A los más jóvenes el nombre de Manuel Fraga Iribarne no les dirá nada. Sin embargo los mayores lo recordamos como uno de los personajes más característicos del franquismo y también como el padre de la actual derecha española. Fue seguramente el hombre puente entre las dos épocas; nunca renegó de su papel en la dictadura y supo convertirse en uno de los puntales de la democracia. Hábil, culto y locuaz, don Manuel guardaba mil anécdotas que le gustaba contar y escribir.

Entre éstas hay una que refleja perfectamente el ambiente que se empezó a percibir entre los jerifaltes del régimen a mediados de los años 60, cuando el paso del tiempo se hizo notar sobre la naturaleza del Generalísimo recordando que nadie es inmortal: en septiembre de 1968, Francisco Franco pidió la suspensión temporal de un Consejo de Ministros para satisfacer una necesidad fisiológica.

El hecho insólito cayó como un jarro de agua helada sobre el gabinete, no porque dejase en evidencia que "el Caudillo" iba al servicio como todos los humanos -cosa que los más inteligentes ya sospechaban-, sino porque por primera vez la vejez y, en consecuencia la proximidad de la muerte, habían pedido la palabra en aquella sala de mando.

Al final de la jornada, alguien quiso tranquilizar a sus compañeros recordándoles que aunque la Parca se atreviese alguna vez a llevarse a Franco, éste le había ganado la partida de antemano ya que desde hacía unos meses lo había dejado todo "atado y bien atado" para su sucesión.

El ministro se refería a la aprobación en referéndum de Ley Orgánica del Estado el miércoles 14 de diciembre de 1966; una jornada en la que la oposición no había tenido ninguna oportunidad de expresarse libremente y el llamamiento al boicot pasó casi desapercibido.

La nueva ley trató de coordinar todos los textos anteriores, actualizándolos con otros elementos nuevos para disimular su carácter totalitario y presentando algunas novedades como la formalización del papel de las fuerzas armadas en el proceso político o la llegada de los 105 procuradores familiares, elegidos por un cuerpo electoral reducido y controlado, ya que tan solo 16 de los 34 millones de españoles tenían entonces derecho al voto.

Además, según Javier Tusell la carencia de asociaciones políticas de ningún tipo favoreció a los candidatos con grandes fortunas para un puesto tan atractivo, hasta el punto de que se calculó que la elección por Madrid valía entre 15 y 20 millones de pesetas de la época.

La consulta de diciembre de 1966, por alguna razón que no alcanzo a comprender, a pesar de su importancia ocupa muy poco espacio en las historias que se han escrito sobre el franquismo, al contrario de lo que ocurre con la otra jornada en la que el Caudillo llamó a los españoles a las urnas: el 6 de julio de 1945.

En aquella ocasión se había aprobado el Fuero de los Españoles donde se recogían aquellos derechos y deberes que debían regir la vida bajo la dictadura y España quedó definida como un estado "católico, social y representativo que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino". A la vez, el "Caudillo de España y de la Cruzada, Generalísimo de los Ejércitos" Francisco Franco Bahamonde obtuvo el reconocimiento a su jefatura vitalicia con el compromiso de asegurar la sucesión en un varón de al menos treinta años, católico y dispuesto a jurar las leyes fundamentales del régimen y del Movimiento.

Sin embargo las urnas tardaron dos décadas en volver a colocarse para afianzar la voluntad del dictador de mantener la continuidad del sistema más allá de su presencia física y lo hicieron en un proceso poco limpio, ya que siempre se ha dicho que en algunas mesas el número de votos afirmativos fue mayor que el de censados. Y esta circunstancia es cierta.

Lo vemos en la prensa de la época donde incluso llegó a justificarse atribuyéndolo a una inusual presencia de transeúntes que ejercieron su derecho lejos de su domicilio y cuyas papeletas fueron aceptadas sin problemas y también a la llegada de emigrantes y estudiantes para pasar en casa las vacaciones navideñas.

