Hay que tener una fuerte dosis de entusiasmo, generosidad, disposición y sentido solidario, entre otras cosillas más, para dedicar tu tiempo libre, de jubilado minero, a la enseñanza gratuita de colectivos y a ofrecer recitales solidarios, partiendo de una formación musical autodidacta, tal como hace el mierense de adopción Fernando Martos Cabrero, para el general conocimiento de este su entorno vital, "Pina", que es como lo conoce todo el mundo. Y es que esa es la estampa que ofrece este andaluz de procedencia que considera hoy la capital del concejo como su patria chica. Y es igual que se trate de colectivos jóvenes o de la tercera edad. En realidad, "Pina" viene dedicándose desde hace mucho tiempo a difundir su "hobby", llegando a varias generaciones.

El caso es que Fernando Martos, nacido en 1951, allá por el Linares de Andalucía, estuvo a punto de venir al mundo en Mieres. Pero, cuando toda su familia se encontraba ya en la estación de tren de Linares, a su madre, embarazada y casi fuera de cuentas, se le adelantó el parto y "Pina" vio la luz en el hotel Las Palmeras, al lado mismo de la estación, debiendo retrasar el viaje - salvo el cabeza de familia - cosa de una semana. Así que, andaluz fue de nacimiento, pero?. nació con destino a Mieres.

Ya metido en la harina asturiana, estudió primaria seis años en el colegio Santiago Apóstol, para pasar más tarde al instituto Bernaldo de Quirós y cursar estudios de bachillerato. Posteriormente se dedicaría a tareas de aprendiz de mancebo en la farmacia de Santa Marina. Pero, la necesidad de conseguir dinero que llevar a casa lo llevó hasta el Pozo Nicolasa, en Ablaña, donde estuvo toda su vida laboral, primero de ayudante minero y luego de oficial sondista, hasta los cuarenta y cuatro años, edad a la que le llegó la esperada prejubilación. Se casó a los veintiséis con una bonita joven de Ujo llamada Isabel, tiene dos hijos, una pareja, Iván y Beatriz, y ahora una nieta de cuatro años, Laura, que es "la niña de sus ojos".

¿De dónde le viene la vena musical? Su padre, también llamado Fernando, tenía una rondalla en el barrio de La Peña, y ahí nació su inquietud. A los diez años ya tocaba la guitarra, bandurria, laúd y timple canario. Pero antes fue opositor a futbolista iniciando el ciclo en el Mierense, más tarde Oviedo juvenil, Vetusta, Figaredo y Hunosa. También completó esta afición entrenando a las categorías inferiores del Caudal, todo, según su talante, de forma altruista. Y ahí concluyó todo. Pudo mucho más, su sentimiento por la música y sus deseos de expandirla, aunque, con un imperativo inamovible, al margen de que su condición de jubilado no se lo permite, nada de interés crematístico, todo a golpe de gratuidad, generosidad y solidaridad.

El caso es que, con la guitarra como elemento aglutinador y haciendo gala de unas muy meritorias cualidades para la interpretación de canciones propias del instrumento, con imitaciones muy respetuosas de Los Panchos, María Dolores Pradera y, más recientemente, de Joaquín Sabina y Vicente Díaz, "Pina" dio rienda suelta a su afición por bares y demás establecimientos de hostelería, donde hacía participantes a los asistentes, alcanzando la lógica fama a nivel local, aunque también extendió su campo de influencia hacia localidades limítrofes. Y un día decidió llevar sus inquietudes hasta los centros geriátricos de la zona. El interrogante era, ¿porqué no hacer partícipes a estas gentes que se vieron obligadas al abandono de sus hogares y su terruño? A partir de ese momento, en fechas muy señaladas, la Residencia "Picu Siana", la de Ablaña, Santo Emiliano y las locales de la villa, se hermanaron con este singular intérprete de la música, cuya condición era la de divertir y hacer participar. Hace unos días se desplazó con su grupo de jóvenes - es hora de decir que tiene una pequeña orquestina de guitarras - al centro geriátrico del Montepío de la Minería en Felechosa.

Y llegó el momento de su más fructífera satisfacción. Hace unos cuatro años le llaman del Centro de Día de Personas Mayores, en la confluencia de las calles Escuela de Capataces y Sacramento, donde sus aptitudes y su disposición vienen alcanzando su máximo nivel, no ya como elemento de diversión y festivo, sino de pura enseñanza musical, a la que se apuntan mierenses de varias generaciones para participar en dos cursos, uno de iniciación y otro de perfeccionamiento, siempre teniendo a la guitarra española como primera figura escénica.

Actualmente cuenta con unos cuarenta alumnos de edades que van desde la más tierna juventud a la frontera de la tercera edad, de ambos sexos, y con una larga lista de espera que cada día aumenta más. Y todo bajo el imperativo exento de cualquier interés material. La que fue directora del centro, María, y a la actual, Gema, sienten la necesidad de expresarle a "Pina" su agradecimiento por esta actividad, cuyo último curso quedó clausurado hace unos días por el "impasse" veraniego. Y sin embargo es el propio Fernando Martos quién se siente obligado a la gratitud con las responsables del centro por las facilidades que recibe para divulgar sus aficiones y deseos.

Cuenta la anécdota que en cierta ocasión a un alumno se le rompió una cuerda de su guitarra y manifestó la imposibilidad de poder seguir. A ello respondió "Pina": "Toma la mía que eso lo arreglo yo inmediatamente". Intercambiados los instrumentos, el profesor trazó, con una tiza, la línea de la cuerda rota y siguió tocando como si estuviese completa. Todos los presentes quedaron asombrados. Y es que, en ocasiones, hace más el deseo y la imaginación que los medios.

Dispone Fernando Martos de un amplio repertorio anecdótico. En su día, hace ya años, en Úbeda tuvo oportunidad de conocer a Joaquín Sabina, cuando éste tenía en torno a los veinte años. Allí se saludaron y estuvieron charlando un buen rato. La impresión de "Pina" sobre el cantautor fue estupenda y lo encontró muy gracioso. Hoy lo considera uno de los poetas urbanos más grande que tiene actualmente la lengua española. Sin embargo, todo lo que le ha sucedido en su larga trayectoria, musicalmente hablando, "Pina" lo resume en una frase que aprendió de su padre: "El mejor pago que nos pueden dar es aprender y participar. Por eso - añade - pienso que si cobro por mis actuaciones terminará por faltarme la ilusión".