Celso Fernández Sangrador, hostelero, es el propietario de La Sifonería, la esencia de la hostelería canguesa. También forma parte sustancial de su sociedad, organizando fiestas populares y encarnando al Rey Melchor desde hace décadas. En estas líneas repasa su vida en Cangas, desde aquella ciudad que recuerda hecha escombros en la posguerra.

Vino al mundo en la sifonería y almacén de vinos que regentaba su familia en Cangas de Onís. Juró que nunca sería hostelero. Pero el negocio familiar se vino abajo con los cambios en el sector de la distribución de la bebidas y tuvo que partir de cero. Empezó con una tienda de productos asturianos y luego, sí, se hizo hostelero. Hoy La Sifonería de Celso Fernández Sangrador, nacido en 1947, encarna una de las esencias canguesas para locales y turistas. Así se cuenta:

La primera imagen que tengo de Cangues es que era prácticamente escombros. Prácticamente. La guerra estaba reciente y aquí la aviación metió caña, igual que en Guernica. Solamente que aquí no vino Picasso a pintarlo. Todo escombros. Enfrente de mi casa, escombros. El solar de la iglesia, escombros. Pero lo que más recuerdo es mucha vida de gente. Y, sobre todo, críos. Había muchos críos en aquella época. La vida se hacía en la calle. Hoy no dejas un crío con 11 años ir a la escuela solu, tienes que llevarlo. Nosotros jugábamos por la calle. Recuerdo una época muy buena”.

“Cangues no perdió lo que es la estructura. Es tal como era. Igual, pero rellenu. Tou lo que era antes finques, escombros, tou se fue edificando. Pero bien. No de una manera muy fea ni cosas de así”.

Celso Fernández Sangrador, en su local de Cangas de Onís, La Sifonería. Julián Rus

“Cangues siempre fue turístico. Está geográficamente en uno de los puntos mejor situados de Asturias o de España. Estamos en el núcleo del Oriente, a 14 kilómetros de Covadonga, a 24 de los Lagos, entre 25 y 40 minutos tenemos toda la línea de playas de toda la zona del oriente de Asturias... Se piensa que empezó a haber turismo cuando vino el Papa a Covadonga y cuando la Vuelta a España. Pero en Cangues hace más de 100 años ya había cuatro hoteles. Todos buenos para la época. Tengo miedo que no los hubiera en Oviedo. Y había muchas pensiones y fondas. En casi todas las casas tenían habitaciones para alquilar. De toda la vida venían a Covadonga. A los Lagos, menos. Porque no había carretera, claro. Me acuerdo, de chavales, cuando subíamos caminando por el verano. Pasabas por allí tres o cuatro días y no veías una persona”.

“En Cangues somos afables y de gustar, gente hospitalaria”

“La pesca en Cangues fue un motor importantísimo. Además, en aquella época, aparte de los ribereños que vivían del salmón, se pescaban muchos salmones. Salían salmones y los más normales eran de 8 kilos. Hoy en día ves un salmón de 4 kilos y todo el mundo te dice: ¡Vaya salmón! Hoy en día no somos conscientes de la riqueza que nos da el salmón. De aquella, los ribereños, porque los salmones se podían vender, tenían un motor ahí y sí venía mucha gente por la temporada de pesca. Teníamos unos restaurantes buenos. Estaba casa Ventura, estaba casa Eladia, estaba el Sella... Y había otra cosa que era muy interesante: venían familias, los que llamábamos “los turistas”, igual estaban aquí un mes: el padre, el que iba a pescar, y la madre, la cuñada, una muchacha... Pasaban quince días o un mes en un hotel. Familias bien”.

“El carácter de aquí siempre lo vi muy abierto, muy dado a admitir a todos los que vienen de fuera, a ser cordiales, hospitalarios. Somos de ser afables y de gustar. Quizás en agosto ahora estamos un poco saturados de turismo, puede que haya demasiado, pero tampoco se puede decir porque la gente piensa que, cuanto más te venga, mejor. Yo no soy de ese parecer”.

