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“Mi padre tuvo reconocimiento en Noreña, pero no en Chile”, lamenta la hija del juez Juan Guzman Tapia

Sandra Guzman, hija del primero en procesar al general Pinochet, agradece el homenaje póstumo que le brindó en la Villa Condal la Asociación Contigo, que recupera así su actividad

El juez Juan Guzmán Tapia y su hija Sadra. | Reproducción de Inés Gago

Sandra Guzmán tenía 29 años cuando su padre, el ya fallecido juez Juan Guzmán Tapia, llevó el caso de la llamada “Operación Caravana de la Muerte”, por la que se procesaba al exdictador chileno Augusto Pinochet. Era el año 1998 y se investigaba una comitiva que recorrió Chile en busca de opositores al régimen para asesinarlos. Era la primera vez que se abrían diligencias contra el mandatario chileno y el juez Guzmán se vio en el ojo del huracán. “Fue vilipendiado por la derecha, pero muy bien acogido por otro sector de la sociedad”, cuenta su hija. “Mi padre no ha tenido el reconocimiento en su país que sí que ha tenido internacionalmente y que también ha habido en Noreña”, añade Sandra, en conversación telefónica con LA NUEVA ESPAÑA desde Francia, al hacer referencia al homenaje que le ha brindado al juez la Asociación Contigo, que recuperó así su actividad.

Fue en 2007 cuando el juez Juan Guzmán Tapia pronunció una conferencia en la Villa Condal sobre el procesamiento de Pinochet. “Se enamoró de Asturias y de su gente. Creó lazos de amistad con quienes le invitaron”, relata Sandra, que vivió su reciente visita a Asturias para el homenaje a través de los ojos de su padre. Todo era tal y como se lo había contado. El juez tenía pensado regresar hace tres años, pero los problemas de salud que tenía en ese momento se lo impidieron. Falleció el pasado mes de enero, tras una enfermedad, pero el último viaje que hizo con Sandra fue a Madrid: “ Le encantaba España”, afirma.

Su hija recuerda vívidamente cuando el juez Guzmán decidió comenzar a investigar el pinochetismo. Todo en su familia cambió. Empezaron a moverse por el país con dispositivos de seguridad porque había muchos defensores del régimen dictatorial. Aquel proceso fue un aprendizaje. “Nos contaba sus avances y frustraciones. Se vio muy poco apoyado. No le dieron los recursos adecuados para llevar a cabo el proceso. Al principio, lo único que le dieron fue una máquina de escribir. No tenía, si quiera, una secretaria”, rememora Sandra.

Hubo cosas que solo compartió con sus seres queridos y otras que fueron públicas por la envergadura de la investigación que estaba llevando a cabo, pero el juez Guzmán Tapia también guardó muchos secretos. Dice su hija que “tiempo después, nos contó que había recibido amenazas de muerte. No teníamos miedo, pero era una situación política muy delicada y sujeto a mucha presión”. El magistrado fue descubriendo “un horror”.

Golpe de Estado

En 1973, tras un golpe de Estado, el comandante jefe del Ejército de Chile, Augusto Pinochet, se hizo con el poder. Ese mismo año, en octubre, organizó un grupo de militares, dirigido por el general Sergio Arellano, que recorrió el país buscando opositores al régimen. Le llamaron la “Caravana de la Muerte” y sus miembros cometieron numerosos asesinatos. Por esta causa, el juez ordenó arrestos y empezó a acuñar el término “secuestro permanente” para aquellos casos en los que no había aparecido el cuerpo.

El caso fue sobreseído por la enfermedad del dictador. A día de hoy, según las cifras del Instituto Nacional de los Derechos Humanos de Chile, se le atribuyen más de 40.000 víctimas.

“Aquello fue un auténtico maremoto para él, porque Pinochet seguía muy presente. Quería llegar a la verdad, pero el gobierno, en cierta medida, estaba por la nostalgia”, relata Sandra. Ella, que aprendió mucho del caso, decidió optar por otros estudios y se dedicó al área humanista. También es orfebre.

Su visita a Noreña le ha dejado huella. “Fue tal y como me lo había contado. Me encontré gente linda, maravillosa y culta. Yo pude ir y sentirlo todo en su nombre. Sé que a él le hubiera gustado venir. Estuvo en Tapia de Casariego, algo que le hizo especial ilusión porque de ahí es la procedencia de su apellido y la familia materna de su padre, y también comió fabada, chipirones y calamares. Encontró en Noreña el reconocimiento que no le dieron en su país”, resume Sandra Guzmán sobre la especial relación entre su padre y la Villa Condal.

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