Ya conocen ustedes el lema que nació en la Revolución de Asturias y luego se extendió por toda España durante la Guerra Civil simbolizando casi siempre más un deseo que una realidad: UHP, Uníos Hermanos Proletarios. La consigna partió del líder socialista Amador Fernández, quien, según la leyenda, se inspiró en las placas que anunciaban los caballos de potencia (Horse Power) en unas máquinas inglesas que se empleaban en los pozos mineros. Seguramente esto no es más que una fantasía, pero las siglas que ideó "Amadorín" pasaron pronto a las pancartas y a las cabeceras de los periódicos marxistas, se convirtieron en un saludo habitual entre militantes de diferentes partidos y acabaron decorando los vehículos del ejército popular cuando llegó la guerra del 36.

A pesar de las buenas intenciones, la realidad es que la idea nunca pudo fraguar en España, donde el problema histórico de las izquierdas ha sido la imposibilidad de lograr la unión que han logrado las derechas. Recuerden las difíciles alianzas de carlistas con monárquicos alfonsinos, burgueses moderados con falangistas y obispos con militares nacionalistas, que llevaron al poder a Francisco Franco, mientras los socialistas no se ponían de acuerdo en el interior de su propio partido y en la retaguardia republicana los comunistas sumisos a Stalin se empeñaban en perseguir a los milicianos trotskistas y boicotear las colectividades anarquistas.

Miren en la actualidad como el Partido Popular ha sabido subir al mismo barco a los nostálgicos del antiguo régimen junto a los juancarlistas y todo el abanico de demócrata-cristianos, conservadores y liberales de distintas tendencias, haciendo que este sea el único país en el que la ultraderecha no tiene razón de ser y en el que quienes quieren pescar por libre -como nuestro ínclito Francisco Álvarez Cascos o el pintoresco Mario Conde- estén condenados al fracaso.

Compárenlo con el desastre que presenta la izquierda, fragmentada en mil grupos y tendencias que no logran ponerse de acuerdo ni siquiera dentro del Partido Socialista o de Izquierda Unida; las únicas organizaciones con influencia en la ciudadanía, empeñadas en suicidarse lentamente con eternas luchas intestinas y personalismos ridículos. En fin, perdónenme la disquisición y vamos a ya a conocer como un ejemplo histórico lo que pasaba en Mieres cuando se celebraba el 1º de Mayo en los años anteriores a la Revolución de Octubre.

Como saben, la quiebra que se produjo en el movimiento obrero con el nacimiento de la Internacional Comunista dio origen a que sus simpatizantes abandonasen los partidos socialistas en los que habían militado, enfrentándose en ocasiones a sus antiguos compañeros. Mientras en Sama de Langreo socialistas y comunistas marchaban unidos, en Mieres cada 1º de mayo se convertía en un pulso entre las dos tendencias que convocaban manifestaciones por separado pugnando por reunir más asistentes que sus adversarios. Entretanto las autoridades intentaban que los itinerarios de estas marchas no llegaran a cruzarse en las calles para evitar previsibles incidentes entre ambas.

En 1931 el alcalde socialista de Mieres Ramón González Peña ya había intentado inútilmente que la manifestación comunista se celebrase después de las dos de la tarde, dejando la mañana libre para el SOMA; finalmente se logró un acuerdo separándolas solo por una hora de diferencia y esa medida fue la que rigió hasta 1934.

Cuando llegó el 1º de mayo de 1932 el ambiente estaba enrarecido porque en Moreda se había producido un choque en el transcurso de una huelga convocada en solitario por los comunistas en las obras del ferrocarril Vasco-Asturianos. Los socialistas habían sido recibidos con insultos a la salida del trabajo y respondieron disparando sus pistolas sobre el piquete, que respondió a pedradas. Curiosamente, la Guardia Civil solo detuvo a siete comunistas?

Como era de esperar, aquel día se celebraron en Mieres dos manifestaciones: la del SOMA y el PSOE partió a las nueve de la mañana desde la Casa del Pueblo para dirigirse hasta la Campa donde se juntaron con los grupos que bajaron desde Valdecuna y Turón, este último poco nutrido, aunque venía acompañado por la Banda de Música municipal, gaitas y tambores. Luego recorrieron las calles de la villa y llegaron hasta el Ayuntamiento desde cuyo balcón habló Cándido Barbón a unos 2.000 congregados que también aplaudieron al veterano militante Elías Rodríguez, uno de los fundadores de la Agrupación local, que acababa de llegar de Cuba. Se contaron 22 banderas y por la tarde hubo una jira en el parque Vital Aza.

