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Historiador

La resaca de la Gran Guerra

Las ganancias de las empresas mineras de Asturias durante la contienda bélica y la crisis sufrida cuando concluyó

La resaca de la Gran Guerra

De todo lo malo, incluso de lo peor, siempre hay quien sabe sacar algún provecho. Entre el 28 de julio de 1914 y el 11 de noviembre de 1918 se desarrolló la Primera Guerra Mundial, la más terrible que habían conocido los tiempos, por eso pasó a los libros de historia con el nombre de Gran Guerra. Hubo inmensos destrozos, más de nueve millones de muertos y una cifra aún mayor de mutilados y heridos que nunca llegaron a recuperarse del todo. España fue neutral y siempre se ha dicho que sacamos buena tajada de ello, sobre todo para la minería del carbón.

Hoy les traigo algunos datos para que ustedes puedan comprobar lo que hay de cierto en esa afirmación. Los publicó en 1919 el Instituto de Reformas Sociales para analizar la situación real de la economía española ante los nuevos tiempos de paz que se avecinaban anunciando la vuelta a la normalidad.

El IRS había sido creado en 1903 como organismo autónomo del Estado por un gobierno conservador y estaba encargado de estudiar las necesidades y las peticiones de la clase obrera para elaborar decretos que fuesen mejorando su vida. La publicación que siguió a la Gran Guerra trataba de estudiar la influencia de la contienda en las industrias y para ello se mandó una circular desde la Inspección Central del Trabajo disponiendo que se redactase un informe para conocer exhaustivamente los sectores que estaban implantados en cada provincia, de manera que en el libro se reseñaron todas las minas, fábricas y talleres de alguna importancia que existían entonces en España.

De Asturias se encargó el Inspector provincial, Justino Vigil-Escalera, de quien no me resisto a comentar que era miembro de una familia que actualmente se encuentra muy extendida, lo que resulta fácil de comprender si conocemos la afición a la paternidad de algunos de sus antepasados. Por ejemplo, Ramón Felipe Vigil-Escalera, fallecido en 1857, quien se casó tres veces: con su primera mujer tuvo diecisiete hijos; la segunda no le dio descendencia y al enviudar de nuevo, la tercera y última le dio otros quince hijos, seis de ellos provenientes de tres partos de gemelos. Echen cuentas.

El inspector envió cincuenta y cinco comunicados a las empresas y sólo recibió quince respuestas. Entre los que se excusaron estaban las dos grandes fábricas asturianas, Duro-Felguera y Fábrica de Mieres, que no contestaron al oficio porque no les interesaba hacer públicos sus beneficios, pero como la cotización de sus acciones no podía ocultarse, se supo que su valor se había disparado en el periodo bélico.

En el informe de don Justino se comentaba la importancia de los negocios del momento, sobre todo de la explotación de la hulla, con los mayores yacimientos del país, pero también con otros minerales en explotación, además de las maderas naturales de la tierra que abundaban entonces en los inmensos bosques de la región.

La influencia que la guerra europea había sido una bendición para la minería haciendo que se pusiesen en producción cotos que en circunstancias normales nunca habrían sido rentables; además las ganancias se multiplicaron hasta alcanzar cifras que en la década anterior no se habrían soñado: el beneficio normal de 4 a 6 pesetas por tonelada de producto había subido hasta las 30 o 35 pesetas, llegando a veces hasta lo increíble, como veremos más abajo, haciendo aparecer nuevas fortunas.

Pero la otra cara estuvo en la dificultad para aprovisionar de carbón los usos industriales y domésticos en España. El consumo de carbón venía sobrepasando los siete millones de toneladas mientras la producción solo cubría escasamente los cinco millones, teniendo que importar la diferencia, pero a partir de 1915 se cerraron muchas explotaciones extranjeras y se invirtió la tendencia, ya que los empresarios preferían vender fuera su producción porque allí lograban mejores precios que en el interior.

Y es que todas las mercancías, desde las de subsistencia a las de lujo, se dispararon entre 1913 y 1918. Veamos algún ejemplo empezando por lo más elemental: el pan y la sal. El precio medio de las harinas que consumían las panificadoras en 1913 rondaba las 39 pesetas por 100 kilogramos haciendo la media entre los trigos fuertes que llegaban desde Rusia y América y los de Castilla, mucho más baratos, pero en cinco años la misma unidad que ya se traía solo de Aragón y Castilla, superó las 80 pesetas sin hacer caso de que había una tasa establecida fijando su precio en 55 pesetas.

En la construcción, el saco de 100 kilos de cemento pasó de 1,20 a 2,50 y el paquete de 1.000 ladrillos de 22 pesetas a 80. Los hierros aumentaron su precio entre el 30 y el 200 por 100, y en algunos casos llegó hasta el 375 por 100. Para que no faltase de nada, en el libro se reseñaban hasta los objetos de lujo o incluso exóticos: el metro cúbico de caoba había pasado de 290 a 1200 pesetas y la piel de oso de 60 a 80, al mismo precio que la de tigre; cualquier mercancía que se buscase estaba allí, completando una larga lista.

Aunque lo que más afectaba a la Montaña Central era lo relacionado con las minas de carbón y su comercio, que se había convertido en el mejor de los negocios desde que Inglaterra decidió su intervención directa en la guerra, ya que la importación de mineral británico que hasta ese momento competía ventajosamente con el de producción nacional quedó paralizada al tiempo que aumentaba la demanda de carbón asturiano.

La mejor evidencia se vio en el ferrocarril. Los medios de que disponían las compañías para el transporte de carbón resultaron insuficientes y los acaparadores e industriales aprovechados se decidieron a adquirir vagones por cuenta propia. Compraron tantos que las locomotoras no pudieron tirar por todos, lo que, unido a la reducida capacidad del puerto de Pajares, ocasionó la congestión de las estaciones llegando a imposibilitar el tráfico.

Y es que las vacas gordas hicieron aflorar a los especuladores de todo tipo. Unos llevaron al mercado material de ínfima calidad, sin lavar, convirtiendo la pizarra de las escombreras en hulla de primera calidad y otros se dedicaron a elevar los precios del carbón de tal modo que en Barcelona llegó a venderse en una ocasión la tonelada a 500 pesetas, tirando por los suelos el prestigio de los yacimientos asturianos.

La conclusión que podemos sacar es que los únicos favorecidos fueron los capitalistas ligados a la explotación de carbones: patronos, encargados de minas e intermediarios, mientras los obreros, aunque mejoraron notablemente sus retribuciones siguieron la costumbre de vivir al día sin saber prepararse para el momento en el callaron los fusiles. En resumen: el mercado no llegó nunca a consolidarse y cuando los precios de los carbones nacionales volvieron a la normalidad y se rebajaron los jornales renació la miseria.

Don Justino sabía que a partir de 1918 iban a multiplicarse las oportunidades en los países que habían sido arrasados por la contienda y dado el carácter del pueblo asturiano sería muy difícil contrarrestar la decisión de muchos mineros de emigrar en busca de un salario más elevado que el que España les podía ofrecer.

Para ello propuso fomentar el desarrollo de la agricultura y de la industria animando al capital a invertir, pero a la vez advirtió de la necesidad de investigar para descubrir la riqueza oculta que los empresarios habían acumulado a manos llenas y de afinar en los impuestos para hacerlos contribuir a sostener las cargas de la nación. Nada de eso se hizo. Al fin y al cabo estaba en Asturias.

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