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Historiador

Desembarcando en Lorient

La huida de Asturias de Santiago Blanco "el Avilesu" junto a otros 57 republicanos en la draga "Somo" y su recibimiento en el puerto francés

Desembarcando en Lorient

Seguramente conocen ustedes la relación que tiene Asturias con Lorient, la villa francesa donde cada año se celebra un festival de música al que acuden nuestros gaiteros, cantantes y danzantes, en solitario o en grupo para relacionarse, competir y desfilar con otros de los diferentes pueblos que presumen de tener raíces celtas. Sin embargo es menos sabido que el nombre de este lugar también se vincula a nuestra historia por otro desfile de asturianos, menos folclórico, sin monteras piconas, banderas azules ni aplausos, que recorrieron sus calles en 1937 buscando cobijo en vez de aplausos. Los detalles de aquel viaje los recogió Santiago Blanco "el Avilesu" en sus memorias, publicadas con un título que difícilmente puede pasar desapercibido "El inmenso placer de matar un gendarme".

"El Avilesu", fue uno de los verdaderos protagonistas de los sucesos de octubre de 1934 y de la posterior Guerra Civil y pertenece a ese grupo de personajes relegados a un segundo término por los historiadores de estos acontecimientos que en muchos casos se limitan a hacer refritos, dando por bueno lo que se contó en su inicio.

El motivo de ese olvido intencionado es el de siempre: "El Avilesu" nunca dejó de ser socialista, pero tampoco se sometió a las consignas de turno y además -gran pecado- fue acusado de trotskista por los responsables asturianos del Partido Comunista que nunca le perdonaron la multa de 500 pesetas que impuso a su órgano, el Boletín del Norte, por haber publicado una información tachada por la censura.

Aquella fue la única sanción que los comunistas del norte de España, desde Bilbao a Asturias, pagaron durante toda la guerra. Con esos mimbres: la desconfianza de los unos y el afán de revancha de los otros, Santiago Blanco se quedó en el exilio venezolano viendo como los demás contaban de oídas lo que él había vivido.

En octubre de 1937 "el Avilesu" presidía el jurado de Tribunal Popular de Asturias, era jefe del Gabinete de Orden Público de Asturias y León y secretario personal del Gobernador General Belarmino Tomás, al que sustituyó como interino en sus ausencias de la región durante noventa y tres días y del que contó anécdotas impagables en su libro.

Fue también él quien redactó el informe que fue aprobado por el Estado Mayor de Asturias para enviar a Juan Negrín con el anuncio de que ya no se podía aguantar más y la derrota total estaba en puertas. Un documento que fue contestado así desde Madrid: "España espera el ejemplo heroico de los invencibles asturianos. Resistan". Santiago Blanco describió perfectamente como se recibió aquí: "Nunca había oído, pese a mi calidad de experto en expresiones gráficas de la cuenca minera asturiana, un concierto de insultos, de amenazas, de blasfemias, de injuriantes superlativos, como el que oí en la reunión del Gobierno Regional de Asturias y León, expresamente dirigido a Negrín, a Azaña y a todo el Gobierno de la República española".

Aquel momento precipitó los acontecimientos, sobre todo para quienes estaban decididos a abandonar esta tierra a toda prisa. No les voy a contar la última reunión de nuestro "Gobiernín", porque ya lo he hecho en otra ocasión, así que situémonos directamente mirando al mar, dando la espalda a quienes seguían en el frente ignorando que con sus vidas iban a cubrir con sus vidas la huida de unos pocos.

Una de las labores de Santiago Blanco en aquellos momentos consistía en expedir pasaportes desde Gijón autorizando a los cántabros o vascos, que ya se habían rendido para embarcar en los barcos mercantes ingleses que entonces hicieron su agosto cargando refugiados. Lógicamente, solo se dejaba marchar a las mujeres y los viejos, o a aquellos gudaris que contaban con documentación expedida por su propio gobierno; pero los que pensaban huir no podían utilizar esos barcos. La solución para los jefes asturianos debía ser más discreta y partir de otros puertos más pequeños donde había algunos pesqueros de buen tamaño y un par de dragas. Para la élite, encabezada por Belarmino Tomás, se reservó lo mejor: un destructor capaz de alcanzar una velocidad de 35 nudos, el "Ciscar"; el torpedero nº 3; el remolcador "Platón" y hasta un submarino, el "C-6".

