Entrevista | Manuel Cruz Filósofo, expresidente del Senado y Senador, presentó en Laviana su último ensayo, «El gran apagón. El eclipse de la razón en el mundo actual»

Manuel Cruz, filósofo: «En el feminismo, o aceptas todo cual pagafantas o eres un machirulo»

«Lo ocurrido en Cataluña es de libro, el auge de un tipo de populismo, lo que nos ocurre ya pasó en todas partes, lo vimos con Trump y Bolsonaro»

Manuel Cruz

Manuel Cruz / Ángel González

David Orihuela

David Orihuela

Manuel Cruz, expresidente del Senado, Senador por el PSOE y catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona, habla con la contundencia de la reflexión previa y con la certeza de que «nadie es el ombligo del mundo». Esa postura, abierta al debate y al contraste de ideas la plasma en su último ensayo, «El gran apagón. El eclipse de la razón en el mundo actual», que ayer presentó en el Cidan de Pola de Laviana, en un acto organizado por la Asociación Cauce del Nalón en colaboración con el Ayuntamiento de Laviana y LA NUEVA ESPAÑA.

–¿Si el siglo XVIII fue el de las luces, este siglo XXI es el de la oscuridad?

–Digamos que la razón no pasa por su mejor momento. Pero me apresuro a aclarar que no hablo de la razón científica o instrumental, sino de la razón argumentativa, dialógica, en el espacio público.

–¿Las nuevas tecnologías han hecho avanzar a la razón científica y han dañado a la argumentativa?

–Han tenido distintos efectos. En la razón argumentativa las nuevas tecnologías han supuesto la variación en el espacio comunicativo con la aparición de las redes sociales y la competencia feroz entre los medios de comunicación tradicionales en lo que se llama economía de la atención. En cuanto a la razón científica, los avances tecnológicos han hecho que vaya como un tiro.

–Usted mantiene que el conflicto catalán ha vaciado de contenido la política para convertirlo en «una papilla sentimental».

–Pero que nadie se crea el ombligo del mundo. Lo que está pasando entre nosotros ya pasó en todas partes. Lo hemos visto con Trump y Bolsonaro. Los fenómenos, los problemas, son globales, pero la respuestas son locales. Lo ocurrido en Cataluña es de libro, el auge de un tipo de populismo.

–Habla de vacío político, ¿puede llegar el momento en que se produzca un vacío de la democracia, que se quede solo en una cáscara?

–Es de toda evidencia que estos nacionalismos pueden dañar la democracia. La democracia debe ser deliberativa, debe haber pluralismo, debate sobre argumentos. No hay una buena democracia si no hay argumentos. De lo contrario lo único que se hace es agitar sentimientos y entonces surge la polarización. Si hay diversas opciones no hay tensión entre dos únicas opciones. Cuando en una sociedad hay una polarización tan crispada es que el debate político y la democracia se han empobrecido.

–¿Es lo que está ocurriendo en España?

–El debate es extremadamente pobre. Y cuando más importante es la cuestión el debate está mas emotivizado y una de las dimensiones de esta emotivización es la victimzación, que permite obviar el discurso. Se tienen a dar por descontado algo que no es cierto que la víctima, por el echo de serlo tiene razón. El ser víctima no le concede la razón. Uno puede aceptar la existencia de un problema pero discrepar en la solución. Está claro que la violencia sobre las mujeres es inaceptable, pero uno no tiene que estar de acuerdo con una apuesta determinada para acabar con ella. Los problemas no son de izquierdas ni de derechas, y sí lo son las soluciones. Se da por hecho que si aceptas un problema aceptas la solución que yo te propongo. No puede ser que si no estás de acuerdo con una propuesta de ley de protección animal te sitúen con la extrema derecha. Eso no es cierto.

–¿En la política actual se apela más sentimientos atávicos que a la razón?

–Es más fácil concitar las unanimidades alrededor de un sentimiento que de un argumento. Si en vez de apelar al sentimiento apelamos al argumento aparece el pluralismo, con diversas propuestas para solucionar un mismo problema. Lo que ocurre es que para apelar a la razón, a los argumentos, tienes que tener un modelo de sociedad y unas propuestas teóricas y movilizar alrededor de un sentimiento es mucho más sencillo.

–En su ensayo habla del feminismo: «del machirulo al pagafantas».

–A menudo, la mera formulación de alguna reserva, duda u objeción se hace muy cuesta arriba. O te alineas sin reservas con unas posiciones o te vas al extremo. O aceptas todo cual pagafantas o eres un machirulo. Tener reservas respecto al la ley del «solo sí es sí» no me convierte en un machirulo.

–La cultura de la cancelación, tan presente en la actualidad.

–Parece que no se puede discrepar de la tesis de que se tenga que cancelar a un artista o un autor por tener una vida privada censurable, y lo estamos viendo muy frecuentemente. Hay gente que cuestiona a Picasso porque al parecer era un señor extremadamente machista. Que Neruda tuviese en su vida personal un comportamiento censurable no hace que sea un mal poeta. ¿Y qué ocurre si la persona cambia a lo largo de su vida, nos gusta su poesía de ahora y no la de antes, solo aceptamos los poemas de la época que nos gusta?

–Dice usted que el sentimiento de identidad es una fabulación mitológica.

–Partimos de la certeza de que la identidad es una construcción social. El problema es qué tipo de construcción social y para qué la usamos. El sentimiento identitario es algo normal, se desprende de que los humanos somos seres sociales. Es normal que en todos nosotros haya un sentimiento de pertenencia a un grupo. Lo complicado es qué hacemos con ese sentimiento. No tengo nada en contra de la identidad que sirve para cohesionar, pero sí contra la identidad que sirve para excluir porque con esa identidad estas construyendo un nosotros excluyente.

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