Los últimos de la silicosis: el final de los tajos y la mejora en seguridad reducen a mínimos históricos la enfermedad, que llegó a ser "epidemia" en la región

Se diagnostican treinta casos al año, un 40% menos que a principios de este siglo | Los mineros que dejaron el tajo en los 90 fueron la primera generación sana: "Nos salvaron las mascarillas"

Alonso y Aldecoa, en Mieres. | C. M. B.

Alonso y Aldecoa, en Mieres. | C. M. B.

Los treintañeros de las Cuencas lo saben: no había abuelo que respirara bien. La silicosis era entonces, según estudios, una enfermedad "endémica" en los valles mineros del Nalón y el Caudal. En los años cuarenta del pasado siglo, afectaba al 12 por ciento de los trabajadores (unas 2.500 personas). Esta tasa se mantuvo durante décadas. Las mejoras de seguridad en el tajo fueron atenuando la enfermedad, pero poco a poco. La generación que dejó la mina a finales de los noventa fue la primera mayoritariamente sana.

"Eran agobiantes, pero nos salvaron las mascarillas". Lo dicen Santiago Alonso y José María Aldecoa, dos mineros jubilados que estuvieron en el tajo durante las grandes mejoras de seguridad y salud. Actualmente, se diagnostican al año en Asturias una media de treinta casos -la inmensa mayoría entre mineros jubilados-. A principios de siglo, había más de cincuenta casos nuevos cada año.

José María Aldecoa no había soplado las veinte velas cuando empezó a trabajar en la mina. "Al poco tiempo, empecé a estudiar también", señala. Así que iba al tajo y luego a la Escuela de Minas de Mieres. Su promoción fue la más numerosa en la historia del centro: se graduaron 105 ingenieros técnicos. "La mayoría salían ya con trabajo", apunta Aldecoa.

Eran los años dorados de la minería de carbón. En 1975, según el Instituto Nacional de Estadística, había 58.000 trabajadores del sector en la región. "La silicosis también abundaba entonces", reconoce Aldecoa. A pesar de que ya se habían dado los primeros pasos en la prevención de esta enfermedad respiratoria, que se produce por la exposición al sílice. En 1956 se había aprobado el Reglamento de Polvo Silíceo en las Minas, que establecía medidas preventivas y de control del polvo de sílice en las explotaciones. Fue en 1975 cuando se aprobó la Ley de Silicosis. Estableció medidas para prevenir la exposición excesiva a esta sustancia.

"Hubo mejoras en los años que siguieron a esa ley", apunta Santiago Alonso. En el pozo Figaredo fue entibador y luego barrenista, la labor más expuesta al polvo de sílice -perforan la roca para la colocación de explosivos-. Estuvo veintisiete años en activo, hasta su retiro como vigilante. "Cuando entré a trabajar yo era un palo en la mano y una vara en la otra", sonríe. Y continúa: "Luego sí se empezaron a hacer más cosas por los trabajadores, tanto para que estuviéramos más a gusto como para cuidar la salud".

José María Aldecoa fue un "firme defensor" de la mascarilla en el tajo. "Eran muy agobiantes y nos costaba mucho a todos llevarlas. Pero tenía que ser, fue una de las medidas más efectivas en la protección contra el polvo de sílice", señaló. Estaba incluida en la Ley de Silicosis, al igual que los riegos para que el polvo no se levantase. "Antes del agua, los barrenistas era tragar y tragar", matiza José María. "Atender a la silicosis era entonces una prioridad".

Dentro y fuera del tajo. Porque también hubo mejoras para los que ya estaban jubilados y habían sido diagnosticados. En el año 1984 se estableció el Fondo de Compensación de la Silicosis. Así nacieron las compensaciones económicas a los trabajadores afectados por la enfermedad, que aún hoy se mantienen. "Esto tiene sus pros y contras. Las ventajas están claras, pero también hay algún inconveniente. Yo creo que esas mejoras económicas a las que puedes acceder también hacen más complicado que se oficialice el diagnóstico", apuntó Santiago Alonso.

Informe

El último informe del Instituto Nacional de Silicosis (INS) refleja el balance del año pasado. Hubo un total de 31 diagnosticados, 26 con neumoconiosis simple y seis con neumoconiosis complicada (la más grave). Además, seis estaban en activo. De este total, tres son trabajadores de la minería del carbón con una exposición media de 19 años. Otro de los diagnosticados procede del sector marmolerías y otro es protésico dental. Todos los pensionistas diagnosticados fueron mineros, con una media de 24 años de exposición al riesgo. Cuatro presentan, además, enfermedades intercurrentes (EPOC).

Aldecoa se queda pensativo tras conocer estos datos. Mira a Alonso, y se encoge de hombros: "Me duele saber que sigue existiendo, hicimos mucho para que se acabara". Reflexiona un momento: "Al fin y al cabo, forma parte de nuestra historia. De la historia más triste".

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