Ya saben ustedes que en internet se pude encontrar cualquier cosa. Hay una página llamada mil anuncios.com en la que existe un ejemplo de que todo se puede comprar y vender: alguien ofrece un «riñón en perfecto estado» por 200.000 euros, aclarando que lo vende por problemas familiares. Si somos capaces de superar el susto y seguir buscando gangas más amables, otra oferta un poco más abajo nos resulta más familiar y puede ayudarnos a recuperar la tranquilidad: «Vendo botella de anís Marabú del año 55, buen estado, tapón de corcho y sello tapando la botella muy antigua. Precio 50 euros». Esto ya es más normal y nos relajamos con los recuerdos que nos trae la evocación de aquel licor que se fabricaba en Mieres y llegaba hasta las últimas barras de los bares peninsulares.

La comercialización de bebidas fue un negocio en el Caudal que tuvo una evolución casi paralela a la de la minería del carbón; la mejor de nuestras destilerías nació en 1919, cuando la hulla vivía un momento de esplendor gracias a la Gran Guerra que obligaba a cerrar las explotaciones de los países en liza, y fue decayendo con el mismo compás que impuso la reconversión del pos-franquismo, reduciendo plantilla casi matemáticamente, desde los 70 empleados de su mejor época hasta el último suspiro que se empeñaron en mantener dos trabajadoras con una resistencia numantina en la que emplearon hasta sus pequeños ahorros.

En las primeras décadas del siglo XX hubo otros intentos empresariales en el mismo sentido, como la Alcoholera Andaluza que se presentaba desde Requejo como «Gran Fábrica de licores, aguardiente y jarabe para refrescos» y comercializaba el jerez-quina Julieta y el anís dulce Gitana, pero fueron las Destilerías del Principado, también conocidas por apellido de sus propietarios, la familia Bernaldo de Quirós, quienes supieron ofrecer infinidad de novedades adaptándose a los cambios de paladar de la clientela, de forma que algunos de sus productos acabaron por convertirse en auténticos iconos locales: Eso sucedió con la marca Kiber, que etiquetaba ron y ginebra, o el ya citado anís Marabú, que llegaron a formar parte de nuestra vida gracias a su fantásticos anuncios. En 1972 la alcoholera mierense se hizo popular en toda España con una apuesta económica arriesgada al hacerse cargo del equipo de hockey sobre patines que se había formado en los años cincuenta dentro del grupo de empresa de Fábrica de Mieres y que sobrevivía gracias al empeño del recordado Alfredo Visiola Rollán, quien intentó que la destilería asumiese la responsabilidad de todas las disciplinas deportivas que aún se mantenían tras la desaparición de la Fábrica, pero finalmente tuvo que conformarse sólo con el Club Patín Kiber, que militó en Segunda División para ascender posteriormente a la Primera Nacional y llegar en su etapa más gloriosa a la División de Honor, respaldado por una afición que seguía al equipo a todas partes. Como herencia de aquellos años, el hockey es hoy el segundo deporte en importancia en el Caudal y el heredero del Kiber, llamado pomposamente Universidad de Oviedo-Club Patín Mieres, tiene varios equipos filiales y sigue proporcionando de vez en cuando alguna alegría a sus seguidores. La publicidad de la ginebra Kiber era sencilla: «¡Póngala en su copa!» se leía en los carteles de los campos de fútbol y las carreteras secundarias; ahora seguramente nadie recuerda ya ese eslogan, pero, sin embargo, la que sí dio en el clavo fue la del anís Marabú -rectificado, por supuesto-: «Desde que amanece, ya apetece». Desconozco quién fue el autor de la frase y del icono que la acompañaba, un hermoso gallo que saludaba al Sol encaramado en la botella, pero es fácil imaginar lo que hubiese dado cualquier multinacional por una idea como ésa.

