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Treinta años de ajuste minero: el carbón daba de comer a más familias que Inditex

En los años noventa del pasado siglo, los más de 40.000 trabajadores del sector se movilizaron para evitar un cierre como el de Reino Unido

Mineros en una asamblea en la comarca del Nalón, en marzo de 1997. | Fernando Rodríguez

Aquel invierno, el del año 1991, los niños de Boo (Aller) tenían una costumbre. Todas las mañanas, quedaban quince minutos antes de que sonara el timbre de la escuela. Se asomaban, agolpados con sus gorros de lana y sus guantes de colores, al pasamanos rojo de las escaleras del colegio. Desde allí, veían el entorno del pozo Santiago. A veces, los coches hacían cola por una barricada. Volvían a casa, dejaban la mochila y avisaban: “Mama, hoy no hay clase”.

No sabían que estaban viviendo un momento histórico: la década de los noventa, el inicio del fin de la minería del carbón. LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas cumplió hace unos días sus veinticinco años en los kioskos, y los cambios sociales desde entonces son profundos. Sirva un ejemplo para ilustrarlo todo. En 1991, la minería del carbón empleaba en España a cerca de 45.000 personas. Casi los mismos trabajadores que, actualmente, tiene el gigante de la moda nacional: Inditex, el grupo empresarial de Amancio Ortega (con 47.930 trabajadores, según el informe oficial del año 2019).

Eran las Cuencas de los miles de hombres con una raya negra enmarcando los ojos. Del olor a goma quemada cada poco. Porque los mineros se miraban a un espejo empañado en duda: “A principios de los noventa, todos sabíamos que las minas cerrarían más pronto que tarde. Teníamos muy presente lo que había pasado en Reino Unido con Margaret Thatcher”, explica Felipe Burón. Es presidente de la Asociación Cultural y Minera “Santa Bárbara” ahora, era picador entonces.

“Habíamos visto como miles de mineros habían ido para casa en Reino Unido con una mano delante y otra detrás, no podíamos permitir que pasara lo mismo aquí”

Felipe Burón - Presidente de la Asociación "Santa Bárbara"

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La huelga de la minería en Reino Unido, entre 1984 y 1985, tuvo mucho peso en las decisiones que tomaron los sindicatos en Asturias. “Habíamos visto como miles de mineros habían ido para casa en Reino Unido con una mano delante y otra detrás, no podíamos permitir que pasara lo mismo aquí”, señala Burón. Y añade: “Si nos preguntaban entonces, ninguno queríamos que nuestros hijos trabajaran en la mina… claro que, visto ahora, mejor estar en la mina que estar en casa”.

Con el temor de los cierres, un agresivo plan de reestructuración sobre la mesa y el gesto férreo de Thatcher en los informativos, el sindicalismo asturiano inició las movilizaciones de 1991. Las “Navidades Negras”, las llamaron. Porque empezaron justo el 23 de diciembre, sin apenas aviso. Casi la totalidad de los 20.000 mineros que entonces trabajaban en Hunosa siguieron los paros convocados para los días 26 y 27 de diciembre. Los sindicatos dieron un puñetazo en la mesa: treinta y seis representantes de Comisiones Obreras (CC OO) y SOMA-FITAG-UGT se encerraron en el pozo de Barredo.

“El encierro de Barredo no fue una decisión fácil, pero era necesario hacer algo rotundo”, señala Burón. Fuera del pozo, los enfrentamientos fueron muy duros. El 3 de enero se convocó una huelga general en las Cuencas. El paro fue total. Una manifestación masiva terminó en el pozo Barredo, para recibir a los líderes sindicales. Y, aunque al día siguiente tenían previsto desconvocar las movilizaciones, las asambleas de los pozos decidieron seguir con la huelga.

Trabajadores en una protesta, en los años 90. | Fernado Rodríguez Fernando Rodríguez

El 15 de enero, Felipe González (entonces presidente de España) se refirió públicamente al conflicto: defendió el plan de reestructuración que había iniciadola huelga, y que incluía más de 6.000 despidos. Los mineros volvieron al tajo, los estudiantes tomaron el relevo: casi nadie fue a clase los días 16 y 17 de enero de 1992.

Sindicatos y Gobierno llegaron, finalmente, a un acuerdo. “Quizás no fue el mejor, no lo sabemos porque es imposible volver atrás. Pero lo cierto es que, pienso yo, en aquel momento parecía la única solución posible”, reconoce Burón. Se acordaron las prejubilaciones, un cierre progresivo de los pozos. Y una reconversión que, ahora se sabe, no fue exitosa.

Hubo más movilizaciones después de las “Navidades Negras”, pero perdieron fuerza. En el año 1995, el trágico accidente del pozo Nicolasa -con catorce fallecidos- marcó un antes y un después en las condiciones de seguridad de la mina. El paso de los féretros por la calle Manuel Llaneza inundó Mieres de ese silencio estruendoso que solo se escucha en los entierros mineros. De la congoja que sepulta a los que sobreviven. El único sentir del tajo que nadie echa de menos en las Cuencas.

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