A comienzos de la década de los ochenta un reducido grupo de hosteleros de Mieres, no más de diez, impulsaron la recuperación de los carnavales en la ciudad. Fueron pioneros en Asturias y al calor del aperturismo democrático los mierenses se entregaron a una enajenación pasajera que una vez al año les sobresalta de nuevo. El Antroxu, ya asturianizado y sin el turbador brillo del placer reconquistado, mantiene una estrecha relación con los mierenses, que ayer, bajo un cielo plomizo, llenaron de color las calles, un amenazante contraste que ignoraron bailando, metiendo ruido y disfrutando de una fiesta que sienten como propia.

"Yo llevo disfrazándome casi 30 años y casi la mitad del trastero de casa lo tengo lleno de disfraces". José Manuel García, funcionario jubilado, se vistió ayer un traje de época. Con una pequeña máscara negra difícilmente podía ocultar su identidad. "Reconozco que repito disfraz. Ya me lo había puesto hace unos añitos, pero me mantengo bien y me sigue entrando", respondió a un conocido tras ser descubierto. En el Antroxu de Mieres hubo ayer disfraces recurrentes y otros más originales.

Romanos, cavernícolas, indios y vikingos coincidieron en el tiempo y en el espacio. No hubo problemas. Más tensión se generó cuando un Donald Trump, con su escolta y todo, se cruzó con un grupo de mariachis mexicanos. Sin tiempo para postiar un muro, el presidente norteamericano no se atrevió a expulsar del desfile a sus ruidosos vecinos del sur. Tal vez porque no muy lejos avanzaba una desafiante carroza de la "santa muerte mexicana" con un gran esqueleto fumando despreocupado un cigarro. "Venimos de Lena y casi no llegamos a tiempo porque a última se nos estropeó el generador y casi no tuvimos tiempo para encontrar otro", explicaron casi sin aliento los integrantes del grupo justo antes del inicio del desfile. "Empezamos a prepararlo todo tras las navidades, pero siempre hay que contar con los imprevistos"

El Antroxu de Mieres fue seguido por miles de personas desde las aceras, sobre todo a lo largo de la calle Manuel Llaneza, principal arteria de la ciudad. Hubo muchas y llamativas carrozas. De Turón llegaron tres. La más aplaudida, hecha en Cabojal, daba forma a un gran nido de cuervos construido entre caricaturas de políticos y banqueros. "Cría cuervos y te comerán los ojos", era el mensaje.

El carnaval debe ser espectacular, imaginativo y un poco irreverente, y el de Mieres cumplió ayer con los tres requisitos. También tuvo un toque bélico, con un viejo ford Escort reconvertido en un gigantesco tanque de guerra. Más apacible resultó contemplar a un nutrido grupo de coloridas motoristas bailando sobre dos ruedas de manera alegremente sincronizada.