Por su parte, los comunistas partieron del cruce de las carreteras de Oviedo con la Hueria San Juan; ellos eran también unos 2.000 manifestantes con 14 banderas y gaitas, pero, tras recorrer las calles de la villa, se juntaron en el Salto del Agua con las columnas que bajaron desde Ujo, Santa Cruz y Turón, aumentando hasta los 6.000. Todos juntos bajaron después, precedidos por la Banda de Música de Turón, 50 ciclistas, 40 niños pioneros con pañuelos rojos al cuello y un coro que interpretaba La Joven Guardia hasta el mismo parque que iban a ocupar los socialistas por la tarde y allí escucharon a sus oradores antes de disolverse con el mayor orden.

Además, aquel año la CNT decidió organizar su propio acto en Turón. Lo presentó Maximiliano Vicente, de la sección de San Andrés, y seguidamente intervino Solano Palacio, quien incidió en que la jornada se celebraba en homenaje a los mártires de Chicago y sobraban los cohetes, gaitas y jolgorios, como los que se habían visto por la mañana en Mieres protagonizados por socialistas y comunistas. Luego expuso los fundamentos de su sindicato y la imposibilidad de que en él medrasen los políticos rojos o amarillos que lo criticaban por sistema.

Luego habló el viejo luchador Victoriano Fernández, de La Felguera, acusando al ministro de Trabajo Largo Caballero porque con su actitud ocasionaba más huelgas que los sindicatos; también dijo que nadie dudaba de que en aquel momento un carné de la UGT era una especie de garantía para ser considerado por los patronos como un rompehuelgas a quien había que favorecer. Siguió en el turno Segundo Blanco, de Gijón, que centró sus críticas en los socialistas, y lo mismo hizo Avelino González Mallada, quien dijo que la última huelga minera dirigida por los bolcheviques se había hecho para favorecer sus intereses sin tener en cuenta los de la clase obrera, sin embargo defendió a José Prieto y Benjamín Escobar, también comunistas, pero que no habían querido participar en aquella maniobra y por ello fueron tratados de traidores en los boletines que tiró el partido.

Este era el ambiente en mayo de 1933. La noche previa se había registrado un incidente en La Felguera, cuando los guardias que patrullaban la calle detuvieron una furgoneta que regresaba de visitar a los presos de Oviedo y fueron rodeados por una multitud a la que tuvieron que disolver, pero la manifestación del día 1º pudo celebrarse sin más sustos.

Sin embargo, en Mieres la tensión estuvo a punto de dejar paso al desastre. La manifestación socialista, más nutrida que el año anterior, se había iniciado en Mieres a las 10.30 horas y se dirigió hasta La Coca para esperar a los que bajaban de Turón, Figaredo, Ujo, Cenera y Valdecuna; desde allí retornaron pasando por La Pasera hasta llegar al Centro Obrero de Requejo, para oír a José Barreiro, Francisco Sánchez y Teodomiro Menéndez y, cuando el mitin acabó, la concentración se deshizo sin incidentes.

Por su parte, los comunistas fueron muchos más, se juntaron en el mismo lugar del año anterior una hora después que los socialistas y se dirigieron a Bazuelo por la carretera de Adanero para esperar a los de Turón, Figaredo, Ujo y Santa Cruz; luego retornaron por el mismo camino y al llegar a las proximidades del Hotel Iberia, en el cruce con la calle del general Riego, se encontraron con 10 guardias de asalto mandados por un teniente que les conminó a seguir por ella en vez de por la carretera para impedir que se encontrasen las dos marchas.

Se produjeron momentos de tensión y de palabras gruesas. Los guardias se pusieron en prevención, tirando de cerrojo y entonces un centenar de jóvenes subieron por la escombrera que hay a la derecha de aquel punto bajando por detrás de los uniformados hasta rodearlos. Afortunadamente, el teniente optó por dejar pasar entonces a los manifestantes, que pudieron llegar sin más consecuencias al Parque Infantil donde escucharon los discursos de dos jóvenes pioneros y del activista Justiniano Bravo.

Seguramente aquel oficial nunca fue consciente de que si hubiese dado la orden de disparar podía haber cambiado el curso de la historia frustrando la Revolución de Octubre, pero el destino tiene estas cosas. Pocos meses después, obligados por la necesidad, los obreros mierenses olvidaron sus diferencias y marcharon juntos en la misma Alianza Obrera.