero lo escrito, no dejan de ser sensaciones de un ciudadano plasmadas en las páginas de un periódico, que ve, escucha y cuando tiene una plataforma como esta lo comunica, para aquel que guste en leerlo y juntos reflexionen sobre lo escrito y leído. En treinta días aproximadamente, andaré de nuevo por estos lares.

Hoy, mi ruego o plegaria final a la Santina, no irá sobre lo escrito; hoy le pido encarecidamente a la Santina por la paz en el mundo; que definitivamente se acaben esas guerras sin sentido que no nos traerán a todos más que miseria y dolor.

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