Arnaldo de Sizzo, Conde de Sizzo-Noris -y no Norris, como se escribe a menudo confundiendo su apellido con el del karateka de las películas- fue un ingeniero tirolés que llegó a Asturias con la perspectiva de multiplicar su dinero comprometiéndose con los proyectos ferroviarios que se estaban desarrollando a finales del siglo XIX. Su nombre aparece ligado a inversiones como la construcción del tramo Villabona-Avilés, pero su proyecto más ambicioso estuvo en un ferrocarril de ancho normal que debía unir la cuenca minera de Langreo con la flamante línea del ferrocarril León-Gijón para dar salida al carbón asturiano hacia los mercados de la Meseta.

En agosto de 1886 solicitó el permiso para realizar los estudios de este trazado, que le puso en contacto con la Cuenca del Nalón depositando una pequeña cantidad como garantía y en septiembre de 1890 logró la concesión del «Ferrocarril de Soto del Rey a Ciaño-Santa Ana», pero como el documento no venía acompañado por la subvención del Estado que él y sus socios esperaban, no tardaron en transferir sus derechos a otra compañía, recibiendo por la concesión, la tasación de las obras realizadas hasta aquel momento y los intereses del capital que habían invertido en su plan, lo que se acercaba ya al millón de pesetas.

Arnaldo fue el segundo en ostentar el título de conde de Sizzo-Noris, porque desde que la emperatriz María Teresa lo creó para uno de sus antepasados llamado Felipe en 1774; nadie volvió a emplearlo hasta que él obtuvo de nuevo la autorización en 1911, luego lo recuperó su hijo Álvaro y desde que éste falleció está en desuso.

Pero hoy no vamos a escribir de ferrocarriles, ni de nobles, sino de metalurgia, y para ello debemos empezar contando que Arnaldo de Sizzo junto con Wenceslao Fernández fueron los fundadores en 1894 de la Compañía de Asturias en La Felguera, donde mandaron levantar las instalaciones que se conocerían popularmente como Talleres del Conde. La factoría tuvo que competir en cierta manera con Duro y Cía, aunque sus especialidades fueron distintas y su tecnología más avanzada. Allí se construyó el único taller español de tubería vertical y una central eléctrica, siempre aprovechando el agua del río Nalón, y todo ello redundó en la extensión del alumbrado público y la telefonía por la localidad langreana.

La fama de los trabajos de la Compañía de Asturias rompió las fronteras nacionales, pero aún así en 1902 el pez grande se comió al chico y acabó absorbida por la rebautizada Sociedad Metalúrgica Duro-Felguera, S.A., pero a pesar de que su existencia fue breve, aún hubo tiempo para que nos dejase un recuerdo que diariamente admiran cientos de turistas que visitan Asturias: la Campanona de Covadonga. Esta es su historia.

Pocos meses después del desastre de 1898, cuando España aún sangraba por las heridas que le habían dejado la perdida de las últimas colonias y el deterioro de su respeto internacional, se convocó la Exposición Universal de París, que iba a convertirse en el asombro del mundo mostrando las novedades tecnológicas, científicas, industriales e incluso artísticas que estaba trayendo la industrialización. En la factoría del Conde Sizzo se quiso estar a la altura del momento presentando una obra maestra fundida por sus obreros que reflejase la calidad de sus fundiciones.

Después de examinar varias posibilidades se optó por fabricar una campana que debía llamar la atención tanto por su factura como por su decoración, lo que resultaba difícil de conjugar y finalmente se determinó el tamaño y el peso de la pieza: nada menos que tres metros de altura y 4.000 kilos de peso. Cuando los maestros fundidores se comprometieron a llevar a buen término la monumental tarea, quedó pendiente encontrar al artista que diese forma al proyecto, y se pensó en el italiano Francesco Saverio Sortini, quien conocía perfectamente los entresijos de las Exposiciones internacionales ya que había sido premiado por su trabajo «El hijo del Pueblo» en la celebrada en Roma en 1883.

