Después de dos días de juicio, el 13 de agosto de 1920 un Tribunal popular se reunió a puerta cerrada para decidir su veredicto sobre la responsabilidad de Vicente Madera en los llamados «sucesos de Moreda». Se juzgaba entonces lo ocurrido cuatro meses atrás -el domingo 11 de abril- la población allerana se había convertido en un infierno por el enfrentamiento entre católicos y socialistas, con un balance de 11 muertos y 35 heridos por arma de fuego. La primera víctima había sido Camilo Madera, hermano de Vicente, el dirigente del Sindicato amarillo, y desde ese momento la venganza de sus partidarios ayudados por la Guardia Civil de Caborana se había prolongado varias horas sin distinguir sexos ni edades.

Reanudada la vista, el presidente de aquel Jurado, con voz clara y potente hizo pública la inculpabilidad del acusado y en consecuencia se dictó sentencia absolutoria. La crónica publicada por el «ABC» al día siguiente, se cerró con la información de que «al salir de la Audiencia el procesado, grupos de obreros le aclaman con entusiasmo, dándose asimismo muchos vivas al abogado defensor señor Arango».

Aquellos obreros eran los herederos de la antigua Asociación de Obreros Católicos de Moreda, fomentada por el segundo marqués de Comillas y que desde 1916 constituían el Sindicato Católico de Obreros Mineros de Asturias, encuadrado en el Sindicato Católico Obrero de Mineros Españoles.

Su sede nacional se mantenía en Moreda, ya que en la Cuenca del Caudal trabajaban el 20% de los 11.000 afiliados con que contaba en todo el país. Madera era el Secretario general de su Comité Directivo y por lo tanto el adversario más directo de Manuel Llaneza, su equivalente en el Sindicato de Obreros Mineros de Asturias, y para más INRI, llevaba en sus venas la misma sangre de uno de los hombres de su mayor confianza, Ramón González Peña, ya que ambos eran primos.

Vicente Madera Peña había nacido en 1.892, en La Vega de Villallana, donde vivían sus padres Francisco y María, antes de trasladarse desde el concejo de Lena hasta Sotiello en Aller. Siempre fue minero y dentro del grupo Marianas subió los escalones laborales que le llevaron de ser «guaje» a convertirse en picador. Su innegable valentía y una actitud provocadora en el más puro estilo del fascismo que se extendía en aquellas décadas por Europa lo convirtieron en el líder de los obreros opuestos al marxismo que abundaban en la Sociedad Hullera Española y que apoyaban aquella afirmación suya que había disparado la alarma de la izquierda: «Aquí en las cuencas se necesitan hombres con cojones, dispuestos a lo que venga».

En aquellos años, otro hecho vino a aumentar el prestigio del que gozaba ante los suyos. Así lo contó Ricardo Vázquez Prada en su libro «1932-1936», publicado en 1977, cuatro años después de que aquel muriese: «El nombre de Vicente Madera Peña adquiría una colosal proporción. Había estado preso. Había salido. Habían cometido un atentado contra él, pero Vicente con tres tiros en la garganta, se tapó las heridas con una mano, empuñó la pistola con la otra y repelió la agresión del pistolero. Se decía que si a Vicente no le hubiera encasquillado la pistola habría matado a aquel anarquista que había venido desde Barcelona para terminar con la vida del héroe local».

El atentado citado por Vázquez Prada, al parecer tuvo lugar entre unos vagones que estaban en el puente de la Casanueva y el autor, que nunca ocultó sus simpatías por este personaje, remataba su retrato con admiración: «Otras gentes tenían a Vicente Madera por un héroe de leyenda. Las chicas se enamoraban de él y, mientras estuvo en Cabañaquinta, una de ellas iba a caballo montando a pelo, los once kilómetros que separan a Moreda de la capital del Concejo para acercarse a la reja y decir: te quiero. Y la chica no tenía más que dieciséis años».

Cuando llegó la República, el sindicato amarillo fue perdiendo importancia y la afiliación disminuyó hasta quedar reducida a unos cientos de militantes, pero en la Revolución de Octubre, el nombre de Vicente Madera volvió a las páginas de los periódicos nacionales como símbolo de la resistencia contra el marxismo al atrincherarse en el Centro Católico de Moreda con una veintena de hombres bien armados con los que pudo resistir dos días el cerco de centenares de mineros sublevados. Finalmente, el local pudo ser conquistado cuando los sitiados salieron de repente por puertas y ventanas, lanzándose hacia el río inmediato para huir por los montes. Allí cayó muerto un sacerdote que se había unido a los católicos cuando fue enviado a negociar con ellos la rendición y también dos jóvenes falangistas, José Montes Campal y Álvaro Germán Gutiérrez, que recibieron a título póstumo, un año después, la Palma de Plata de Falange.

