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Historias heterodoxas

El Mieres de Melquíades Álvarez

La familia paterna del político republicano procedía de la comarca del Caudal y logró para la villa el puente de piedra que la unió al ferrocarril

Melquíades Álvarez fue uno de los políticos más populares y queridos de su época, pero a medida que va pasando el tiempo su figura se hace más controvertida dándonos un ejemplo de como el estudio de la historia es algo vivo y ninguno de sus capítulos puede darse por cerrado definitivamente.

Su nombre simboliza al republicanismo español de principios del siglo XX, aunque en su juventud coqueteó con el socialismo y en sus últimos años acabó simpatizando con la derecha, lo que dio una disculpa a sus asesinos para matarlo en la Cárcel Modelo de Madrid al comienzo de nuestra guerra civil en aquellas desgraciadas jornadas que mancharon con una sangre innecesaria la imagen del bando popular.

Melquiades, al que llamaban "El Tribuno" por su facilidad para la oratoria dijo en una ocasión que se enorgullecía de haber salido de los más ínfimos estratos del pueblo. Seguramente la expresión fue exagerada y se pronunció con la intención de atraerse a un auditorio en el que abundaban los humildes, pero sí es cierto que por las venas del político corría sangre del pueblo llano, puesto que su familia paterna procedía de Mieres y hasta donde sabemos sus abuelos Pedro y María no tuvieron más recursos que lo que obtenían de la tierra que cultivaban.

Por ello su padre Francisco Álvarez decidió mudarse a Gijón para buscar algo más seguro, escapando de paso al cambio gigantesco que estaba experimentando el valle del Caudal con la llegada de la industrialización que en aquellos años caía como una tromba sobre el valle llenándolo todo de carbón, de humo y sobre todo de gentes que venían acompañadas de unas costumbres difíciles de asimilar por los naturales de aquí, como tan bien reflejó Palacio Valdés en "La aldea perdida".

Ya en la ciudad costera, Francisco se casó con Bárbara González-Posada, descendiente de marineros candasinos y con ella tuvo cuatro hijos. El mayor fue Melquíades, nacido el 17 de mayo de 1864 y que ya paró poco por Mieres, pues pasó la niñez en Gijón y luego, tras la muerte del padre, cuando él tenía 14 años, se trasladó a Oviedo donde su madre abrió una modesta pensión. En aquel establecimiento estuvo ayudando en las horas que le dejaban libres sus estudios de Derecho, que cerró con las mejores calificaciones.

Fue un brillante catedrático de la Universidad de Oviedo y letrado profesional, llegando a presidir el Colegio de abogados de Madrid, pero sobre todo un político eficaz que supo ganarse al pueblo desde que obtuvo su primer escaño en la primavera de 1901. No les voy a contar ahora las trabas que superó para llegar hasta allí ni los detalles de la dilatada carrera que ya no cesó hasta el momento de su desgraciada muerte, pero sí quiero recordar que gracias a sus gestiones en aquellos años pudo tener Mieres un magnífico puente de piedra para superar el río Caudal y unir a la población con la estación de ferrocarril, que como saben estaba emplazada en la margen opuesta de la vega a unos 500 metros de la actual.

El origen de este problema debe buscarse en la protesta de los mierenses que impidieron que las vías del ferrocarril del Norte se tendiesen cerca del centro urbano porque podía condicionar su crecimiento, lo que encareció mucho los trabajos del trazado; por ello, como venganza, cuando en julio de 1874 se abrió definitivamente el tramo Pola de Lena-Oviedo-Gijón, los jefes de la compañía dispusieron que el tren pasase de largo evitando que los trenes parasen en Mieres.

Tras una nueva protesta, se acabó haciendo la estación y un puente de madera -el de "la perra"- para comunicarla, pero ante la evidencia de que resultaba insuficiente para llevar o traer por él las mercancías del embarque, los republicanos locales solicitaron el apoyo de su representante en Madrid y en 1909 se pudo inaugurar en medio del alborozo popular otro puente, en este caso de piedra, al que todos llamaron desde entonces "El Melquiades". Lo de menos fue que pocos años más tarde se lo llevase una riada, pero de eso nadie tuvo la culpa.

El melquiadismo no tardó en ser la tendencia mayoritaria de los republicanos españoles. Cuando en 1903 se celebró una gran asamblea en Madrid para constituir definitivamente la gran Unión Republicana en la que debían confluir la multitud de grupos que defendían esta forma de gobierno, el Círculo Republicano Mierense, el Centro Republicano de Pola de Lena y el Círculo Republicano de Langreo enviaron hasta allí a sus representantes para apoyar la idea de su líder.