Sortini vivía a caballo entre su país y Gran Bretaña, donde había realizado algunas piezas de prestigio como un centro de mesa de plata para el rey Jorge V, pero también era conocido en la corte de Mónaco y en Baviera. Un artista caro, pero garantizado, al que se convenció con dos talonarios, el del propio Conde Sizzo y el de Luís González Herrero que no dudó en apoyar el proyecto.

Al final mereció la pena, el italiano presentó una decoración basada en las grandes obras de su país en la que destacaban escenas del Juicio Final relatado por Dante en la Divina Comedia, motivos paganos de la Eneida escrita por Virgilio, y entre ellos alegorías cristianas como las efigies de diversos Papas, la representación de un rosario y momentos de las Cruzadas.

El 14 de abril de 1900 se inauguró por fin la Exposición en la Ciudad Luz, que se iba a prolongar hasta el 12 noviembre haciendo coincidir a la vez los Juegos Olímpicos y se cerró con más de 50 millones de visitantes. Para ella se levantaron algunas de las construcciones más emblemáticas que aún pueden verse en París, como la estación de Orsay, el Petit Palais, el Grand Palais y el puente Alejandro III y también una enorme noria que tenía un diámetro de 100 metros y fue demolida en 1937 y en su recinto se exhibieron el Palacio de la Electricidad, con doce mil bombillas encendidas y una cascada artificial; también llamó la atención la famosa Galería de Máquinas, las aceras giratorias de madera con las que los visitantes podían desplazarse sin caminar y la primera escalera mecánica de la historia, entre un sinfín de maravillas que anunciaban como iba a ser la vida en el siglo que estaba dando sus primeros pasos.

La Exposición se completaba con otras actividades, inauguraciones, exposiciones y demostraciones en los que cada país quería mostrar a los demás su potencial comercial y por ello los pabellones se convirtieron en escaparates de las características nacionales y sus culturas, aunque la estética del momento, el llamado art nouveau, estaba presente por todas partes.

El edificio que representó a España era obra de José Urioste, quién hizo en él una síntesis del estilo plateresco recogiendo detalles del Palacio Monterrey de Salamanca y la Universidad de Alcalá de Henares que lo convirtieron en uno de los más admirados, lo que redundó en un aumento de los visitantes que de paso pasaban a su interior para conocer como se estaba superando la crisis al otro lado de los Pirineos y de rebote se sorprendían también al ver la campana que habían sido capaces de forjar los metalúrgicos asturianos.

La Campanona volvió a casa galardonada con la medalla de oro de la Exposición Universal de 1900 tras ganar el primer premio dentro de su categoría y hoy se puede ver situada antes de entrar en la Cueva de Covadonga, arriba y a la derecha. Es uno de los iconos del santuario y su tamaño aún llama la atención de los que acuden al lugar, pero a mí se me parece a esas personas que por haberse creído tan especiales nunca logran encontrar a la pareja que esté a su altura y acaban sus días en la más completa soledad. Como ella: fuerte y bella, pero lejos del campanario y eternamente muda.

En cuanto a los otros protagonistas de esta historia, les diré que Francesco Saverio Sortini fue homenajeado en aquel 1900 en la Exposición de arte de Madrid donde se acuñó una medalla en su honor y luego volvió a su patria para dejar sus obras en Catania, Milán, Venecia y desde allí a Buenos Aires donde realizó el mayor monumento funerario que se levanta en Argentina; resumiendo, trabajó por todo el mundo y está considerado como uno de los mejores escultores de las primeras décadas del siglo XX.

Por su parte, Arnaldo de Sizzo vivió una década en La Felguera. Le sobrevivieron sus talleres, construidos en 1896 y que siguieron funcionando bajo otras direcciones hasta 1958. Se trata de dos naves de 10 metros de altura con casi 200 metros de longitud que unen sus piezas con la eficaz pero penosa técnica del roblonado. A principios de 2009 el consistorio langreano aprobó en Junta de Gobierno el pliego de condiciones para redactar un proyecto de recuperación y aprovechamiento de estas instalaciones, donde se pretendía crear un recinto ferial, un espacio tecnológico y una zona de exposiciones.

Para ello, Langreo tenía confirmada la financiación de un total de 7,1 millones de euros, procedentes de fondos mineros, fondos FEDER y de aportación municipal?Qué les voy a contar que no se supongan.