Sin Jerónimo Ibrán la industrialización asturiana -sobre todo en la Cuenca del Caudal- hubiese sido mucho más lenta. Él fue una pieza fundamental dentro de este proceso y, a pesar de que nació en Mataró, su nombre debe figurar en el Panteón de asturianos ilustres. Participó en los Consejos de Administración de Duro-Felguera, Minas del Aramo, Tudela Veguín, La Industrial de Ventanielles, el Puerto de Avilés, la Fábrica La Amistad, la Azucarera de Lieres, Cervezas El Águila Negra y otras sociedades.

También estuvo desde el principio en los proyectos del tranvía de Arriondas a Covadonga y en la Compañía de Ferrocarriles Económicos de Asturias; pero para nosotros siempre será el hombre que Numa Guilhou eligió como director de su fábrica en 1873 y que logró transformar aquella industria ruinosa en la empresa más emblemática de la historia de Mieres.

Éste fue su pueblo de adopción; desde aquí peleó para defender los intereses mineros de la región, ejerciendo además como profesor de su Escuela de Minas hasta 1904 y a don Jerónimo le debemos además que la institución pudiese contar con su propio edificio, uno de los más destacados de la villa. Por eso, un año antes de que falleciese -en 1910 y a la edad de 78 años- ya existía una calle con su nombre que ha llegado hasta hoy sin que los vientos políticos del siglo XX, que a veces alcanzaron la fuerza del huracán, lograsen cambiarlo.

Jerónimo Ibrán se había incorporado en 1863 a las minas de Almadén desde Gerona, tras haber concluido su brillante carrera a los 21 años; luego se encargó de las clases de Metalurgia y Construcción en la Escuela de Minas de Madrid; tras una estancia de cuatro años en Oviedo y una gira europea para la que había sido comisionado en 1871, por fin recaló en Mieres donde, entre otros logros, fue capaz de idear un sistema para alimentar con sendos gasógenos los dos grandes hornos Siemens con los que el acero vino a sustituir al hierro.

Se contaba de él que a pesar de haber sido Vicepresidente de la Diputación Provincial e Inspector General del Cuerpo desde 1905 no aceptaba más título que el de ingeniero y la prueba de su entrega es la manera en que escribió uno de sus libros, «Cálculo de puentes metálicos», en 1902, mientras se reponía de una enfermedad que le impedía trabajar de otra forma.

Sabedores de que el ingeniero merecía además perpetuar su figura para recordar así sus méritos a los herederos de su trabajo, desde el momento de su muerte, sus discípulos, ingenieros de Madrid y capataces de Mieres -ex alumnos respectivamente de las dos escuelas que él había impulsado-, decidieron promover un monumento del que se debían fabricar dos copias gemelas para ser colocadas en los lugares preferentes de ambas instituciones. A la iniciativa se sumaron también otros técnicos que habían compartido empresas con él o admiraban de sus realizaciones, y con todos se organizaron dos comisiones encargadas de recaudar los fondos necesarios tanto en la capital como en Asturias.

En enero de 1912 se pudo cerrar la colecta gracias a la aportación del Ayuntamiento de Mieres, que dio 50 duros y a otras cantidades estimables que fueron donando industriales y empresarios mineros como don Luís Adaro y los amigos del homenajeado, el notario Justo Vigil y el abogado Vital Álvarez-Buylla, pero también hubo muchos trabajadores anónimos que entregaron pequeñas cantidades, más que nada para mostrar su respeto por aquel ingeniero cercano a sus inquietudes, de manera que al final la cifra recaudada se cerró con decimales: 11.184,40 pesetas.

Solucionada la cuestión económica, quedaba pendiente la elección del artista que debía encargarse del proyecto. Se barajaron dos candidatos y finalmente el elegido fue Sebastián Miranda, un escultor ovetense nacido en 1885, que después de haber completado sus estudios en Alemania y haber viajado por toda Europa venía avalado por dos años de aprendizaje en Roma, aunque su familia, desconfiando de que pudiese ganarse la vida con el martillo y el cincel le había forzado a concluir los estudios de Derecho en la Universidad de Oviedo.