Santiago Blanco dejó escrito con una sinceridad sorprendente como él mismo presentó en aquellos momentos a Belarmino y a otros miembros del Consejo de Defensa un plan que pasaba por pactar con el enemigo el libre embarque de los dirigentes políticos y sindicales, los oficiales del ejército y las autoridades de los tribunales a cambio de la integridad de las minas, las fábricas y las vidas de los prisioneros.

Afortunadamente, el Gobernador rechazó aquella barbaridad y en un principio apostó por resistir hasta la muerte, lo que decidió a "el Avilesu" a buscar la huida por su cuenta. Su familia ya había podido escapar en uno de aquellos barcos ingleses que él controlaba, pero entonces le tocó solucionar su propia marcha y la de sus amigos, que cada vez en mayor número acudían hasta su casa, desconfiando de la pose heroica de Belarmino, quien por si acaso tenía su plan dispuesto para salir por su cuenta con su propio clan.

Casi sin darse cuenta, Santiago Blanco ya había cerrado su propia lista con aquellos que habían trabajado a sus órdenes: jefes de policía, fiscales del Tribunal Popular, miembros del Tribunal Médico Militar y gentes del mundo de la justicia. En el grupo estaba un amigo de su infancia mierense, Juan Pablo García Álvarez, y también José Maldonado, entonces consejero de Obras Públicas en el Gobierno de Asturias y León. Más tarde los dos serían personajes destacados en el exilio, Juan Pablo acabaría dirigiendo la masonería española y Maldonado tendría el honor de ser el último presidente republicano. Pero en aquel momento los tres formaron un equipo para localizar un barco, que por fin pudieron encontrar fondeado en el puerto de San Juan de Nieva. Era una draga capaz de llevar a unas cincuenta personas llamada "Somo".

Cuando los rumores llegaron hasta Belarmino Tomás se desató la tormenta porque "el Avilesu" era uno de sus hombres y su plaza estaba reservada en el "Císcar", la embarcación que había dispuesto para los íntimos. El enfado venía porque él aún no había dado permiso para partir a nadie, pensando que todavía se podía resistir.

En su despacho la discusión subió de tono hasta llegar a la amenaza personal: "¡Mecagüen Dios!, no lo eches todo a perder. Diles a esos amigos que se vayan solos, pero que esperen la salida del "Císcar". Y no me hagas la cabronada de marcharte con ellos. Porque, por mi madre que si intentas salir antes te mando fusilar aquí o en Barcelona, si llegamos allá los dos".

24 horas más tarde las fuerzas enemigas cruzaron el Sella, la línea que todos habían marcado como definitiva. De modo que a los tres días de aquella escena con el Gobernador General (al que un grupo nacionalista consideran ahora como el primer y único presidente asturiano) se inició la huida con distinta suerte para los embarcados. Hubo detenciones en alta mar y algún hundimiento, pero muchos lograron romper la vigilancia de los buques de guerra franquista que controlaban la costa.

A las doce en punto de la noche, cincuenta y tres personas avisadas de antemano se dieron cita en un fondeadero inmediato al Cabo Peñas con sus equipajes, alimentos y numerosas armas. Allí abandonaron sus vehículos y cinco minutos más tarde emprendieron el viaje intentando engañar por última vez a unos ingenuos milicianos que desde la costa les preguntaron por su intención: "Vamos a una misión", les respondió el capitán. No lo creyeron y dispararon unos tiros. "¡Fascistas!", les gritó el capitán. Y no dispararon más.

Luego la draga "Somo", travestida con una bandera francesa se dirigió disimulando su rumbo hacia Galicia navegando muy cerca de la costa hasta que al caer una nueva noche pudo virar hacia Francia.

Al tercer día ya se pudo enarbolar la tricolor republicana y unos pescadores normandos aceptaron dirigir la draga a puerto a cambio de unas pistolas, ya que el dinero español para ellos no era más que "une merde". Así se llegó a Lorient donde se arrojaron al agua todas las armas aparatosamente para que pudiesen verlo los gendarmes y la policía marina y entonces se produjo esa escena que me contó varias veces mi amigo José María Pellanes, acompañándola siempre de los movimientos precisos:

"El subprefecto de Lorient estaba en el puerto esperando nuestro arrimo. Juan Pablo se plantó en lo alto de la proa, miró fijamente al subprefecto y le hizo un extraño gesto: colocó su mano derecha sobre su hombro izquierdo y fue bajándola lentamente hasta llegar al hígado. Fue un milagro. Dos horas después nos subían a bordo una barra de pan y medio kilo de queso gruyere para cada uno?". La señal de auxilio masónico abría las puertas de Francia a los asturianos.

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