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La carta de despedida del mártir Juan Alonso: "Por miedo no negaré mi presencia"

El misionero allerano que será beatificado, asesinado en Guatemala en 1981, avisó a su hermano del peligro que corría unos días antes de morir

Asistentes a un homenaje en Cuérigo que se celebra cada mes de febrero. L. CAMPORRO

"Hermano, sé que mi vida corre peligro. Pero por miedo jamás negaré mi presencia".

Las manos de Arcadio Alonso aún tiemblan hoy cuando lee esa carta. Es la última que le escribió su hermano Juan Alonso Fernández, misionero del Sagrado Corazón de Jesús, desde Guatemala. Era el año 1981, estaba amenazado por el ejército. Solo unos días después de firmar la misiva, fue torturado y brutalmente asesinado.

El Vaticano reconoció el viernes su martirio, un primer paso hacia la canonización. "Es una alegría", afirma su hermano, orgulloso. Tan grande que llena al concejo de Aller y también a El Quiché, donde siempre le guardan recuerdo. En los pueblos guatemaltecos por los que tanto hizo ya le conocen como San Juan Alonso.

Arcadio Alonso tiene la absoluta convicción de que la vida de las personas es un conjunto de historias. Narraciones, a simple vista desordenadas, que terminan por encajar. "A veces conoces a una persona que se convierte en una pieza fundamental de lo que terminas siendo", afirma, rotundo.

Por eso, para hablar de su hermano, hay que ir a Cuérigo (Aller). Al lugar en el que nacieron y se criaron. Pero no a un día al azar, hay que viajar al momento justo: un mediodía en el que don Valentín, el cura de Vega -un hombre culto y apreciado, defensor de los mineros-, leyó un sermón. Al terminar, se volvió hacia un grupo de hombres: "El mensaje que yo quería dejavos, ye que la vida ye pa dala".

"Aquellas palabras marcaron a mi hermano, que entonces tenía once años, y las siguió siempre. Decidió que iba a dar su vida a las misiones, siempre tuvo la vocación muy clara", explica Arcadio Alonso. Tan clara que poco después fue a estudiar al colegio de la congregación en Valladolid y siguió formándose como sacerdote. Fue ordenado en 1960. Otra vez, una narración que parece desencajada. Pero que luego vuelve la historia redonda: "Mi hermano eligió como lema de su vida 'en Él solo hubo un sí'". Hace referencia a la segunda Carta de los Corintios, habla de la fe y de la entrega. Imposible, ya desde entonces, que Juan Alonso dejara Guatemala por miedo.

Porque fue un "sí" la primera vez que viajó a El Quiché. No había carreteras, a todos sitios iba a lomos de su caballo. Otro "sí" cuando, a mediados de los sesenta, fue a las misiones a Indonesia. Otra cultura, que aprendió y amó desde el respeto. Y otra vez, "sí" a volver a Guatemala. A pesar del peligro, a pesar de que el ejército lo veía como un guerrillero. Asesinaron a dos de sus compañeros. Le rogaron que volviera, él no quiso.

Una noche, escribió la última carta a su hermano. Le pidió, por favor, que jamás se la enseñara a su madre. "Además de hermanos, también éramos amigos y confidentes", dice Arcadio. Lo mataron cuando iba del pueblo de Uspantán a Cunén. Conducía una moto y le dispararon a una pierna. Luego le torturaron y terminaron por dispararle dos tiros en la frente. Lo enterraron en un lugar alejado, tardaron más de dos días en encontrarlo. Su asesinato, junto al de otros religiosos, fueron denunciados ante la justicia de España en 2003 por la Fundación Rigoberta Menchú.

"No quiero que salgan a la luz detalles macabros, quiero que se escriba la verdad", afirma Arcadio Alonso, catedrático de Psicología y Filosofía. Él la ha escrito en dos libros sobre su hermano, que ahora tiene previsto reeditar en una única obra.

Empezará a trabajar en unos días, porque ayer era imposible. "El teléfono no deja de sonar para felicitarme, para alegrarse por mi hermano. Es toda una satisfacción". La misma que sentía Celestino Riesgo, Arcipreste del Caudal: "Creo que ha sido una alegría para muchos vecinos, las publicaciones en las redes sociales y las palabras en la calle dejan claro la buena acogida de esta noticia", afirmó el religioso.

Un alivio para sus familiares. Perdieron una luz el día que recibieron las noticias más tristes desde Guatemala. Luego llegaron muchas cartas, sobre todo para la madre de Juan Alonso. Personas a las que el misionero había mejorado su vida, querían consolarla: "No se preocupe, señora, San Juan Alonso es tierra de nuestra tierra".

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