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El futuro del modelo energético

Historias de la térmica

Dos extrabajadores de la factoría de Lada rememoran la época de esplendor de la central, que alcanzó los 450 empleados

La primera factoría tenía cuatro calderas y dos generadores. Llegaba a producir 50 megavatios de energía.

A aquel niño de ocho años le entretenía bajar de Les Tejeres hasta Lada contando sus pasos. Veinte minutos, y más de veinte cuentas hasta cien, para llegar a la térmica. Era el año 1962, una sirena anunciaba la salida de su padre al mediodía. Y él tenía la misión de un superhéroe: llevarle la comida para cargarlo de fuerza. "Mira, Jose, un día vas a trabajar tú aquí", le decía aquel hombre, casi irreconocible por el negro del carbón, señalando a una chimenea alta. El niño era José Manuel Martín Ferrer, al que sólo su padre llamaba por el nombre de pila y le adivinaba el futuro. Fuera de casa le llaman Martín y está jubilado de la térmica de Lada.

Vene Villacorta recibió la funda el 12 de abril de 1973. Un mono azul que llevaba bordadas, en el bolsillo, las siglas "CEL" (Compañía Eléctrica de Langreo). Un día después lo vistió y se encaminó hacia la térmica. Llevaba la frente alta porque era el más joven de los 450 hombres que trabajaban entonces en las instalaciones. Le dieron una tarjeta a la entrada y memorizó su número para siempre: fue, hasta su jubilación, el empleado 130359.

Martín y Vene Villacorta son dos de los cientos de trabajadores que pasaron por la térmica de Lada, ahora amenazada por un inminente cierre. Queda lejos la primera instalación, que era móvil, y que empezó a quemar carbón en el año 1949. Luego construyeron "Lada I": cuatro calderas y dos generadores que producían 50 megavatios de energía. Las instalaciones fueron creciendo. La factoría actual es "Lada IV", que llega a producir 350 megavatios. La plantilla, sin contar auxiliares, se queda en noventa personas. Del incierto futuro de esos trabajadores están hablando Martín y Vene Villacorta cuando se sientan en un banco del puente que cruza el Nalón, justo frente a la térmica. Pero miran el humo que sale de la chimenea y, sin moverse del sitio, viajan al pasado. Estas son sus historias de la térmica.

El humo de la chimenea parecía infinito el día que Vene Villacorta entró por primera vez en la central. Sonaba la sirena que anunciaba el inicio de la jornada, y sonaban las de todas las grandes empresas asentadas en la localidad: "Estaba Duro (Felguera), la Bayer, Talleres del Conde... Esto estaba muy vivo", afirma Vene Villacorta, callado pronto por el silencio del entorno. Cuesta creerlo cuando cuenta que, en los setenta, varias mujeres se dedicaban a recoger la comida por todas las casas de los trabajadores y la cargaban en carro. Luego la repartían por las factorías. También que varias cafeterías, como la Diego o la Paraíso, estaban abiertas 24 horas.

Movilizaciones

Suena a una cuenca muy lejana, casi de cuento. Pero cuando Villacorta ve la cara de pasmo de quien le escucha, matiza enseguida: "Trabajar aquí no era una ganga. Hasta que murió Franco, no ganábamos un duru". En casa guarda una nómina de 1.000 pesetas por 160 horas mensuales, recuerdo de años duros: "No la pienso tirar nunca".

Lo que faltaba en el bolsillo, sobraba en humanidad. Siempre había mucho que hacer: camiones para descargar a mano, máquinas que poner a punto, hornos que vigilar... La plantilla tenía trabajo extra los domingos, con jornada a fin de tarea. "Si terminabas antes lo tuyo, echabas un ojo a lo que les quedaba a los compañeros. Preferíamos salir todos a la vez, aunque fuera más tarde, para tomar una botellina de sidra", explica Villacorta. Se levanta y, con Martín, pasea por el entorno de la factoría. Llegan a la puerta principal, cerrada ahora por una barrera.

- Ahí hubo guerra.

Protestas y huelgas, sin parar durante años, para conseguir un salario digno. "Íbamos a hacer daño. Si había que parar una semana, parábamos". Cuando Martín empezó a trabajar en la térmica, la situación ya había mejorado. Tardó en llegar a aquel destino que había predicho su padre: "Estuve antes en un taller que cerró. Cuando llegué de la mili, empecé a trabajar en la primera cooperativa de trabajadores que hubo en Asturias". Le costó que le "ficharan" porque "había orden de contratar primero a los padres de familia, yo entonces estaba soltero y sin cargas".

La vida le cambió con ese contrato, que firmó en octubre de 1982. "Para mí significó comprar una casa, casarme, formar una familia. Fue nacer otra vez", dice, algo emocionado. Villacorta es más pragmático: "Yo tuve una oportunidad que supe aprovechar, fue mi trabajo pero no mi forma de vida". Aunque le gustaba lo que hacía, y guarda en su teléfono móvil la foto de un panel con el que trabajaba.

Los dos vuelven al puente y se apoyan en la barandilla, cara a la térmica, junto al río. Unos veinte segundos de silencio, hasta que habla Martín:

-Mucho se va a echar esto de menos cuando lo tiren, Vene.

-Sí, pero es ley de vida. Estos chavales tienen que pelealo, cada uno tiene que pelear lo suyo.

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