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De lo nuestro | Historias Heterodoxas

Mougel Bey, de Suez a La Nalona

El ingeniero francés participó en las fases iniciales de la construcción del canal y acabó arruinado por sus inversiones en minas del valle del Nalón

Hace unos días el mundo estuvo al borde del colapso económico porque un barco del tamaño del arca de Noé se quedó cruzado en el Canal de Suez. Ya sé que puede parecer extraño, pero cada vez que yo veía por la televisión los apuros de los remolcadores intentando desatrancar al monstruo, mi pensamiento viajaba hasta los orígenes de la minería en el valle del Nalón.

La relación entre los dos lugares viene de un personaje cuya historia me ha llamado siempre la atención y que con su permiso quiero contarles esta semana: el ingeniero Dieudonné Eugène Mougel, quien se enriqueció trabajando en el Canal y se arruinó invirtiendo en Langreo.

Eugène Mougel nació el 27 de noviembre de 1808 en Châtel-sur-Moselle, un pueblecito de la Lorena francesa donde sus padres eran rentistas. Fue un niño bien dotado para las matemáticas y no tuvo problemas para seguir estudios e ingresar cuando tenía veinte años en la Escuela Politécnica. Lo que no sabía en ese momento era que dos años más tarde su carrera iba a cortarse por la revolución de julio de 1830 en la que participó activamente. El joven Eugène se implicó tanto en la lucha que llegó a ser ayudante de campo del mismísimo Lafayette con el grado de teniente y recibió al año siguiente la “Cruz de Julio” por su defensa de las libertades.

Con la paz también pudo finalizar sus estudios de ingeniería civil y comenzó su carrera modernizando el histórico puerto bacaladero de Fécamp antes de decidirse a seguir su trabajo en Egipto, donde fue contratado por el Gobierno para construir una balsa de reacondicionamiento y un embarcadero con vía férrea en el arsenal de Alejandría.

Tuvo tanto éxito que el virrey Mehmet Alí le concedió el título de “bey”, una dignidad con carácter honorífico similar al tratamiento inglés de “sir” que él adoptó con orgullo hasta el punto de hacerse llamar desde entonces Mougel Bey. Luego, desde 1843 trabajó en las obras de las dos grandes presas de Rosetta y Damietta para regular todo el sistema hidráulico del Delta del Nilo y por fin lo nombraron supervisor general de las fases iniciales en las obras del Canal de Suez.

Allí se encargó como ingeniero jefe desde 1859 a 1861 junto a Alphonse Hardon de los canales de acceso de agua dulce y las primeras operaciones de excavación, por lo que Ferdinand de Lesseps lo incluyó en la lista de fundadores de la Compañía del Canal de Suez.

Mientras tanto, lejos de allí, en la cuenca minera asturiana y especialmente en el valle del Nalón se vivía un momento de expansión económica fomentado por la influencia de Fernando Muñoz, duque de Riansares, el segundo esposo de la reina regente María Cristina, quien había conseguido comunicar la zona en la que radicaban sus empresas con la costa para poder dar salida internacional al mineral desde Gijón.

Convencidos de que Riansares tenía información de primera mano sobre las posibilidades de negocio de la hulla asturiana, sus amigos siguieron su apuesta por nuestras minas y las oficinas que sus agentes los hermanos Luis y Adolfo D’Eichtal tenían en París fueron visitadas por personajes de otras casas reales que, como la gran duquesa de Würthenberg, depositaron en ellas sus capitales para invertir en la Montaña Central.

Algunos acertaron y multiplicaron su dinero, pero otros hicieron sus cálculos demasiado deprisa y sin tener en cuenta que los gastos iniciales se iban a multiplicar antes de que estas explotaciones fuesen rentables. Así, el 3 de diciembre de 1857, se había disuelto por problemas financieros una de ellas, la Sociedad Carbonera de Santa Ana, que estaba presidida por el general Juan Prim. En la empresa figuraban otros tres socios y entre ellos un hombre fiel al duque de Riánsares llamado Fernando Guerrero, quien figuró como su liquidador.

No sabemos cuándo ni cómo se conocieron Mougel Bey y Fernando Guerrero, aunque se ha escrito que el ingeniero dejó el Canal de Suez en 1861 para volver a Francia y entonces se encontró con el español que ya tenía negocios en Marsella. Sin embargo tuvo que ser primero porque Guerrero ya lo había convencido tres años antes para que iniciase con él su aventura empresarial en una notaría de París.

