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de lo nuestro Historias Heterodoxas

Una sorpresa para Mauregato

Las imprecisas crónicas medievales que hablan del reinado del monarca astur y su posible vinculación con una batalla en la Montaña Central

Les confieso que he dudado sobre el título de esta historia. Realmente debería haberse llamado la invasión de los alienígenas, pero me pareció que algunos lectores iban asentirse decepcionados después de leer el primer párrafo y ver que la cosa no va de marcianos sino de reyes asturianos, así que decidí poner algo más serio. Sin embargo la segunda posibilidad también estaba justificada. Y ahora se lo explico.

En septiembre de 1961 se celebró en Oviedo un Symposium sobre cultura asturiana de la Alta Edad Media, donde don Claudio Sánchez Albornoz presentó una ponencia titulada “El legendario primer ataque musulmán a Oviedo”. En su texto abordó un episodio militar supuestamente ocurrido durante el breve reinado de Mauregato en Asturias basándose en las actas del I Concilio Ovetense celebrado en el año 832 en tiempos de Alfonso II.

Don Claudio -quien fue para mi gusto el más riguroso y acertado historiador que ha dado este país- ya advirtió que la mayor parte de lo que se ha escrito sobre Mauregato son fantasías y que si sabemos poco sobre los primeros reyes asturianos, de este conocemos aún menos. Con esta premisa dudó incluso de que se hubiese celebrado tal Concilio y de que sus actas no fuesen falsas, pero aún así se detuvo en la narración de una invasión de musulmanes ayudados por malos cristianos, quienes fueron derrotados por el rey. Veamos la traducción que hizo de ese pasaje:

“Con ocasión de las discordias principescas y religiosas que agitaban Asturias, por juicio divino padeció esta un ataque que amenazó a la misma Oviedo. Se alzaron alienígenas y muchos falsos cristianos a las órdenes de un ministro del diablo, Mahamud, y durante el reinado de Mauregato, usurpador del reino de Alfonso II el Casto, invadieron Asturias. El católico rey les salió al encuentro cerca de la iglesia de San Pedro, los venció, huyeron, y en la fuga unos cayeron por la espada y otros se ahogaron en el Miño”.

Existen muchas posibilidades de que esta crónica sea una invención del famoso Obispo Pelayo, quien vivió a caballo entre los siglos XI y XII e hizo de todo para engrandecer el pasado glorioso de su sede ovetense. Así lo pensaron los dos grandes historiadores españoles, autores de los textos que se manejaron durante siglos en las universidades, el padre Juan de Mariana, primero, y Vicente de La Fuente, ya en el siglo XIX, lo calificaron respectivamente como “fabulador” y “fabulista y patrañero”.

Para don Claudio, incluso suponiendo que las actas fuesen buenas, este es uno de los pasajes menos defendibles ya que es cierto que al menos existió un caudillo musulmán llamado Mahamud, pero era un bereber refugiado en Galicia al que no le podía le interesar el ataque a Oviedo porque entonces aún no existía la ciudad y en el lugar solo estaban el monasterio de San Vicente, las iglesias fundadas por Fruela y nada que tuviese relieve político.

En cuanto a los “alienígenas”, esta es una forma de denominar a aquellos que son de fuera, por contraposición a los indígenas, que son los del lugar. Y los falsos cristianos serían los herejes adopcionistas, de los que sí consta su existencia en Asturias; unos seguidores del obispo Migelio quien defendía que Jesucristo era hijo de Dios, pero adoptivo, y fue expulsado de la Iglesia en otro concilio -este confirmado sin dudas- que se convocó en Sevilla en el año 784.

Por su parte, Mauregato fue un hijo bastardo que tuvo Alfonso I con una mujer que según algunos era una esclava mora. El hombre tenía pocas virtudes: era feo hasta la deformidad, poco amigo de la higiene y con pocos escrúpulos, ya que se le atribuye la leyenda de haber pactado con los musulmanes a cambio de darles 100 doncellas cristianas. La conseja se repite en varios puntos de España y he llegado a leer que El Entrego debe su nombre al lugar donde se produjo tal indignidad, pero si lo creemos, tenemos que rechazar que se aceptó la paz, y no hubo invasión, y por lo tanto poner aquí el punto a esta historia. De modo que continuamos.