“Nunca quise marchar de Cangues porque quiero yo mucho a Cangues. Estuve estudiando en Gijón tres años, perito industrial, pero no acabé la carrera. Me queda un año. Fui a estudiar un poco por no trabajar en casa, la verdad. Cuando tenía 7 años ya trabajaba y entonces la vida era jodida. En casa éramos cuatro hermanos y mi madre. Mi padre murió muy joven, y yo era el mayor. Antes de ir para el instituto yo ya daba una vuelta en Cangues repartiendo”.

Celso Fernández Sangrador Julián Rus

“Tengo tres hijas que son las que ahora llevan el negocio. Por suerte ninguna quiso marchar. Fue lo que me pasó a mí. Otros amigos de mi edad, con hijos como los míos, casi todos los tienen fuera. Por suerte, bien colocados. Yo a veces pienso: igual soy un poco egoísta, igual las hijas podían ser directoras generales de qué sé yo. ¿De IBM? ¿Existe IBM? Cuando era guaje hablar de IBM era el top. Tenemos un pariente que cuando marchó para IBM decíamos: Oye, gente importante. Igual yo podía estar de director en alguna parte, jeje. A veces lo comento con la mujer, la suerte que tengo: me asomo al balcón y veo a las tres hijas. Porque, además, viven aquí cerca”.

“Yo amo la vida. Si no amas lo que haces, nada te vale nada”

“Yo siempre decía y pensaba que nunca sería hostelero. El otro negocio me gustaba mucho porque salía un poco alrededor a repartir. Estaban esperando a que llegara yo porque traía leche fresca del día y siempre comentaba algo. Como digo yo, éramos como los juglares de antes, que iban por los pueblos contando lo que pasaban por otros sitios. Por circunstancias, tuvimos que cambiar y al final fue lo que nos surgió, lo que tuvimos más fácil de hacer, y ahora no cambiaría a la hostelería por nada del mundo. Hay que entenderla bien, no es solo ganar dinero. Eso tiene que quedar a un lado. Se disfruta mucho de la gente. Hay una reciprocidad en el trato del hostelero con el cliente. Si nos esforzamos en atender bien y hacerlo bien, en dar buena comida, la mayoría te corresponde. Siempre hay un faltosu, pero hay uno al añu. Hay coses que llegan mucho al alma, como cuando me llega con un sifón de Checoslovaquia gente que a lo mejor estuvo aquí hace tres años”.

“La pandemia me cambió la vida. Me fastidia decirlo pensando en la pila muertos que hubo, pero nunca viví mejor que los 70 días que estuvimos confinados. Viví mejor por estar en casa sin hacer nada, aparte de las labores de casa. Era la primera vez que paraba de trabajar. Fíjate en qué situación estábamos. Cuando nos confinaron tuve que bajar a La Sifonería a buscar platos, vasos, cubiertos...”.

“Estoy muy contento con la vida que llevé. Fue la vida que yo quise en realidad y tuve suerte. Pasé momentos muy malos, pero muy malos, cuando el cambio de negocio. Pero gracias a Dios se solucionaron. El secretu es que tienes que querelo. Por decirlo más finamente, amalo. Si no estás amando lo que tienes, ya puedes alternar con gente o tomar mariscadas o tener un coche de la hostia, si no estás amando lo que estás haciendo, la vida no te vale para nada. Yo sí amo la vida. Tuve muchas crisis, pero también mucha suerte. Y tuve la familia, que siempre estuvo conmigo. La familia es lo más importante. Como no estés en sintonía, olvídate, que no haces nada. No en sintonía. Tienes que estar mimándolos: ten cuidado donde pones el pie, dami la mano, empujando un poquitín... Hay que mimase. Si no, la vida nada más que es ir p’alante”.