Lo cierto es que en enero de 1858, cuando el ingeniero francés aún estaba trabajando en Suez, los dos constituyeron ante el notario de París M. Fovard una sociedad en comandita en la que se inscribieron de esta forma: “Eugène Dieudonné Mougel Bey, antiguo ingeniero jefe de puentes y caminos, residente en el nº 44 de la calle Blanche y Fernando Guerrero, intendente honorario del rey de España, con la misma dirección”.

La empresa tenía por objeto la extracción de hulla bajo la razón social “Société Houillère de Santa Ana”, establecida por una duración de 19 años, con su sede social también en el nº44 de la calle Blanche y dividió su capital en ocho mil partes. Seis mil fueron la aportación inicial de los fundadores y el resto se ofreció a cambio de una renta anual de cuarenta francos que debían empezar a cobrarse en mayo de 1867.

En principio todo salió según lo previsto si hacemos caso de un testimonio de la época. Se trata del libro “Observaciones prácticas sobre la minería carbonera de Asturias” publicado en 1861 por el delineante y auxiliar de minas lenense Restituto Álvarez Buylla, quien según la historiadora María Fernanda Fernández había trabajado en la fábrica de aceros de La Bárzana, en Villayana, hasta que en 1854 pasó al servicio del grupo hullero de Fábrica de Mieres en las labores de la mina del Macho.

Don Restituto Álvarez Buylla fue un hombre culto y minucioso que nos dejó en su pequeño libro de apenas 44 páginas uno de los mejores resúmenes para conocer cómo era la actividad minera en la Montaña Central a mediados del siglo XIX. Esta es su descripción de la propiedad de Mougel Bey:

“El pueblo de Sama, consistorial del concejo de Langreo, está colindante con la mina Nalona, y en el de Ciaño, un cuarto de hora más al Sudeste, se estableció en el año de 1848, la Sociedad Cántabra con varias pertenencias de carbón y una fundación de fábrica, para beneficiar mineral de cobre que la misma explotaba en Cabrales a 15 leguas o más de distancia por mar y tierra; pero la nueva sociedad titulada Santa Ana, arrendataria de aquellas minas de carbón, se dedica exclusivamente a la explotación de hulla que poco a poco ha de extender a toda la enorme propiedad de 220 pertenencias de 600x500 varas.

Su principal arrendatario es Mr. Mougelbey (sic), ingeniero director del canal marítimo de Suez que ha relacionado ya sus explotaciones actuales por un ferro-carril de sangre con el general de la cuenca, distante cinco kilómetros, pero su producción mensual no pasa todavía de 70.000 quintales. Esta empresa es muy activa y tiene un porvenir dilatado”.

Pero Restituto Álvarez Buylla se equivocaba. Según el economista Rafael Anes, en 1862 Herrero y Compañía concedió un crédito hipotecario por 639.812 reales a la Sociedad Carbonífera Santa Ana. Aún así, las inversiones realizadas no dieron los resultados esperados y las deudas siguieron acumulándose, de manera que el 18 de noviembre de 1863, Eugène Mougel Bey y Fernando Guerrero volvieron a la notaría de Fréderic Fovard, pero esta vez para firmar la disolución de su compañía.

Entonces, para no perder el dinero de aquel préstamo, el banco optó por adquirir las pertenencias mineras y ampliarlas para intentar reconducir su situación, después de aceptar los bienes que tenía hipotecados en Asturias y cancelar su embargo. De modo que, después de superar todos los trámites legales, en 1867 el propio Ignacio Herrero Buj se personó en París para adquirir en subasta los bienes de Santa Ana con los que constituyó la Sociedad Carbonera de Santa Ana que se convertiría más tarde en Herrero Hermanos.

El caso es que la aventura asturiana acabó arruinando a Mougel Bey. Para colmo de males, la cimentación de las presas que había construido en el Delta del Nilo también se deterioraba porque en el momento de su construcción las prisas del virrey Mehmet Alí no habían permitido colocar un mortero de calidad. Ya en su vejez, alrededor de 1882, el ingeniero regresó a Egipto para intentar reparar aquella obra, pero finalmente se encargaron de ella los ingenieros ingleses. Mougel Bey murió en París el 27 de noviembre de 1890 y su nombre para lo bueno y para lo malo está en la lista de quienes forjaron el moderno Egipto. En la Montaña Central tampoco podemos olvidarlo.

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