A veces me distraigo buscando en la prensa antigua los anuncios de los locales y las pequeñas industrias que en otro tiempo dieron riqueza y empleo a las Cuencas y entre ellos encuentro alguna joya como ésta que acabó integrándose en nuestro lenguaje hasta el punto de que hoy los más jóvenes siguen empleándola para referirse a otros aspectos del ocio no relacionados con el «bebercio». Otro de los productos de la destilería, el ponche Asturiano, tampoco se quedaba atrás a la hora de llamar la atención. En 1960 un dibujo presentaba a un mexicano dormitando cubierto por su típico sombrero en el que la botella hacía de copete mientras otro le miraba sorprendido montado en un burro y exclamaba «¡Conche, qué ponche!». Efectivamente, es que encima el producto era bueno, y aquí debo citar a la fuerza a mi amigo Silvino, aficionado a cerrar las comidas con esa bebida, que estimaba como el mejor de los néctares y que cuando empezó a escasear tras la crisis de la empresa se dedicó a buscar por todos los establecimientos de Mieres hasta que la catástrofe de su desaparición hizo inevitable el cambio de marca. El ponche Asturiano también está asociado al que seguramente fue el anuncio más arriesgado de la posguerra y que milagrosamente logró burlar la rígida censura que controlaba la moralidad de los hábitos españoles. Nada menos que en 1945 su publicidad presentaba a una mujer rubia sentada en solitario en una terraza, fumando y con una botella y una copa sobre la mesa; en la pared aparecía un reloj marcando las 12.15 y bajo el nombre del producto se especificaba que «reúne la condición especial de poder tomarse a cualquier hora del día». Es como una especie de antídoto contra el «Soberano es cosa de hombres», que ha pasado desapercibido a las feministas y que estoy seguro de que seguiría llamando la atención si la escena se hiciese realidad en muchos pueblos de España.

Se ha escrito algunas veces sobre la supuesta relación de Mieres con el cubalibre, estableciendo en el tramo central de la calle La Vega una de sus mecas, y yo, aunque desconozco la certeza de ese episodio, debo darlo por bueno. Lo que sí puedo afirmar con rigor es la influencia de los productos Kiber en la popularidad de otra mezcla, que aunque ya existía en muchos locales de la geografía patria, nunca se hizo tan bien como aquí. Me refiero a la ginebra compuesta; un elixir que acabó pasando a la leyenda cuando se demolió el Café Carolina y cuya fórmula aún guardan celosamente en su corazón los antiguos camareros del mítico local, como Lelo, que, aunque dirige desde hace años su propio establecimiento, El Galeón, sólo la elabora si se lo pide expresamente algún cliente conocedor de su experiencia profesional. Los tragos largos y con hielo elaborados con los productos de los Bernaldo de Quirós empezaron a enseñorearse de las barras de aquel Mieres que se convirtió en el centro de la noche asturiana gracias a los diseños de otro Quirós, Chus, que eligió a la villa del Caudal como su Florencia particular pensando bares y discotecas que fueron imitados luego en otras partes. Entonces los vasos de los jóvenes eran de tubo, claramente diferenciados de los que recogían las pintas de vino que bebían sus padres y desde luego sin nada que ver con los se usan para la sidra; luego -cosas de la moda- ha ido imponiéndose la costumbre de emplear estos últimos para las mezclas, en una estética que se está imitando cada vez más en otros lugares de copas muy alejados de nuestra región y que habría hecho reír a los primeros consumidores de refrescos americanos endurecidos con los alcoholes lugareños. Aunque, dicho sea de paso, los hechos vuelven a repetirse, porque cuando el cristal llegó a los lagares quienes siempre habían bebido en vasos y zapicas de madera también consideraron que el hábito del escanciado iba a ser algo pasajeroÉ y ya ven.

En fin, volviendo a nuestra alcoholera, de ella fueron saliendo otras propuestas de menos éxito, como el coñac Trasañejo, los jarabes para cócteles o los licores de frutas con los que hubo que unirse a la moda de los chupitos amariconados que inunda las sobremesas de los restaurantes, pero nada pudo evitar la crisis y en septiembre de 2003 hubo un último intento para sacar adelante la empresa en el que el Ayuntamiento de Mieres mostró su disposición para actuar de intermediario entre su propietario y algún posible comprador, animando las ofertas con el compromiso de colaborar en la difusión y la publicidad de la marca, si finalmente todo se pudiese encarrilar satisfactoriamente. Desgraciadamente no pudo ser, pero lo que nunca podrán quitarnos es el recuerdo de esta empresa que merece tener un lugar propio en nuestras historias.