La locomotora alemana vuelve a estar impulsada por carbón. La decisión de cerrar centrales nucleares tras el accidente de Fukushima, el incremento del precio del gas, la caída de los precios de las emisiones de CO2 y la volatilidad de las renovables hace que las centrales térmicas de carbón trabajen a pleno rendimiento y ya generen casi la mitad de la energía que consume la principal potencia económica de Europa.

Entre 2011 y 2012, la producción energética con lignito en Alemania aumentó un 4,7% y la de hulla un 5,5% y con ello las emisiones de dióxido de carbono de las cerca de 130 centrales de carbón del país aumentaron un 4% el pasado año. Esto ha hecho que Alemania haya superado ligeramente el volumen total de emisiones de CO2 que se le otorga en el marco del mercado europeo de cuotas. «La producción de hulla se beneficia de los precios bajos del CO2», reconoció en declaraciones la agencia «AFP» Bernhard Günther, director financiero de RWE, segunda empresa alemana de energía y el mayor productor de electricidad a partir de carbón de Europa. Su homólogo de la competidora E.ON, Marcus Schenck, también lo admitió: «Si sólo se tienen en cuenta el coste, está claro que tenemos ventajas. Si producimos más tiempo con carbón, produciremos más barato».

La decisión del Gobierno de Berlín en 2011 de prescindir de la energía nuclear para 2022, y el cierre de ocho reactores a consecuencia de ello, también han contribuido a que el carbón gane peso en el mix energético germano a pesar de que hace años que cerró casi todas sus minas. Según la Federación Alemana de la Energía, BDEW, hay en marcha 12 proyectos de nuevas centrales de carbón, que será importado.

El renacimiento del mineral va en detrimento en primer lugar de las centrales de gas, más recientes, que todavía no están amortizadas en las cuentas de sus propietarios, y cuya materia prima es actualmente más cara. Víctimas también de la competencia de las renovables, las centrales de gas alemanas funcionan a medio fuelle: apenas al 10% de su capacidad en el caso de las más recientes de RWE. De hecho, el grupo está estudiando la posibilidad de cerrar algunas, mientras que Statkraft ya anunció que cerrará las dos suyas.

El precio del carbón internacional es ahora atractivo para las compañías eléctricas, pero el aumento del consumo del mineral en Alemania está vinculado, sobre todo, a la caída de los precios de las emisiones de CO2. Ese factor ha propiciado que el uso de ese combustible aumentara en buena parte de Europa el pasado año. Lo que ocurre es que Alemania ya partía de unos niveles muy altos. Durante el pasado año más de 40% de la generación eléctrica en el país germano salió del carbón. En el conjunto de la Unión Europea fue del 25% y en España del 20% según los datos de Red Eléctrica Española.

En buena parte son las disfunciones de ese mercado de emisiones las que hacen que las centrales de carbón sean tan atractivas en países como Alemania. El mercado de emisiones de gases de efecto invernadero fue concebido para encarecer la producción industrial más contaminante, obligando a las empresas a comprar las cuotas de CO2 para compensar sus emisiones. Sin embargo, ese mercado se muestra impotente para lograr su objetivo de reducir emisiones porque el valor de esos certificados se ha desvirtuado con la crisis. El descenso de actividad industrial y de demanda eléctrica en muchos países europeos ha reducido la demanda de cuotas y con ello han caído los precios. Además, el Parlamento Europeo bloqueó recientemente un intento de la Comisión de reducir temporalmente esas cuotas para que aumente el coste. «Si no logramos reformar el sistema, no se podrá lograr el objetivo de reducir las emisiones en Alemania», alertó en declaraciones a «AFP» Jochen Flasbarth, presidente de la Oficina Alemana para el Medio Ambiente. El país quiere reducir en un 40% sus emisiones para 2020 con relación a 1990.

En España también se han incrementado las emisiones de CO2 y en parte también están vinculadas al carbón. Según un estudio de la Fundación Empresa y Clima las emisiones aumentaron un 9,54 % en 2011 (último año con datos disponibles) respecto al año anterior debido al aumento del 88 % en las emisiones en la generación de electricidad a través del carbón. El autor del estudio, Arturo de las Heras, destacó que las primas al consumo del carbón aprobadas durante la pasada legislatura junto con el bajo precio de los derechos de emisión de CO2 «hacen que salga más a cuenta quemar carbón».

Así, mientras que las emisiones de la generación eléctrica del carbón han aumentado un 88 %, las emisiones por generación eléctrica de ciclo combinado -con un menor impacto medioambiental- han descendido un 19%. Esto ha hecho que todas las comunidades autónomas con instalaciones de generación eléctrica de carbón hayan aumentado significativamente sus emisiones de CO2, como Castilla y León (190%), Aragón (49%), Galicia (23%) y Asturias (16%). En cambio, comunidades autónomas como Navarra, con una mayor presencia de las energías renovables, han reducido sus emisiones un 35%.

No obstante, la situación puede variar notablemente este año, puesto que las compañías eléctricas en España apenas están consumiendo carbón nacional a pesar de la vigencia del real decreto que prima su consumo. Ello se debe a la aplicación por parte del Gobierno del impuesto del 7% a la generación eléctrica y del céntimo verde, lo que «ha aumentado de manera espectacular los costes de generación con carbón nacional», según señaló a este diario Eduardo Montes, presidente de la patronal eléctrica Unesa.

En España, las térmicas de carbón están a medio gas mientras que las alemanas siguen a pleno rendimiento. Sin embargo, el 80% de los alemanes desearía que el país renunciase al carbón, según un sondeo reciente encargado por Greenpeace. Además, dos influyentes asociaciones medioambientales han reivindicado una «estrategia anticarbón» para Alemania, al estimar que «no hay nada más contaminante». En España también hay contestación al carbón. La semana pasada Greenpeace inició una campaña en la que pide a Iberdrola, la principal empresa eléctrica del país, que establezca un calendario de cierre de sus instalaciones de generación de «energía sucia», como la nuclear y la térmica de carbón y apoye el desarrollo de las renovables y el autoconsumo.