Era una época en la que republicanos y socialistas andaban de la mano contra la corrupción de la monarquía borbónica y compartían listas electorales y mítines, aunque, fueron estos últimos quienes se llevaron el gato al agua porque su implantación entre la clase obrera fue predominante. A pesar de todo, la llama republicana nunca se apagó gracias a que muchas veces los políticos que se dirigían desde la capital del Estado a las grandes ciudades asturianas, se detuvieron en la cuenca minera para saludar a sus correligionarios.

En 1891 el mismísimo Pi y Margall fue recibido en el andén de la estación de Pola de Lena por más de cuatrocientos seguidores que le obsequiaron soltando en su honor doce palomas engalanadas con cintas rojas mientras unos gaiteros entonaban La Marsellesa y el Himno de Riego.

Pero los mierenses tuvieron ocasión de demostrarle su afecto en la primavera de 1911 cuando cientos de familias -doce mil asistentes, según algún diario- se dieron cita en el alto de Santo Emiliano, en el límite de este concejo con el de Langreo, para escuchar en el mismo mitin a Pablo Iglesias y Melquíades Álvarez quién no dudó en saludar con su vibrante voz la reciente aparición del Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias. Para la historia quedó una hermosa fotografía de aquel acto publicada por la revista gráfica "Nuevo Mundo" el 10 de agosto de aquel año.

Unos meses más tarde, en abril de 1912 se hizo realidad su gran proyecto, el Partido Reformista, que se dio a conocer siguiendo la moda de la época en un gran banquete, celebrado en esta ocasión en el Palacio de Industrias del Retiro, donde los comensales tuvieron que desembolsar quince pesetas por cubierto. Este fue sin duda el mejor momento político de Melquíades Álvarez, quién al mismo tiempo picó a las puertas de la masonería entrando en la Logia Jovellanos de Gijón en el verano de aquel 1912.

En el programa del Partido Reformista que fue sumando los apoyos de lo más granado de la intelectualidad española, se recogieron todos los postulados del republicanismo tradicional incluyendo su condena a las tendencias totalitarias o clasistas: "Hoy y siempre he sido socialista, pero la República no puede ser colectivista. No postularemos jamás la lucha de clases, ni la dictadura del proletariado, ni la abolición de la propiedad individual?".

Aún así, en la práctica no se rompieron amarras con el socialismo. Melquíades Álvarez, favorable a cualquier estrategia que mejorase las condiciones de los españoles llegó a entrevistarse con el rey Alfonso XIII e incluso se mostró dispuesto a colaborar con él, pero poco después tuvo una participación decisiva en la declaración de la huelga general revolucionaria en 1917, comprometida por republicanos, socialistas y reformistas, encargándose él mismo de dirigir el movimiento en Asturias y León.

Como es sabido, la huelga se cerró con muertos, detenidos y un fracaso evidente, pero el político asturiano fue respetado debido al prestigio de que gozaba entre la población y aprovechó esta circunstancia para esconder en su propia casa ovetense (en la vivienda de la guardesa) al más señalado de los dirigentes mineros, Manuel Llaneza, con quien compartió mesa y confidencias hasta que las aguas bajaron más tranquilas.

Llaneza y Álvarez tuvieron, además de esta anécdota, más cosas en común. Los dos practicaron esa forma de hacer política que se ha llamado accidentalismo o incluso posibilismo y que consiste en saltarse la mayor para ir obteniendo concesiones de los gobiernos de turno. Sus dos partidos, el socialista y el reformista mantuvieron su actividad durante la Dictadura gracias a que transigieron con ella, para escándalo del resto de la izquierda nacional.

Al primero sus conversaciones con el dictador Miguel Primo de Rivera, del que consiguió beneficios para los trabajadores, le costaron perder temporalmente el control del SOMA y una escisión definitiva en el movimiento obrero asturiano y a Melquíades sus encuentros con el rey le trajeron la ruptura inevitable con los republicanos "puros", opuestos a ningún tipo de concesiones ante la monarquía.

Llaneza murió antes de ver la proclamación de la II República y el Partido Reformista se diluyó en el Partido Republicano Liberal Demócrata, que acabó participando en los gobiernos de coalición de centro-derecha, presididos por Alejandro Lerroux y Ricardo Samper y pactando con la CEDA de Gil Robles que defendía todo lo contrario a sus ideales de cambio. Pero eso queda para otro día.

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