Para hacer entrega de aquella condecoración, José Antonio Primo de Rivera se acercó meses más tarde hasta Moreda, aunque su viaje traía también una segunda intención política: la de proponer a Madera que formase parte de la candidatura electoral de su partido, que quería integrar a tres alleranos. Los otros dos eran Juan Lobo y Alfonso de Lillo y con este último acudió hasta el local del Sindicato Católico de Mineros Asturianos para intentar convencerlo.

Fue inútil, ya que el líder minero, que conocía bien la realidad asturiana, prefirió integrarse como independiente en la coalición contrarrevolucionaria que habían formado las derechas. Tuvo razón, ya que el Frente Popular ganó aquellas elecciones obteniendo 13 de los 17 diputados electos por Asturias y él no fue elegido, pero sin embargo sí fue muy votado en las zonas obreras e incluso en Gijón adelantó a Melquíades Álvarez y Romualdo Alvargonzález, que si obtuvieron su acta gracias a la suma de votos de los otros concejos.

Falange Española por su parte, fracasó estrepitosamente al acudir a las urnas en solitario, aunque aquello no les importase, ya que como habían adelantado sus dirigentes en varias ocasiones, si las cuentas no les salían sumando papeletas, ellos iban a hacer que cuadrasen sumando balas. Y esa idea era la que le gustaba a Vicente Madera, que al olor de la pólvora se decidió a ponerse la camisa azul y aceptar sin reparos la Jefatura de Falange Española en Moreda en diciembre de 1937.

Evidentemente, aquella fue una decisión personal que le convirtió en uno de los principales responsables de la feroz represión que se extendió durante la posguerra por el territorio de la Montaña Central, pero tuvo además otra consecuencia que implicó a aquellos compañeros católicos que no compartían la filosofía falangista: la integración de su sindicato en la estructura de la organización vertical que trajo el franquismo tras la Guerra Civil. Entre los antiguos afiliados, fueron muy pocos quienes consideraron que este paso suponía una renuncia a sus principios, por el contrario, la mayoría de sus cuadros aportaron su experiencia a la nueva estructura y compartieron los cargos directivos junto a los «camisas viejas».

Madera se convirtió en uno de los personajes más conocidos e influyentes del Régimen en Asturias. Siguió residiendo en Sotiello y participó junto a otros socios en la explotación de unas minas en Piñeres compaginando lo particular con su actividad pública como Delegado de Sindicatos en el Concejo de Aller. En 1942 fue nombrado Procurador en la I Legislatura de las Cortes por designación directa del Jefe del Estado, y siguió su carrera como Jefe del Sindicato Provincial del Combustible y asesor del Consejo Provincial de Ordenación Económica y Social. Después se dedicó activamente a la vida política, se le eligió diputado provincial en varias ocasiones y ocupó la Alcaldía de Aller entre 1951 y 1958.

También fue vocal del Consejo Nacional Económico Sindical y del Instituto Nacional de Previsión y en febrero de 1962 recibió la medalla de oro de esta institución. Francisco Labadie Otermin, otro de los prohombres de aquel tiempo, que lo conocía bien porque había sido Gobernador de esta región, presidía entonces el Instituto y le definió así el día en que le entregaron el galardón: «Hablar de Madera Peña es hablar de Asturias, porque él es para mi el arquetipo cabal del asturiano hidalgo, duro, fecundo y trabajador. Pinche de mina a los doce años, picador y barrenista después -hace mucho tiempo de esto-, todavía hoy sigue hablando de los compañeros de la mina, como si a ella fuera cada día y viviera sus problemas».

Vicente Madera Peña se casó dos veces: tuvo una hija con su primera mujer y cuando esta falleció, otros cuatro hijos varones con la segunda esposa. Murió en Moreda el 10 de febrero de 1973 y dicen que pasó sus últimos años en paz, recorriendo su concejo, leyendo y compartiendo vivencias con los vecinos que habían sido sus antiguos compañeros del Sindicato Católico. Tampoco abandonó su afición preferida: la caza mayor.