El joven creador sólo podía presentar en su currículo una obra anterior, el monumento hecho en colaboración con Manuel del Busto a la memoria de don Egidio Gavito Bustamante, que aún puede verse en Poo de Llanes y en recuerdo al mejor de los alcaldes que ha tenido esta villa y que llevó la electrificación y el abastecimiento de agua potable a la villa y puso en marcha su hospital municipal.

A pesar de su inexperiencia fue propuesto por los asturianos, que estaban convencidos de sus posibilidades y aceptó la idea entusiasmado cerrando un contrato que no excedía el presupuesto previsto. No tardó en presentar un boceto que consistía en un busto del ingeniero y tres relieves alusivos al trabajo de los mineros que debían colocarse en un pedestal de mármol gris, reservando el frontal para la inscripción que los organizadores determinasen.

En marzo la prestigiosa fundición de Codina y Campins ya trabajaba sobre el encargo mientras se encargaban a la vez dos bases pétreas de base cuadrada y una altura de metro y 58 centímetros. Todo ello, incluyendo la remuneración del escultor se redondeó en 10.000 pesetas, con lo que aún sobró dinero para otros gastos de las ceremonias de inauguración que se fecharon inicialmente para el mes de mayo. Pero las cosas bien hechas van despacio y Sebastián Miranda no pudo concluir su trabajo en un tiempo tan corto, de modo que el homenaje de Madrid se tuvo que retrasar hasta la tarde del 8 de febrero de 1913 y el de Mieres se pospuso hasta junio del mismo año.

Desconocemos los detalles del acto de Mieres, que tuvo que ser más sencillo, pero sin embargo la prensa se extendió en el que se celebró en la Escuela de Minas de Madrid. Lo presidió Alejandro Pidal y Mon, paradigma del caciquismo asturiano y ministro de Fomento y Presidente del Congreso. Junto a él, los tres hijos del ingeniero: Matías, Luis y José; los ministros de Hacienda y Fomento; varios senadores y diputados; representantes de la aristocracia y la industria asturianas; una delegación del Ayuntamiento de Mieres y una nutrida representación de ingenieros, obreros, empleados de la Fábrica y capataces encabezados por don Gaspar Delgado.

Después de los discursos, uno de los ministros pulsó un botón en nombre del rey para descubrir mediante una corriente eléctrica el monumento y todos pudieron leer la inscripción que ornaba su frontal: «A Don Jerónimo Ibrán. Sus compañeros y discípulos, juntamente con industriales, capataces facultativos y obreros de la región asturiana, dedican a la memoria de tan esclarecido Ingeniero de Minas este modesto homenaje. 1912».

Sebastián Miranda acabó afincándose definitivamente en Gijón en 1926 y allí realizó su obra más conocida, el famoso «Retablo del Mar», para el que trabajó dos años recibiendo en su estudio a los habitantes del barrio de Cimadevilla para estudiar sus facciones y sus ademanes, hasta que en mayo de 1933 pudo presentar un retrato colectivo en el que figuraron 149 hombres y mujeres perfectamente reconocibles por sus vecinos que acabaron conformando la imagen de un grupo social que hoy, después de muchos avatares, destrozos y reconstrucciones aún podemos ver como el mejor documento plástico de una época.

El escultor también logró la fama por su habilidad a la hora de retratar a algunos famosos que llegó a conocer personalmente como Indalecio Prieto, Pío Baroja o Azorín, pero destacó sobre todo por plasmar maternidades y tipos populares como gitanos o toreros, con los que mantuvo un contacto personal.

Falleció en Madrid el día 20 de octubre de 1975 y actualmente no se conserva íntegra ninguna de las dos réplicas del monumento a Jerónimo Ibrán, sólo dos de los relieves que lo integraban y también los bustos. El de Mieres está ahora en la planta baja del Campus, a pocos metros del de Guillermo Schultz, recordándonos lo que fuimos en otra época y los que nos negamos a dejar de ser. En la parte izquierda de su cuello el bronce tiene una pequeña grieta que debemos perdonar? Sebastián Miranda estaba empezando.