Opinión | Crítica / Teatro

Las palabras y los cuentos

Lo último de Pablo Rosal coloca al dramaturgo entre los mejores

En "A la fresca", que es el espectáculo que programó el Centro Niemeyer este viernes pasado, se dicen cosas como: "No sé explicar historias, no puedo, no lo logro: no creo en el futuro". O "no creo que hayamos nacido para ser un relato y si nos gusta contar relatos o escucharlos en realidad es porque queremos llegar al final". Y lo curioso es que las dos afirmaciones salen del mismo personaje (se llama Eusebio, pero eso da igual ahora). Es uno de los tres sentados "a la fresca" a desarrollar una fábula que alucinó a los espectadores que llenaron el club del Niemeyer, que es, la mayor parte de las veces, el club del teatro más delicioso, en tanto en cuanto, como Garcilaso en su primer soneto, logra que cada quien se siente a contemplar su estado para descubrir, al final, el camino que le ha traído a esa butaca (incómoda).

Antes de anoche fue Pablo Rosal, que está llamado a tocar altas cumbres dramáticas venideras, de esas de sorpresa y salto fieramente humano. "A la fresca" es una comedia que sonríe porque hace literatura con el deseo de no hacer literatura, que revive a Ítalo Calvino, el de "Si una noche de invierno un viajero...", y lo emparenta con el Eugene Ionesco más atómico. Tres personajes hablan (uno se llama Manolo Caracol y es albañil, pero no es Manolo Caracol, ni tampoco albañil). Y hace que las palabras llenen una función donde los aludidos sólo dejan huella en la ropa tendida. Y esto sólo se puede hacer con tres actores deliciosos y dirigidos con las cuatro virtudes cardinales

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