Los periodistas de la Montaña Central contaron que desde muy temprano, apenas constituidas las mesas en los colegios, ya podía apreciarse el clima y la animación, que habría de continuar en el curso de la jornada. Las calles -se dijo- ofrecían aspecto de fiesta, pero de una fiesta comparable a las de Navidad o Santa Bárbara; todo acompañado por un orden admirable, corrección ejemplar y un interés general que evidenciaban la madurez ciudadana y un agrado de poder responder a la llamada -siempre según los corresponsales-, desoyendo las consignas de abstención y las propagandas que torpemente se dirigían del exterior a los electores.

El semanario Comarca publicó que en Mieres el porcentaje había sido elevadísimo: "En algunas mesas nos mostraban el montón de certificados de "transeúntes", emigrantes que llegaron a pasar las Navidades, productores que eventualmente trabajaban en Mieres, o estudiantes no incluidos en los últimos censos". Aunque no se tuvo en cuenta el pequeño dato de que las vacaciones, entonces como ahora, siempre se han dado al menos una semana más tarde del día 14 de diciembre, elegido para el plebiscito.

A la hora del recuento, el porcentaje de la votación general del concejo se estimó en un noventa por ciento, resultando un cinco por ciento de votantes negativos o en blanco, pero aún así nadie se atrevió a cuestionar en público la sorprendente información de que "fueron varios los colegios que registraron más de cien por cien del censo, debido al número de certificaciones presentado por los transeúntes".

Dado el éxito de la convocatoria, al día siguiente el gobernador José Manuel Mateu de Ros se dirigió triunfalmente a los asturianos: "Quiero expresaros como gobernador civil y jefe provincial del Movimiento que soy vuestro, mi entrañable felicitación y orgullo, por el gran espíritu cívico, patriótico y lealtad al Caudillo, como así vuestra fe en la Ley Orgánica del Estado, que una vez más pusisteis de manifiesto el pasado día, con vuestro "SI", cual lo demuestran categóricamente esos 586.460 votos favorables, de los 641.082 que fueron escrutados.

La votación se produjo en toda Asturias dentro del más absoluto orden, ya que no se registró ni un solo incidente, pese a la inclemencia del tiempo y a las horas que muchos tuvisteis que soportar de pie, en las puertas de los colegios, hasta poder emitir vuestro voto. Asturianos, con Franco mandándonos y con la Ley Orgánica del Estado, que España el día 14 hizo suya, a trabajar más unidos y hermanados que nunca, dispuestos a perfeccionar nuestras Instituciones y sistema político, a levantar Asturias y poner muy arriba España.

Gracias asturianos, siempre a vuestro servicio. Con un pueblo así se va hasta el fin del mundo. Por la Patria, el pan y la justicia y con Franco, ¡Arriba España! Y ¡Viva Asturias!".

En las calles, los ciudadanos que estaban acostumbrados al estilo de estas soflamas hicieron notar su sentido del humor y enseguida se multiplicaron los chistes, que por precaución sólo se contaban a los íntimos, sobre eso de levantar Asturias y poner muy arriba España, jugando con que quienes tenían que levantar las cosas eran aquellos que las habían tirado previamente.

Una vez refrendado por el pueblo este marco legal, tres años más tarde las Cortes dieran el visto bueno para que la monarquía recibiese la herencia del régimen militar y así, basándose en la nueva norma, el 22 de julio de 1969 Franco designó como sucesor a título de rey a Juan Carlos de Borbón. El flamante príncipe de Asturias casi no tuvo oposición, ni de otros posibles candidatos, que abandonaron pronto sus pretensiones, ni tampoco de los partidos políticos históricos, que en el momento de la verdad renunciaron a la República a cambio de otras concesiones más inmediatas.

Juan Carlos también aceptó la propuesta sin objeciones, manifestando su completa adhesión en una carta dirigida a las autoridades del régimen: "Formado en la España del 18 de Julio, he conocido paso a paso las importantes realizaciones que se han conseguido bajo el mandato magistral del Generalísimo? Os ruego pues, señor Vicepresidente del Gobierno y señor Presidente de las Cortes, que así lo comuniquéis respectivamente a Su Excelencia el Jefe del Estado y a las Cortes españolas".

El 22 de noviembre de 1975 Juan Carlos juró ante las Cortes las Leyes Fundamentales y los Principios del Movimiento Nacional y el resto de la historia ya lo conocen: Francisco Franco, como el Cid, ganó su última batalla después de muerto.