Tampoco debemos olvidar a otro historiador, en este caso árabe o tal vez kurdo, llamado Ali ibn al-Athir, quien murió en 1233, y basándose en textos anteriores situó en el año 168 de la Hégira un ataque musulmán a Oviedo, coincidiendo con el tiempo en que reinó Mauregato después de haberle quitado el trono con un violento golpe de estado a quien después iba a ser coronado como Alfonso II.

Alfonso, como era hijo de una vasca pudo refugiarse con sus parientes en Álava. Este fue su primer exilio, aunque para nosotros es mucho más interesante saber que tuvo que pasar por otro cuando ya era rey. Ya les conté en esta página la vinculación de este suceso con Mieres, así que prefiero resumírselo en un párrafo que publicó don Ramón Menéndez Pidal en 1949.

Lo incluyó en un artículo titulado “La historiografía medieval sobre Alfonso II”. En él refirió que a la muerte de Mauregato, reinó Bermudo (o Vermudo) el Diácono, quién abdicó en Alfonso. Este volvió de la tierra de su madre y fue coronado en octubre de 791, pero once años más tarde sufrió otro destierro a causa de una sublevación y entonces, según el erudito: “fue encerrado en el monasterio de Abelania, lugar que los historiadores no aciertan a identificar y que creen sea Avilés, pero que filológicamente no puede ser otro que Ablaña de Mieres”.

Nos toca apuntar que si Ablaña ya era conocida entonces es de suponer que en tiempo de Mauregato también lo fuese. Ahora volvamos a la última frase de la traducción de Sánchez Albornoz: “El católico rey les salió al encuentro cerca de la Iglesia de San Pedro, los venció, huyeron, y en la fuga unos cayeron por la espada y otros se ahogaron en el Miño”.

Como lo del río Miño podía desbaratar esta historia en Asturias, el jesuita Fidel Fita Colomé no tuvo inconveniente en cambiar su nombre por el del Nalón y así ya cuadraba todo: situó la batalla donde este confluye con el Nora y se levanta la iglesia de prerrománica de San Pedro, cerca de Oviedo, y otros profesores lo siguen dando por bueno copiando esta barbaridad.

El padre Fita no fue un cualquiera. En 1912 a la muerte de Marcelino Menéndez Pelayo, fue nombrado nada menos que director de la Academia de la Historia, cargo que ocuparía hasta su fallecimiento seis años después, y tuvo en su currículo numerosas publicaciones, pero siempre marcadas por la parcialidad, hasta el punto de que el también sacerdote, José Ferrándiz, a pesar de reconocer su gran cultura, le reprochó su sometimiento a las directrices de la Compañía de Jesús, sobre todo a la hora de construir la biografía San Ignacio de Loyola, falsificando e incluso sustrayendo los documentos que estorbaban a este fin.

Conociendo esta falta de escrúpulos y sin ningún otro argumento que justifique al Nalón, debemos volver a buscar el Miño en Asturias, y sorpréndanse al encontrar la única posibilidad de nuevo en las cercanías de Ablaña, donde unos centenares de metros al sur el río grande recibe como afluente al Miñera, topónimo que según Xose Lluis García Arias deriva del “minium” esa substancia mineral de color rojizo que encuentra en su curso cuando desciende por la L´Agüeria de San Tirso y pasa al lado de los yacimientos de la parroquia de La Peña que ya se explotaban en época romana para obtener el mercurio.

Es sabido que lo que hoy conocemos como río Caudal no ha tenido siempre esta denominación y no es extraño que en el tramo más cercano al Miñera recibiese su nombre. Solo nos quedaría encontrar una antigua iglesia dedicada a San Pedro. Y también la tenemos en la zona, esta vez un poco más al norte: En Lloreo se levanta una parroquia dedicada a este apóstol que ya aparece citada en la relación que hizo el obispo Alponte al rey Felipe II en 1587; aunque el propio Lloreo, donde se ubica otro paraje llamado Vega de San Pedro, se cita mucho antes, en la donación que hizo un tal Gonzalo Bermúdez a la catedral de Oviedo en 1149.

Debemos dar la razón a don Claudio Sánchez Albornoz cuando dijo que no había bastantes argumentos para sostener la realidad de esta batalla, pero es de suponer que él desconociese la existencia del río Miñera y por lo tanto tampoco tuviese motivo para reparar en el San Pedro de Lloreo, de lo contrario, conociendo su minuciosidad, seguro que le hubiese dado una vuelta.

Lástima que no queden maestros de su talla.

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