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Uno de los peores sucesos en la minería de la comarca

"Al oír la explosión sabíamos que varios compañeros no saldrían de allí con vida"

José Vázquez, "el Chato", rememora a sus 91 años el fatal accidente - del pozo Tarancón, que se cobró la vida de once mineros en 1946

"Al oír la explosión sabíamos que varios compañeros no saldrían de allí con vida"

"Sentí una fuerte explosión y supe que aquello era muy grave". Son palabras de José Vázquez García, más conocido como "el Chato", y que a sus 91 años todavía recuerda, como si fuera ayer, el fatal accidente del pozo Tarancón (Aller), que se cobró 11 vidas hizo ayer 71 años.

Aquel barbilampiño de apenas 20 años vivió en la parroquia allerana uno de los peores días de su vida. Después de casi medio siglo de actividad minera, "el Chato" se jubiló del pozo San Antonio con el tercer grado de silicosis. El paso del tiempo no ha hecho que se olvide del 12 de febrero de 1946. Nada hacía presagiar la tragedia cuando aquella mañana de martes entraron al pozo sus compañeros. José Vázquez estaba haciendo labores fuera de las galerías y escuchó una tremenda explosión: "Nos quedamos todos conmocionados, ya sabíamos que algunos compañeros no saldrían con vida", señalaba.

Recuerda Vázquez que el mecánico tornero Adolfo García Torre "Dolfito", le avisó y junto a otros dos facultativos, Jesús García y Ángel Rodríguez, corrieron hasta la bocamina del accidente. Allí, y sin saberlo, "Dolfito" le salvaría la vida. Y es que "me dijo que me quedara fuera, que ellos iban a entrar a por los compañeros que estaban dentro". Ninguno de los tres salió con vida de aquella mina. El grisú acabó con sus vidas en aquella operación de rescate. Junto a los ocho mineros que fueron afectados por la explosión, el accidente de Tarancón, una mina que pertenecía a la Sociedad Hullera Española, se saldó con once víctimas.

Pudieron ser doce, tal y como relata el propio "Chato". Ya que otro picador, Manuel Rodríguez Suárez, salvó la vida casi de casualidad. Este minero había sido destinado en esa jornada a regar la guía, y cuando a las diez y media de la mañana se produjo la explosión, se encontraba comiendo el bocadillo en un lugar apartado del corte donde se produjo la explosión. Escuchó un grito, y a continuación, tras un derrabe de carbón que casi le atrapa, una llamarada le prendió la ropa. Su lámpara se había apagado y el picador estaba en llamas. Comenzó a correr hacia el exterior de la mina, pero a lo largo de la galería tuvo que sortear varios derrabes. El propio Manuel Rodríguez relataba hace unos años, en una entrevista en este diario, que a medida que caminaba notaba el olor de su propia piel quemada. Cuando vio la luz, ya no pudo más. Alguien le envolvió con una prenda y le apagó el fuego. Fue trasladado rápidamente al Sanatorio de Bustiello (Mieres) donde lograron estabilizarle y salvarle la vida. Días después prestaba declaración sobre el accidente y su sinceridad ante los ingenieros de la Jefatura de Minas le valió un despido. Les dijo que en el pozo Tarancón estaban trabajando con una ventilación muy precaria. La respuesta de la Jefatura, tal y como él mismo relató, fue la de darle el alta médica pese a las quemaduras y despedirlo.

La catástrofe del Tarancón supuso una de los mayores accidentes mineros de la historia de Asturias y de España. Los once trabajadores que allí perdieron la vida fueron Isidro Salvador, de 23 años, ayudante barrenista; Primitivo Castañón, de 41 años, picador; Manuel Fernández, 31 años, picador; Valeriano Lobo, 19 años, rampero; Manuel Rodríguez, 36 años, picador; Antonio Velasco, 20 años, rampero; Domingo Farpón, 32 años, picador, Antonio Fernández, 32 años, picador; y los ya citados Jesús García, 40 años, capataz auxiliar; Esteban Ángel Rodríguez, 38 años, capataz auxiliar, y Adolfo García, "Dolfito", 41 años, mecánico tornero.

Después de aquel accidente, "el Chato" siguió trabajando en la mina allerana, hoy convertida en un terreno vegetal en las inmediaciones del pozo Santiago. Durante su vida de minero, a José Vázquez se le volvió a cruzar la fatalidad cuando trabajó como pinche en la excavación de la caña de pozo San Jorge. Fue testigo del primer accidente mortal de la explotación, un joven picador oriundo de la localidad de Soto se cayó a una caldera llena de agua. Pronto llegó a Vigilante y tras casi medio siglo de mina se jubiló con el tercer grado de silicosis. "Nunca se me mató ningún compañero bajo mi responsabilidad, ni yo sufrí accidentes, pero la mina sí se llevó a muchos compañeros", afirma "el Chato", que hoy, a sus 91 años, sigue dando paseos diarios por la plaza del Campo de Moreda. Su experiencia le permite hablar de la situación actual de la minería con cierta nostalgia: "Me da pena que un yacimiento como el allerano siga guardando millones de toneladas de carbón de calidad, se cierren los pozos y los jóvenes no tengan un sitio donde trabajar".

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